Estamos acostumbrados a que un niño vea 200 veces seguidas su película favorita y que pida todas las noches que se le lea el mismo cuento.
Detalles.- Estamos acostumbrados a que un niño vea 200 veces seguidas su película favorita, que pida todas las noches que se le lea el mismo cuento, o relea una y otra vez los mismos cómics y libros.
¿Por qué funciona así el cerebro de los niños? Pues resulta que ellos están preparados para aprender habilidades mediante la repetición de patrones. Y no solo habilidades prácticas o físicas, sino el propio sentido del mundo.
En el caso de las películas o la televisión, incluso seguir un argumento sencillo les supone un gran esfuerzo. De ahí que cada vez que vean la película se sientan contentos por entender cada vez mejor el hilo —mismo caso para los cuentos, los libros y las historias—.
La repetición constante no solo les permite desarrollar mejores habilidades cerebrales (lingüísticas y narrativas), sino que “la repetición literal —ver el mismo contenido una y otra vez— mejora la comprensión y el aprendizaje. Con los niños más pequeños, la repetición no hace que la atención decaiga, y está demostrado que incrementa la participación de la audiencia”.
Es algo que sabe cualquier animador infantil: si los payasos de la tele utilizaban fórmulas y canciones es porque a los chavales les encanta poder gritar —incluso a la propia pantalla— algo que conocen.
Joan Wenter, doctora en psicología del desarrollo, lo explicaba mejor al afirmar: “Una vez que un niño ha dominado el diálogo de una película o la letra y baile de una canción, quiere celebrar su éxito participando de lo que ha visto, así que quiere continuar viendo [la película]”.
Se trata de una de las técnicas más básicas de aprendizaje, la misma por la que la educación clásica ha sometido a los niños a la tortura de las tablas de multiplicar cantadas o cualquier otra forma de convertir el saber en un patrón. En el caso de las películas animadas, la música y los colores brillantes atraen todavía más su atención, con lo que la cantidad de estímulos y recompensas de los visionados los hace todavía más felices.
Pero el mayor éxito de la repetición es permitirles anticipar el futuro. Wenter, otra vez, contaba: “Para los niños pequeños, hacer predicciones correctas es la muestra definitiva de habilidad. Dado que la vida es bastante impredecible para ellos, se sienten en especial competentes al poder anticipar lo que sucede a continuación”. Y presumir delante de sus compañeros de edad: un niño que sabe lo que va a pasar a continuación en una historia es poco menos que un semidiós, para otro que no tenga el mismo nivel de dominio.
¿Y qué pasa cuando crecemos?
La edad destroza el placer que podemos extraer de la repetición. Ya sabemos cómo funciona el mundo (¡ja!) y no necesitamos poder anticipar una narración conocida. El mejor ejemplo es la música: escuchar la misma canción mil veces funciona hasta que el cerebro se acostumbra y deja de darnos dopamina (felicidad) en cada escucha. Las experiencias se gastan. El sexo, el ocio, la aventura. Buscamos siempre la sensación más intensa, pero la reiteración —paradojas de nuestro cerebro— termina arruinándola, dejando en nocaut el placer que extraemos de ella.
VoxBox.-