Uno podría pensar, después de dos épicas temporadas de Narcos relatando en detalle el ascenso y caída de Pablo Escobar: “¿Qué otra cosa podíamos esperar?”.
Opinión.- Para nadie es secreto que Narcos se encuentra entre las más populares de la red, y que lleva, además, el distintivo sello de Netflix. Se trata de una serie que ha acompañado al servicio de streaming en su gran racha de éxito de contenido original, entre las que destacan títulos como House of Cads y Stranger Things.
Sin embargo, muy poca gente quizás hubiera esperado que esta tercera temporada marcara el inicio de una especie de serie “antológica”.
Uno podría pensar, después de dos épicas temporadas relatando en detalle y a la perfección el ascenso y caída del imperio de Pablo Escobar: “¿Qué otra cosa podíamos esperar? ¿Qué puede seguir? ¿Se podrán hacer más temporadas del mismo calibre, sin los mismos protagonistas con los que ya nos hemos encariñado durante dos años?”. ¡Por supuesto que se puede! Y lo seguirán haciendo.
Podrá serle difícil al espectador promedio hacer la transición al principio y acostumbrarse a las nuevas historias que revela esta temporada. No es nada fácil adaptarse a una nueva perspectiva, tomando en consideración que, muchas veces, Escobar era tratado propiamente más como un protagonista que como un antagonista cualquiera, pero los escritores hacen lo correcto al dar entender y explicar, desde la concepción de la serie, que “los carteles funcionan a través de la sucesión”. Esto es: al caer el número uno, lo lógico es que ascienda el número dos, siendo el cartel de Cali nuestro nuevo foco de atención.
De la misma forma, Javier Peña (Pedro Pascal) se convierte ahora en nuestro “hombre principal”, encargado de ser quien lidere esta transición y convirtiéndose en el narrador de los hechos, cargo que antes le correspondía a su ahora excompañero Steve Murphy, quien ahora se encuentra ausente del elenco, y aunque se extraña su presencia no es algo para nada fuera de lugar, porque la serie siempre ha manejado bastante bien este concepto de reinterpretación ficción-histórica. En la vida real, Murphy abandonó Colombia tras la muerte de Escobar, siendo la narración de la DEA más bien un recurso para poder explicar tecnicismos o contextualizar los hechos de la realidad.
Lo interesante es cómo, durante el transcurso de la serie, puedes seguir fácilmente el rastro y desarrollar todavía más afecto por algunos de los nuevos personajes. Por supuesto, todavía es necesario retroceder y atar algunos cabos sueltos de la temporada anterior, pero hasta de esto se aprovechan para sacar chistes internos, más a manera de guiño o porque simplemente “ocurrió así” históricamente.
Lo más admirable es cómo la serie sigue conservando la misma esencia: las persecuciones, la intensidad, la tensión del drama policial, el sabor de las fiestas latinoamericanas en contraste con la terrible violencia generada por el narcotráfico, y todas las razones que hicieron de la serie un éxito en primer lugar siguen presentes, pero sin hacer que su fórmula se sienta desgastada o repetida.
Al principio se hacen las respectivas comparaciones entre el imperio de Escobar en Medellín, con el de los hermanos Rodríguez en Cali. De ahí como quien dice “borrón y cuenta nueva”, presentando nuevos personajes, con las problemáticas y diferentes motivaciones que existen entre los mismos círculos de poder. Es algo nuevo pero con un sabor que se sienta familiar, y por lo tanto es agradable a la vista, y a medida que avanza adquiere propiedades admirables por sus propios méritos.
Atención: A partir de aquí siguen unos cuantos spoilers
Posiblemente lo mejor de todo haya sido la inclusión del arco argumental de Jorge Salcedo (interpretado por Matías Varela), un hombre de familia que se encuentra trabajando como el jefe de seguridad del cartel y que representa el clásico prototipo de “hombre bueno trabajando para la gente equivocada”. Justamente su travesía es la que despierta mayor interés, empatía y casi todos los mejores momentos de esta nueva entrega.
Al principio quieres que todo le salga bien, a pesar de que trabaje para los malos. Luego se vuelve desesperante ver cómo todo se va a la mierda y no puedes esperar a que llegue el momento para salir corriendo… es justamente el conflicto moralmente gris que se necesitaba para trascender aún más dentro del género policial, en el complicado terreno de los sapos (o topos, como quieras llamarlos), junto con toda la paranoia y el estrés psicológico que conlleva, ejecutado de una forma sumamente emotiva y personal. Esta es la cereza en el pastel para lo que ya de por sí era una gran serie.
El final es satisfactorio, con una tensión y un carisma casi sin precedentes, con todos nuestros “favoritos” congregados con el mismo objetivo de seguir la búsqueda de Guillermo Pallomari, un informante clave que podría testificar en contra del cartel de Cali, cuyas escenas tienen el toque perfecto de comedia, para una serie tan cruda como esta.
Se siente como el cierre perfecto para todo lo que se nos ha venido presentando desde el primer capítulo en que se presentó Colombia, ahora con una cuarta temporada ya confirmada, y todavía no tenemos mayores detalles de cuál podría ser el futuro de la serie, ni se sabe a ciencia cierta si tendremos un nuevo “narrador”: quizás Peña continúe su travesía con nosotros, pero a decir verdad sus últimos diálogos, aunque amargos y ambiguos, resultan más que reveladores para entender que él ha cerrado su ciclo. Se trata de una conversación simple pero efectiva.
Lo que sí es podemos dar como seguro es que los aires que se sienten ahora son para darle el adiós a Colombia y decirle un efusivo “¡Hola!” a México.