Opinión.- Vivo en un país telúrico. El Salvador está asentado en fallas geográficas, se traslapan las placas tectónicas y tiembla un día sí y otro también, como decía Galeano.
Debo decirlo desde ya: odio que tiemble. Me da mucho miedo. Mi primer terremoto fue en 1986, cuando yo tenía 8 años y vi derrumbarse el colegio donde crecí. En esa y otras ocasiones más me ha tocado ver a mi ciudad natal, San Salvador, en semiruinas. San Salvador, el valle de las hamacas.
En este esfuerzo de sobrevivir ante temblores, terremotos y otras emergencias nacionales he ido echando cayo: creo que crecer y hacerte cargo de otras personas más vulnerables lo hace a uno alejarse del miedo paralizante.
Desde el domingo pasado, San Salvador está teniendo enjambres sísmicos. Se preguntarán algunos qué es eso. Dichosos los que viven donde no tiembla, les explico: un enjambre sísmico es un conjunto de movimientos de tierra, con epicentro ubicado muy cerca uno del otro, con poca profundidad y en un intervalo de tiempo corto.
Por ejemplo, desde el domingo pasado hemos vivido 345 temblores; de esos, 53 han sido sentidos por la población.
En mi población particular somos 6 humanos y 3 gatos. Ayer estábamos 3 en la cocina conversando, cuando se dejó sentir un temblor fuerte, pero no preocupante. A los pocos minutos vino el temblor más fuerte que se ha dado en este enjambre sísmico. Apenas de 5.1 grados Ritcher, pero como la profundidad es apenas de 3 km y estamos a pocos kilómetros del epicentro, se sintió como un terremoto.
En momentos de zozobra toca arriar hijos y gatos, y cuando nos encontramos en el lugar más seguro de la casa empezar el martirio de querer comunicarme con el resto de la tropa. Mi marido venía camino a casa y mis otros dos hijos estaban trabajando aún. Mi madre andaba de excursión con mi sobrino y mi papá simplemente no sabía dónde andaba. Las líneas telefónicas saturadas, el internet caído y mi miedo.
Cuando las comunicaciones volvieron poco a poco empezaron a aparecer en mi radar amigos y familiares. Todos estaban bien.
¿Qué hacer en estas emergencias y los enjambres sísmicos?
Me confieso que he descuidado esa parte. Cuando era soltera y vivía sola tenía un kit de emergencia y desde que nos mudamos a la casa nueva en diciembre pasado dejamos de lado algo importante: tener una mochila de emergencia. ¿Y qué debería llevar esa mochila? Lo esencial: agua para beber, alcohol gel, gasas, copias de las llaves de la casa, una muda de ropa, latas de comida, y en nuestro caso, una bolsa de comida para los gatos.
Según lo que he entendido, los enjambres sísmicos no tienen que ver con las placas tectónicas, ni con episodios volcánicos, cosa que me alivia, pues vivimos en las faldas del volcán de San Salvador.
Se preguntarán qué es mejor: ¿un solo golpe de terremoto o un enjambre sísmico? La respuesta es… NINGUNO. Cuando nos hemos enfrentado a un terremoto, el país ha quedado en total vulnerabilidad, la muerte nos azota y el dolor es inmenso, pero ahora que nos topamos con este enjambre sísmico simplemente no encontramos calma. Uno no sabe cuándo terminará, no sabe si el próximo será más fuerte, no sabe si estamos totalmente preparados para esta emergencia.
En el temblor más fuerte de estos dos días, en una de las principales vías hacia el occidente del país, hubo un derrumbe en el que murió un joven que iba en su carro junto a otras personas. Este país sigue sin estar preparado para este tipo de emergencias.
No queda más que prepararnos. Dejar las vías de salida despejadas, tener listos los kennel para los gatos y estar atentos, siempre.