Opinión.- Las vírgenes suicidas son recordadas como aquella historia popularizada por Sofia Coppola, allá por inicio de este siglo. Es esa película que cuenta la leyenda de cinco hermanas, rubias y de ojos azules, de melancólica belleza, pero también un poco introvertidas, que, sin embargo, era imposible no observarlas desde algún sitio apartado, mientras danzaban bajo los rayos de sol que volvía traslucidas sus faldas a cuadros o pantalones de pana.
Pues bien, dicha película está basada en la novela homónima de Jeffrey Eugenides, que empieza con una única certeza: las hermanas Lisbon inevitablemente se suicidarán. Es algo así como “la crónica de un suicidio colectivo anunciado”, y el lector, al igual que en aquel libro de García Márquez, va a buscar los indicios de por qué esa decisión ha sido tomada.
(Contiene spoilers)
Llegado a este punto, debo aclarar que el libro no está narrado por ninguna de las chicas (al igual que en la película, como recordarán aquellos que la vieron), sino por sus vecinos, los eternos enamorados, esos que las espiaban mientras bailaban en la oscuridad. Ellos, al igual que el lector, irán hilando la telaraña para descubrir las razones de los suicidios, pero también aportarán a la trama parte de su belleza.
Las vírgenes suicidas y la decadencia
Considero que el libro representa la decadencia de la juventud norteamericana, que vista a día de hoy también puede ser la de cualquier joven en cualquier parte del mundo occidental. Representa el hastío y el desasosiego. En parte también simboliza la negligencia de las familias felices, al menos aquellas que aparentan serlo, la falta de comunicación, la soberbia de creer que lo sabemos todo por el hecho de ser mayores.
Asimismo, la historia maquila a la perfección la etapa más crítica de nuestras vidas, la adolescencia. El libro está lleno de detalles, de sueños, de vida que necesita ser derrochada, pero que para las hermanas Lisbon se consume entre las paredes de su casa. Las chicas no tienen muchos amigos, nunca han salido con otros chicos, no conocen la amplitud del mundo que las rodea, y un día, después de vivir con tanta desesperanza, por fin deciden escapar. Pero su deseo es tan grande, que necesitan un escape certero, para siempre.
El punto de quiebre es ese, la noche en que las chicas deciden irse. Resulta abrumador el pensar que esa misma noche sus vecinos enamorados creían que podrían salvarlas, y en parte, quizás lo hicieron. Esa noche en que Lux atravesó la sala de estar dejándolos ahí, expectantes, la noche en que escucharon maletas arrastrarse para atravesar por fin el umbral de la niñez y salir a un mundo nuevo, un mundo inducido por pastillas para dormir, gas de cocina, y una cuerda colgando de cualquier viga. La noche más feliz para ellas fue la noche más triste de ellos, y luego, el mundo siguió como si nada, con los mismos vacíos y las mismas certezas, pero sin ellas.
Las vírgenes suicidas es una oda a la cotidianidad de los suburbios de cualquier país, donde un día y sin esperarlo algo nos saca del embotamiento habitual, del aburrimiento perenne y nos da una bofetada con sabor a muerte.
Autora: Vanessa Ramos. Abogada y lectora asidua.
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