Aclaración necesaria: una semana después de la muerte de Gustavito, las autoridades ordenaron una evaluación con forenses independientes que apuntó a una hemorragia pulmonar como causa de la muerte y no un ataque. Sin embargo, las críticas aquí vertidas siguen siendo igual de válidas.
Opinión.- Anoche, mientras todo el mundo estaba frente a los televisores o estaban pendientes de los tuits que anunciaban a los ganadores de los Oscar, Gustavito, el hipopótamo del zoológico nacional de El Salvador, agonizaba.
La noticia oficial de su muerte llegó con el amanecer de este lunes 27 de febrero, la Secretaría de Cultura, entidad gubernamental que está a cargo de la administración del zoológico nacional lo confirmó.
Inevitablemente recordé cuando mi papá me llevaba al zoológico en los años ochentas, era uno de los paseos favoritos entre nosotros dos, mientras mi madre hacía turnos los fines de semana en el hospital Rosales. Recuerdo que para en aquel entonces Gustavito aún no había llegado a esta región podrida de violencia, en su lugar estaba Alfredito, el anterior hipopótamo que murió de complicaciones gastrointestinales. También estaba la mítica Manyula, la elefanta que pasó encerrada en aquel lugar durante décadas. La vida sigue y dejamos de ir al zoológico con mi papá y mi hermana Lorena. Regresé hasta hace cinco años porque se me ocurrió que a Sebastián, mi sobrino que para ese entonces tenía cinco años de edad, le gustaría conocer y ver a los animales que están ahí en perpetuo encierro.
¿Cómo le explicas a un niño de cinco años que los animales que tienen ahí no pueden ser libres y estar con «su mamá»? Esa pregunta y ver el estado deplorable del zoológico me dejaron destanteada y un poco depre. No regresamos nunca.
El sábado me enteré: la madrugada del jueves un grupo de «seres humanos» habían entrado al zoológico, entraron al recinto de Gustavito y lo agredieron. Lo dejaron mal herido y sus cuidadores se dieron cuenta hasta en la tarde de ese día cuando vieron «un comportamiento extraño» en el animal.
El Salvador es una sociedad enferma, así de simple.
En nuestra vida diaria se ha enquistado un cáncer que nos está matando a todos y de a poco, incluyendo a todo ser viviente que comparte este territorio que se ha ido convirtiendo en una enorme fosa común. Dirán algunos que exagero, que no deberíamos de lamentar TANTO esta muerte, pero esto va más allá, va hasta el hecho de que este país está acostumbrado a la violencia en general: a los niños, a las mujeres, a los ancianos, a los animales domésticos y, últimamente, hasta a los animales silvestres: justo hace dos semanas se dio el caso de un búho que fue atacado a pedradas y le destrozaron el pico, o el caso de unos lagartos que fueron heridos en el cuello y patas.
La historia de Gustavito
Gustavito tenía 15 años de edad, vino cuando a penas era un bebé, lo trajeron del Autosafari Chapín, de Guatemala. Poco tiempo pasó Gustavito en compañía de los suyos, en un lugar donde tenía más espacio y el contacto con otros de su especie. Vino y fue encerrado en lo que se convertiría con el tiempo en la escena del crimen.
Y en este caso, como en el 98 % de los casos, la culpa es de todos, desde el estado que no genera condiciones adecuadas para una institución que ya es obsoleta e inhumana; somos culpables los que, al no estar de acuerdo con cómo se manejan las cosas en el Estado, no decimos nada, no hacemos nada. Es culpable la indiferencia y el anonimato en redes sociales que se dedica a matar esfuerzos concretos para que las cosas cambien.
Me siento profundamente avergonzada. Avergonzada de haber llevado a mi sobrino hace cinco años a conocer parte de la crueldad humana al encerrar animales para un espectáculo; avergonzada de tener recuerdos tiernos en este lugar; avergonzada en muchos sentidos, de ser parte de esta sociedad que no está haciendo absolutamente nada por procurar salud mental entre sus habitantes, tanto así que se ha llegado a este punto, agresores de animales indefensos.
Las causas de tanta violencia aún no la entiendo, puedo leer estudios y argumentaciones científicas y horrorizarme ante la idea de que el próximo agredido por estos salvajes no serán animales, sino personas. Que esta violencia es de Estado, que no importando de qué lado venga, durante décadas, siempre nos ha dejado a «la buena de Dios».
No me queda más que escribir esta indignación y sumarme al pedido de que se realicen gestiones para trasladar a los animales a santuarios, donde se garantice su seguridad y dignidad; y que, de paso, también se nos garantice a los humanos los mismos derechos.
Gustavito no es el único
Recordamos también las muertes de otros animales del zoológico, ya sea por mal cuido o porque los visitantes los alimentaron:
Yulú Cova: leoncito de 5 días de nacido, por haber comido alimento sólido antes de tiempo.
Alfredito: hipopótamo que murió por problemas gastrointestinales.
Melosa: ssa que murió por mala práxis luego de una inyección.
Jambo: tigre que murió por diarrea y deshidratación luego de 3 semanas de sufrimiento.
Marty: cebra que murió por paro cardiorespiratorio.
Y así, tantos otros animales maltratados o robados de sus jaulas, que hasta el sol de hoy no sabemos si están vivos.