Detalles.- Las primeras líneas son delicadas. Siempre. No importa si el escritor es conocido o no, la primera línea es un asunto delicado. Es el pequeño paso para el hombre y el gran paso para la imaginación. Es la irrepetible primera impresión. Ese romper la gélida barrera entre lector/autor o lector/historia.
Y los escritores lo saben; lo saben muy bien.
Por eso quise hacer esto: un modesto recuento de las primeras palabras de libros que son poco menos que perfectas: esas que te hacen una oferta que simplemente eres incapaz de rechazar.
El extranjero, Albert Camus
«Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer».
Scaramouche, Rafael Sabatini
«Nació con el don de la risa, y la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio».
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo».
La metamorfosis, Franz Kafka
«Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto».
El túnel, Ernesto Sabato
«Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne».
El guardián entre el centeno, J.D. Salinger
«Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás cosas estilo David Copperfield, pero no me apetece contarles nada de eso».
Ana Karenina, León Tolstói
«Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada».
1984, George Orwell
«Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece».
Conversación en La Catedral, Mario Vargas Llosa
«Desde la puerta de La Crónica, Santiago mira la avenida Tacna sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?».
El tambor de hojalata, de Günter Grass
«Lo reconozco: estoy internado en un establecimiento psiquiátrico y mi enfermero me observa, casi no me quita el ojo de encima; porque en la puerta hay una mirilla, y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que a mí, que soy de ojos azules, no es capaz de calarme».
Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk
«Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida».
Murphy, de Samuel Beckett
«El sol brillaba, no teniendo otra alternativa, sobre lo nada nuevo».
Asfixia, de Palahniuk
«Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate. Seguro que hay algo mejor en la televisión. O, ya que tienes tanto tiempo libre, a lo mejor puedes hacer un cursillo nocturno. Hazte médico. Puedes hacer algo útil con tu vida. Llévate a ti mismo a cenar. Tíñete el pelo. No te vas a volver más joven. Al principio lo que se cuenta aquí te va a cabrear. Luego se volverá cada vez peor».
Memorias del subsuelo, de Dostoyevski
«Soy un hombre enfermo… Un hombre malo. No soy agradable. Creo que padezco del hígado. De todos modos, nada entiendo de mi enfermedad y no sé con certeza lo que me duele. No me cuido y jamás me he cuidado, aunque siento respeto por la medicina y los médicos. Además, soy extremadamente supersticioso, cuando menos lo bastante para respetar la medicina (tengo suficiente cultura para no ser supersticioso, pero lo soy). Sí, no quiero curarme por rabia. Esto, seguramente, ustedes no lo pueden entender. Pero yo sí lo entiendo».
Las intermitencias de la muerte, de Saramago
«Al día siguiente no murió nadie».
Probablemente se nos escaparon muchas algunas joyas que debería estar acá. Por supuesto que en VoxBox siempre aceptamos sugerencias, tal vez podamos hacer juntos una segunda entrega.