Opinión.- Marvel y Netflix acaban de presentarnos The Punisher, una de las series de la dinastía Marvel más esperadas, sobre todo desde que Castle hizo magníficas apariciones en varios episodios de Daredevil.
Pese a esto, algunos críticos se encargaron de meternos muchos prejuicios antes de permitirnos enfrentarnos cara a cara a ella. La principal y más recurrente versaba sobre la lentitud. Por suerte para mí, no me detuve a leer ni una sola crítica antes de verla, así que le entré con la mente limpia.
La venganza según Bacon y el estoicismo según Henley
En algún momento del siglo XVI, el filósofo y escritor Francis Bacon escribió algo así como que una persona que quiere venganza guarda sus heridas abiertas. Con o sin saberlo, los guionistas de The Punisher retomaron esta misma idea para elaborar los 13 capítulos que componen la serie.
Frank Castle, nuestro héroe de dudosa moral, se ha tomado como propósito de vida asesinar a quienes asesinaron a su familia, a quienes le arrebataron su todo. No los quiere ver presos, no quiere ver su reputación destruida en las noticias, los quiere asesinar de la peor forma posible.
La venganza de Castle adquiere dimensiones muy humanas desde que no solo pasa por el filtro del odio desmedido sino, además, por el de una profunda culpa. Él lo sabe y nunca pretende disimularlo.
No obstante, algo de estoico tiene nuestro querido castigador: el camino más fácil, de acuerdo con la mujer de Job, era el de maldecir a su dios y suicidarse. Pero Castle no escucha el sabio consejo bíblico, sino que se va, por decirlo de alguna manera, por el camino del poeta William Ernest Henley: “Más allá de este lugar de furia y llanto aguardan los horrores en la sombra”. Incluso le corrige la plana al poeta: él mismo se transforma en esos horrores en la sombra.
Pero para evitar que me acusen de marvelita (otra vez), voy a abrir paréntesis para destacar las cosas malas, que las hubo y en abundancia.
Los baches de The Punisher
Vamos a decir que la crítica que le han hecho de ser “lenta”, ha sido más o menos utilizada con propiedad. Si uno espera encontrarse con una vorágine insaciable de violencia sin sentido, prolongada por trece episodios, bien puede renunciar a la serie ya. Las escenas de acción a veces tardan mucho en llegar. Claro, cumplen con su prometido, son buenas escenas de acción, pero antes hay que aguantarse mucho diálogo.
La serie, además, carga con muchísimo equipaje de más. Todo ese enrevesado trasfondo político, que solo sirve para justificar la maldad implícita en la filosofía de seguridad nacional gringa, entorpecen el desarrollo de la historia.
Algunos personajes están ahí con el único propósito de mover la trama, lo que los vuelve decididamente planos.
Y hablando de personajes, Dinah Madani (Amber Rose Revah) es un personaje que quedó subutilizado de la peor forma.
Además, creo que abusaron del recurso de los flashbacks y las pesadillas eternas. De hecho, creo que si esa herramienta la hubiesen desgastado menos, aquella escena en la que el sargento Orange golpea a Castle, mientras este tiene fantasías eróticas con su esposa asesinada, hubiese sido mucho más poderosa.
Pero volvamos a lo de la venganza
Frank Castle escoge una venganza intensamente personal, que él mismo denomina justicia: él ha dictado la sentencia y él la hará cumplir.
Ese mismo sentido de justicia —distorsionado, dirán algunos— es lo que permite que la esencia noble de Frank no se inmute ni un poco. Es una máquina de matar, sí, pero tiene un apego irrestricto a lo que considera justo. Vaya, dejaría de ser un superhéroe.
Es un hombre sin ningún superpoder, más que sus extraordinarias habilidades militares, y que no busca compañía porque tiene miedo de lastimar a los otros.
Mantiene abiertas las heridas porque quiere justicia.
Pero quizás lo más importante aquí es que Frank Castle, a diferencia de otros héroes, sufre.
Sufre mucho, sufre como cualquier otro humano sufriría al perder a su familia. Sus muertos lo arrullan por las noches y lo desesperan en el día. Incluso, al inicio de la serie, Frank sufre tanto que solo encuentra consuelo, o algo parecido, en el trabajo. Un remedio de lo más común entre los simples mortales.
Y Frank es The Punisher, y ese detalle, aunque obvio, no hay que perderlo de vista. Porque no tiene disfraz, no tiene careta ni se reviste con un aura particular a la hora de lidiar con sus mierdas. Frank se pone sus ropas de guerra y la gente lo llama El Castigador por mero morbo mediático, pero cuando dispara, tortura y estrangula, es Frank Castle quien lo hace, con sus demonios y virtudes.
Por eso, solo por ese pequeño detalle, creo que la serie vale mucho la pena.