Cine.- Escribir sobre cine resulta complicado para alguien que tiene tendencias a ver películas malas. No es que no vea buen cine, pero soy de gustos sencillos y siempre he encontrado tranquilidad en las películas de trama simple, donde pensar no sea muy necesario, y donde pueda desconectar el estrés por un par de horas.
En esas andaba cuando Netflix me sugirió ver Perdida. No es una producción típicamente grande al estilo hollywoodense, tampoco tiene un elenco de estrellas internacionales, y, además, es de origen argentino. Siendo sincera me llamó la atención porque me recordó a la maravillosa Gone Gir”, que en su momento anduve recomendando a amigos y conocidos. Eso sí, debo aclarar que las películas no tienen similitud alguna, la trama de Perdida es muchísimo más básica —aunque ambas centradas en una desaparición–.
Ahora bien, si la ven, posiblemente la tachen de predecible. Y es que aún en los momentos en que pudo ser brillante, las actuaciones no permitieron el milagro, soy consciente de ello. Sin embargo, hay un solo motivo por el cual vale la pena verla, o bueno, dos motivos.
Los motivos para ver Perdida
El primero es el que ya les venía comentando: pasar dos horas desconectado del exterior. Estamos ante una película que no tiene punto de quiebre, pero que al menos entretiene. ¿A caso no es esa la función de Netflix?
El segundo punto, y obviamente el más importante —y perdón por los spoilers— es que ayuda a visibilizar un problema social y legal que durante años nos ha afectado, sin importar que hablemos de Argentina, México, El Salvador o España, en cualquier país del mundo: la trata de personas.
Las miles de mujeres y niñas que son vendidas se enfrentan de un día para otro a una suerte de esclavitud moderna; muchas de las personas que son traficadas se convierten en trabajadores explotados, o bien, son asesinados para que sus órganos sean transados en los mercados negros, pero en el caso de las niñas y mujeres el tipo de esclavitud es sexual. Vendidas como si se tratara de un trozo de carne al mejor postor, por un par de horas, en donde el abuso sexual, físico y psicológico llega a los limites más brutales.
Es importante saber que ningún país, por muy desarrollado que sea, es inmune a la trata de personas; sin embargo, son los países más pobres o conflictivos los que tienen mayor incidencia dentro del tráfico ilegal. De acuerdo con los datos arrojados en el más reciente informe de la ONU sobre casos de tráfico ilegal de personas, en los países de Centroamérica y del Caribe, entre el 62 y el 64 por ciento de las víctimas son niñas y niños. Tanto las niñas, niños y mujeres son utilizados principalmente para la explotación sexual, tal como lo vemos reflejado en Perdida; para una persona que trabaje en áreas relacionadas con derechos humanos, o búsqueda de personas, el tema es conocido. Sin embargo, para la sociedad en general “la trata” es de aquellos delitos que pasan sin pena ni gloria, pero es un mal que nos viene jodiendo desde siempre.
El UNODC, la entidad encargada de emitir un informe cada dos años, nos plantea la actualidad sobre los casos de trata de personas, los índices, las relaciones que existen entre la trata y los desplazamientos forzados, los conflictos armados o bélicos, las pandillas y la migración en general.
Pero no hay ningún informe que nos acerque a la idea de sufrimientos de todas estas personas, las que indiscutiblemente pierden todo, no solo su libertad ambulatoria, pierden su identidad, la vida como tal se las han arrebatado y se vuelven un objeto más de una colección poco valiosa para sus captores.
Ese trasfondo es el que podemos leer en esta película tan mala, pero que si la vemos un poquito más de cerca, al menos nos sorprende con una cachetada de realidad, y eso es lo válido, lo que la vuelve un producto necesario, tanto así que yo, que no suelo recomendar cine, les pido que la vean.