Cultura.- No sería difícil catalogar a Horacio Castellanos Moya como el autor salvadoreño más internacional que existe en este momento. Solo así se puede explicar que Moronga, su más reciente novela, haya generado más bulla de la que suelen generar los libros en este rincón del mundo.
Y es que Moya es de los poquísimos autores salvadoreños contemporáneos que se pueden dar el lujo de ser conocidos ─de ser leídos─, desde que se publicó hace 21 años El Asco, aquella novelita incendiaria que sigue generando escozor en la impoluta concepción del país que poseen las capas medias de la sociedad.
Pero entre El Asco y Moronga median no solo los 21 años calendario, sino varias novelas, que han metido sus fauces sobre todo en la historia de El Salvador (Tirana Memoria), aunque por ahí también aparecen algunas que se introducen en Guatemala (Insensatez) y un poco también en Honduras (Desmoronamiento)
Por eso a Moya la crítica internacional lo ubica más como autor centroamericano que salvadoreño. Y como buen centroamericano, su última producción tiene como protagonistas a un par de salvadoreños viviendo en Estados Unidos.
Moronga y el caso Dalton
Primero las presentaciones formales: Moronga la publicó hace algunos meses Literatura Random House, cinco años después de que se publicó El sueño del retorno (Tusquets Editores).
Debo decir que el gancho mercadológico con que se nos vende la novela es una especie de clickbait literario: uno de los personajes anda tras la pista de los archivos en Washington que permitirán desentrañar (¡al fin!) el asesinato del poeta salvadoreño Roque Dalton.
Si alguien interesado en este tema se acerca a Moronga esperando encontrar alguna revelación insospechada sobre el caso Dalton, se va a llevar un fiasco.
Uno de los personajes de Moya sí anda detrás de estas pistas, pero esto solo sirve con propósitos narrativos, para darle movilidad a la historia. Así que nada de grandes revelaciones.
Esto no lo digo con ánimos de recriminarle nada a nadie. Solo me parece una advertencia justa para quien vaya a enfrentarse al libro con estas ilusiones. Pero este detalle no le resta mérito alguno.
La estructura de Moronga
Al igual que con las películas o las series, debo advertirles: aquí hay spoilers.
La novela está escrita en tres partes. En la primera se nos presenta a José Zeledón, un exguerrillero salvadoreño veterano que consigue un trabajo y una vida apacible en una tranquila (y ficticia) ciudad universitaria de Estados Unidos llamada Merlow City, amparado por el TPS con nombre y datos falsos.
Pronto nos damos cuenta que esa vida no se puede asir y que se escabulle entre los dedos: las fantasmas y manías de su vida como combatiente no lo dejan en paz. Las cosas malas que tuvo que hacer son una carga pesada que no aliviana ni siquiera el confort del primer mundo.
Un excompa guerrillero lo convence de sumergirse en un nuevo trabajito, una aventura que, de salir bien, podría darle a Zeledón una holgura económica que de otra forma sería imposible conseguir.
Desde esta primera parte comienza a ser evidente que se trata de personajes más maduros, cuya visión de mundo ha ido asentándose con la edad, dando paso a una serie de contradicciones que los enriquecen más.
La segunda parte va sobre el profesor Erasmo Aragón Mira, que trabaja para la universidad de Merlow City y de cómo consigue un financiamiento para ir a los archivos de Washington, para revisar cables de la CIA que puedan dar una pista de lo ocurrido con Roque Dalton.
El ritmo según Castellanos Moya
Decía Umberto Eco en aquella importante apostilla de El nombre de la rosa que la novela tiene que ver, sobre todo, con el ritmo. Moyita lo sabe y en esta novela nos deja claro que se ha convertido en amo y señor de la ─o mejor: de su─ técnica: si en la primera parte vemos una narración plácida y reposada, en la segunda saltamos a un frenesí paranoico y enfermizo que nos recuerda un poco al de aquel corrector de estilo que protagoniza Insensatez o, ya de plano y jalándolo de los pelos, al monólogo de Edgardo Vega en El Asco.
Además, y como ya sabrán sus lectores fieles, a Erasmo ya lo hemos visto en otras novelas: apareció en Desmoronamiento y se le ha hecho alguna mención en Tirana Memoria, es el hijo de Clemen Aragón y Teresa Mira Brossa, nieto de Pericles y de Haydée. También protagonizó El sueño del retorno.
La aparición de Amanda, una niña guatemalteca que ha sido adoptada por una familia gringa, tampoco puede dejar de mencionarse. Se trata de uno de los personajes más interesantes de la novela. No me extrañaría que en algún futuro Castellanos Moya le dedicara una novela, solo para contar con más detalle su trágica existencia.
La última parte de la novela es una especie de reporte policial, en donde convergen los vasos comunicantes, la que amarra finalmente la historia de Zeledón con la de Aragón.
Es aquí donde el escritor hondureño-salvadoreño despliega su nivel como narrador: con un estilo frío y distante, propio de este tipo de informes burocráticos, se cierra la historia de ese personaje apodado Moronga. Las escenas fuertes de acción aparecen retratadas con una precisión apabullante. Las historias conectan de forma orgánica, nada de conexiones forzadas ni articulaciones artificiales. Todo fluye, todo cae, todo funciona.
La memoria como excusa
Horacio Castellanos Moya, en Moronga, ha dejado de lado aquella endiablada indignación que carcomía a sus personajes, para dar paso a un solapado pesimismo que inunda cada una de sus páginas.
La memoria ya no es un motivo o un detonante de la acción, sino apenas una excusa.
Me atrevería a decir que estamos ante una de las novelas mejor logradas del compatriota escritor.