Literatura.- Antes de empezar con la lectura de este libro, encontré un post en Instagram, -si es que mi memoria no falla-, en donde lo simplificaban con la siguiente frase: “Dog Café representa la angustia vital de la veintena”. Debo admitir que es una frase atrayente.
El libro nos sitúa en la vida de Várez, una mujer joven, exitosa profesionalmente y en apariencia plena, casi una triunfadora; tiene una relación un tanto fuera de lo común con un hombre veinte años mayor que ella. Es una relación de confidencias, intimista y llena de ritualismos entre ambos. La monotonía de su vida toma un respiro entre las paredes de la casa de este hombre. Sin embargo, un día él decide marcharse, y es así como asistimos a la vertiginosa lucha de Várez por sobrevivir a la soledad y al mutismo de siempre. Dos elementos autoimpuestos, y que lleva como una cruz desde la infancia.
Y es esa soledad lo que la lleva a una introspección en la que empieza a recordar el silencio con el que creció. La historia nos evoca pequeños flashbacks de esa niñez no tan olvidada, de cómo esa niña tímida y retraída sufría diversos abusos por parte de sus compañeros, pero también era feliz en su burbuja de soledad y quietud. Y es ahí donde la Várez de 25 años vuelve a sentir el desasosiego de una niña pequeña, que no tiene a nadie con quien hablar.
Dog Café y las historias sinceras
La historia nos revela, además, pasajes de la vida de su protagonista que guardan mayor significado, nos muestra sus pensamientos y su dolor, sus temores. Uno de los detalles más interesantes del libro es descubrir lo cansada que está a pesar de su juventud, casi podemos palpar esa angustia perenne. La narración es sencilla y directa, algo que se agradece cuando se tocan temas como la salud mental, el abuso en el consumo de fármacos y la pérdida. No estamos ante un libro pretencioso. Rosa Moncayo Cazorla, la autora, y quién para el momento de escribir Dog Café tenía veintitrés años, nos acerca de forma magistral a una de las historias más sinceras que he leído en lo que va de este año.
No nos impone un final feliz, no nos dicta el camino que Várez debe seguir, sino que, por el contrario, solo nos guía por su amplio mundo, por sus pensamientos centrados en sus propios temores, con el preludio dictado por su propia madre —“Eres una máquina de pensar y te pasará factura”-. Pero tal vez, es ese monólogo interno el que ha hecho a la protagonista una superviviente.
Por otro lado, creo que es imposible no sentirse identificado con esta chica, pues en cierta manera, todos hemos necesitado un poco de soledad en nuestras vidas, la diferencia únicamente reside en que Várez está tan acostumbrada a su aislamiento que ahora, que es urgente pedir ayuda, no sabe cómo hacerlo.
Desde luego, como suele ocurrir cuando un libro nos gusta mucho, se vuelve difícil definirlo sin llenarlo de halagos; sin embargo, cualquiera que lea Dog Café tendrá que admitir la importancia en la sencillez de sus párrafos y la estructura con que la autora lo formó, es la catarsis emocional que más de alguna vez hemos necesitado realizar. Y aunque tenemos una sola protagonista, hay personajes periféricos bastante interesantes, como ocurre con Kabi, quien es la compañera coreana de Várez y que representa al único vínculo de amistad que esta posee. Kabi es un personaje en el cual se profundiza solo lo necesario, pero con ello entendemos las similitudes entre ambas y la necesidad que tiene la una de la otra.
Ojalá tengamos más noticias sobre esta autora, ojalá.