Opinión.- Era 2016 por estas fechas y continuaba disfrutando… me tocó vivir el Día de Muertos en México.
Después de haber pasado comiendo pan de muerto durante casi todo octubre, tuve el placer de disfrutar del primer Desfile de Día de Muertos. Además, visité la legendaria casa del director mexicano Emilio el Indio Fernández.
Para quien no lo sepa, el Indio Fernández nos regaló grandes joyas del cine como María Candelaria, entre otras producciones que le dieron varios premios Ariel. Trabajó con muchas celebridades de todo el mundo, y en su casa se les rinde tributo a ellas, una tradición que lleva casi tres décadas. Por 70 pesos mexicanos (unos USD 3.74) puedes recorrer su casa muy cerca del centro de Coyoacán y ver ofrendas a grandes estrellas como Ninón Sevilla, Juan Gabriel y hasta la misma Marilyn Monroe. También se pueden apreciar fotografías de momentos que el director vivió con estas personas.
Coyoacán estaba muy colorida, con ofrendas en muchos lugares, como las de la UNAM en la Plaza Santo Domingo, o todas las que estaban en el Zócalo con forma de trajineras. Y no se digan la de los museos —de la cual me afamaron mucho la del Dolores Olmedo, que lastimosamente ya no pude visitar—. Sí pude ir a las que ponen en el Jardín Centenario de Coyoacán, donde recordaron a Chespirito y todo su elenco.
Así pasé los días previos al 2 de noviembre
Finalmente el día cero había llegado. Me habían hablado mucho de las celebraciones en Janitzio, una isla ubicada en el lago de Pátzcuaro en el Estado de Michoacán, la de Huejutla en el estado de Guerrero, y la de Santa María Arzompa en el estado de Oaxaca. Pero yo quería vivir la de Míxquic: un pueblo perteneciente a la delegación de Tláhuac, en la Ciudad de México. Se encuentra en el extremo sudoriental de esa demarcación, en una zona que antiguamente fue una isla rodeada por el lago de Chalco. Actualmente está desecado y quedan únicamente algunos canales. Míxquic es un pueblo que forma parte del polígono de la zona chinampera, declarada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
¿Cómo llegar a Míxquic?
Para llegar a Míxquic hay que tomar la línea 12 del Metro. Hay que llegar a la estación Tláhuac. Allí, el camión o autobús cobra seis o cuatro pesos y hace aproximadamente una hora para llegar a Míxquic, que en realidad se llama San Andres Míxquic, y no por gusto es considerado uno de los barrios mágicos de esta gran urbe.
Estaba muy emocionando recorriendo la localidad. Fui a darme un recorrido por los canales entre las chinampas, que solo lo había hecho antes en Cuemanco y Xochimilco.
Al anochecer, me dirigí la iglesia. En mi recorrido, entre a varias casas y pequeñas capillas, pude ver ofrendas que habían hecho. No puedo negar que en más de algún momento se me antojó algún tamal o pan de muerto de los que le habían puesto al difunto, para que su espíritu los pudiera disfrutar… no se diga las que tenían el jarro de pulque.
Pero bien, al llegar a la iglesia y apreciar su interior barroco, entre la multitud de gente, me fui al costado derecho, que es el exconvento de San Andrés Apóstol. Rápidamente deduje que había sido construido, al igual que la iglesia, con las piedras de algún templo prehispánico.
En su interior, entre los muros, pude ver algunas piedras en forma de calavera y elementos de juegos de pelota. Ignoro si son actuales o antiguos.
El interior estaba lleno de ofrendas y en el jardín había una cruz con huesos humanos. Le pregunté a un lugareño si eran reales y me dijo que sí, que habían sido sacado de las tumbas que se encuentran al costado izquierdo de la iglesia y colocados allí, para que el lugar donde reposaban antes fueran ocupados por nuevos difuntos.
Luego me dirigí al cementerio. Mi sorpresa fue que no había ni una sola tumba que no estuviera muy bien enflorada, y el color anaranjado de la flor de cempasúchil sobresalía mucho.
La noche llegó y con ella la lluvia. Esto impidió que la velación de los muertos iniciase al nomás oscurecer. Pero una vez Tláloc se calmó, las velas comenzaron a iluminar todo el panteón y así pudo dar inicio hasta el amanecer la legendaria tradición. Pero la lluvia volvió a atacar: quedé todo empapado y con lodo hasta las rodillas, pero las personas se mantenían allí velando a sus seres queridos, y volvían a encenderlas, una y otra vez.
Le pregunté a un señor sobre hasta qué horas se quedaban y me dijo que hasta el amanecer, pero que por la lluvia quizás se iba a ir temprano. Literalmente me dijo: “Ahí donde ve, muchos ya se fueron por eso, y ni turistas hay muchos”.
La lluvia me dio tiempo de tomar algunas fotos, en uno de sus ratos calmos, y me di cuenta luego que tengo que practicar más la fotografía nocturna.
Rondaban las diez de la noche y el cementerio, a pesar de todo, tenía mucha gente dentro y las velas seguían encendidas.
En un primer momento pensaba amanecer, pero estaba todo empapado, a excepción de mi cámara y celular. Decidí regresar a mi casa, así que salí de inmediato para lograr alcanzar metro.
No logré el objetivo al cien por ciento, pero pude disfrutar de ese momento mágico y vivir toda la misticidad de esa bella tradición, en esa noche. Espero que alguno de mis seres queridos, que ya no están, me hayan hecho una caricia con una gota de lluvia.