“Yo creía, y sigo creyendo, que el autor debe anteponer la obra al amor propio, de modo que si descarta correcciones atinadas porque le llegaron de mano ajena, es un necio”
Adolfo Bioy Casares, Memorias
Opinión.- “¿Y los de Letras estudian los letreros?”, me preguntó alguien en tono jocoso. Sabía que era para hacer ambiente, aunque lo intentaba hacer a costa mía. Aquí en El Salvador ocurre con frecuencia en muchas reuniones sociales de carácter informal, y eso incluye agarrar al más desprevenido. No sé quién era esa persona y por qué quería bromear conmigo de esa manera, o si desconocía la existencia de una carrera llamada Letras. La cuestión es que solo sonreí y me limité a decir: “Sí, cabal”.
A varios les causó gracia, pero a raíz de eso, de forma espontánea, a todos se les ocurrió tratar de dilucidar cuál era la profesión más importante y por qué. Usted ya sabe cómo es eso: que los médicos, los abogados, los ingenieros… que si en tiempo de guerra la profesión de las armas y en tiempo de paz los voluntarios. Es la de nunca acabar.
En lo personal —y se lo digo como alguien que tiene que lidiar muchas veces con el desdén de los demás por mis decisiones vocacionales—, me parece que todas las profesiones y oficios son importantes, porque cumplen funciones y llenan necesidades en su momento y en cada aspecto de nuestras vidas. Pero en ese momento escuché y escuché en silencio, hasta que por fin me prestaron la guitarra y me dieron la oportunidad de hablar. Acepto que todavía estaba un poco sentido por la broma, así que concebí en ese momento mi oportunidad de hablar para hacer mi desquite por las burlas. Palabras más, palabras menos, mi opinión fue la siguiente:
En el mundo hay una incontable cantidad de editoriales. De esas, menos de 25,000 cumplen estándares internacionales y menos de 100 están consideradas las mejores del mundo. Entre todas publican para los idiomas con mayor número de hablantes y por ende alimentan de conocimiento al 65 % de la humanidad. Desde parvularia hasta el último posgrado, desde manuales para cualquier oficio hasta libros de texto académicos y didácticos para cualquier profesión, desde un periódico de una gran redacción hasta las publicaciones de la comunidad científica, todo texto que lleve el sello de una de esas grandes editoriales lo hizo pasar primero por las manos de un equipo de correctores de estilo.
Todos callaron… algunos sonrieron, otros me dijeron que como siempre todo me lo tomo en serio y que conmigo no se puede bromear, y bueno… para no quedar como el resentido o algo así, me dispuse a cambiar de tema, a bromear con todos, porque al fin y al cabo era una simple reunión social, y solo se trataba de pasarla bien.
Y bueno, también es importante aclarar que hablé de forma irresponsable, porque no conozco y ni tengo ningún dato que respalde mis afirmaciones. Ni siquiera soy una autoridad en el tema de la redacción, y soy una vergüenza para mis colegas, porque debería de tener más rigor a la hora de escribir. Ni modo: mea culpa.
Pero al punto que quería llegar es ese: La corrección de estilo es ese oficio silencioso, ese trabajar tras bambalinas, pero que tiene la finalidad de hacer que la lectura le resulte más amigable, para acercarnos la información de la mejor manera. Son héroes invisibles, menores, pero héroes al fin y al cabo. Es un oficio de suma paciencia, de resolver escollos: un oficio con el que al aparecer errores crasos le cortan la cabeza al corrector y no a quien redactó.
El Día Internacional del Corrector de Estilo se instituyó por la unión de varias asociaciones de correctores, por tratarse del natalicio de Erasmo de Rotterdam, quien nació un 28 de octubre, pero que en América sería 27. Erasmo no solo es el gran humanista y genio, autor de Elogio de la locura y otras obras, sino que también realizó encomiables actividades editoriales, como su traducción parcial de la Biblia, que sigue siendo estudiada y debatida.
Y como dato curioso, Titivillus es el demonio que hace que los correctores y editores se equivoquen. Y creo que tienen un santo patrono, aunque en esta ocasión le debo el dato. Sí, lo leí en alguna parte, pero aunque busqué en Google no lo encontré.
Igual, por eso y por todas esas cosas más, solo me resta añadir para algunos de mis amigos y para quienes ya saben: FELIZ DÍA DEL CORRECTOR DE ESTILO.