Opinión.- ¿Alguna vez han estado en una reunión, y para romper el hielo con un grupo de desconocidos les dan su opinión sobre un tema de conversación que previamente ya los habían escuchado discutir, pero que en ese preciso momento en que hablaron dejó de ser de su interés?
Bueno, muy bien esta entrada podría sentirse que está en la misma categoría de esa incómoda situación, porque la serie que he escogido para el día de hoy tiene vigencia desde 2011 y ha pasado más de un año desde que Netflix adquirió los derechos para producir nuevos episodios. Así que no es nada nuevo. De todas formas no me atrevo a dejar pasar por alto mi oportunidad de hablar de ella, mucho menos cuando la siguiente temporada se encuentra tan cerca de ser anunciada, posiblemente para finales de este mismo año.
Me refiero obviamente a la ya conocida internacionalmente serie antológica de ciencia ficción Black Mirror, que fácilmente pudiera clasificarse como un clásico de culto contemporáneo. Si ya la conoces, bien, puedes regodearte de que posiblemente todo lo que esté a punto de mencionar lo sepas de antemano, pero si no, deja que te cuente primero la historia de un hombre llamado Rod Serling y qué relación tiene con el tema…
Rod Serling
A finales de la década de los cincuenta, un joven guionista norteamericano de dramas televisivos había estado adquiriendo cierta notoriedad por la prensa. Su trabajo era elogiado por los críticos debido a las tenaces observaciones que hacía sobre el estilo de vida estadounidense y el ingenio que emanaba la mayoría de sus diálogos, y con tan solo 31 años ya había ganado su primer Emmy y había adquirido el tan anhelado sueño de una gran mayoría de artistas: poder sustentar económicamente a su familia escribiendo.
Sin embargo, Serling no estaba satisfecho con su trabajo y sentía un alto grado de desilusión cada vez que las cadenas de televisión lo presionaban a cambiar su material, esto con el propósito de suavizar su lado más polémico. Él, siendo un acérrimo crítico contra la censura, se sentía cada vez más frustrado al no poder hablar libremente de las problemáticas sociales y políticas a las que se enfrentaba su país en el momento.
Fue así como nació The Twilight Zone (“La Dimensión Desconocida”). Serling, denominado por historiadores como un “escritor serio”, siempre en busca de la “la gran novela americana”, incurrió en una serie que hizo uso del género de la ciencia ficción, la fantasía o el terror, que hasta entonces había sido un terreno inhóspito para él, por lo que necesitó asesorarse primero con otros grandes escritores de la época, como Ray Bradbury, por ejemplo.
El contexto fantástico de las historias que se contaban en la serie era usado más como una forma de recurso narrativo, servían como metáforas o alegorías a los problemas de la sociedad norteamericana, que de otra forma los guionistas no hubieran tenido la oportunidad de representar de forma una realista, al menos sin someterse a la censura de los ejecutivos.
Temas propios de la época como la amenaza de una guerra nuclear, la segregación y la paranoia comunista promovida por el macartismo, eran presentados de una forma que todos los miembros de un núcleo familiar promedio pudieran entender, creando un legado y haciendo de la serie el fenómeno cultural que todos hemos llegado a conocer.
¿Y Black Mirror?
Ahora, hablando propiamente de Black Mirror. Esta serie de origen británico toma los mismos principios que The Twilight Zone, al representar los problemas sociales y culturales propios de nuestra era, pero enmarcados siempre en un mismo contexto. El uso de escenarios imaginarios para ejemplificar una metáfora en la que predomina un alto desarrollo tecnológico, pero a costa de la propia desintegración moral del hombre como ser racional.
Esta es la perfecta secuela espiritual del legado de Rob Serling, debido a la forma en que sus escritores son capaces de crear auténtico terror psicológico y constante intranquilidad en cada uno de sus episodios, innovando dentro del género al plantearle a la audiencia problemáticas que jamás se habría imaginado que fueran posibles, de no ser por la realidad cada vez más tecnológica-dependiente en la que estamos inmersos.
Planteamientos morales y filosóficos son mucho más palpables al utilizar explicaciones que justifican el aspecto fantástico de las situaciones con términos informáticos, que somos capaces de comprender y efectivamente podemos emplear en nuestra rutina, haciendo que algunos conceptos sean inquietantemente plausibles…
Interrogantes interesantes, tales como:
- ¿Hasta qué punto la inconformidad popular se hará tan tangible, que todos prefieran votar por figuras antipolíticas representadas en personajes de ficción?
- ¿En qué momento nuestra legislación pudiera darle prioridad a nuestra obsesión por el espectáculo, por encima de la propia lógica o un sentido de la justicia moral?
- ¿En qué momento nuestro comportamiento en las redes sociales pudiera terminar invadiendo todos los demás aspectos de nuestra vida?
- ¿En qué punto nuestra personalidad en las redes deja de ser una extensión de nosotros mismos como individuos, y por el contrario, este se convierte en nuestro único rasgo predominante?
Podemos decir que se magnifica una tecnoparanoia, pero que es lo suficientemente autoconsciente de no satanizar directamente al desarrollo y el avance tecnológico per se, sino que critica más bien los principios bajo el que lo seres humanos hacemos un uso incorrecto de la tecnología, desarrollando patologías de enfermedades mentales que ahora están directamente ligadas a los nuevos hábitos de dependencia u obsesión tecnológica más comunes.
Es el palpable esfuerzo al ver cómo se explota al máximo el potencial de cada una de las premisas, se dedica tiempo a expandir el propio universo de la serie y establecer una estética singular, aun cuando son historias independientes con tonalidades diferentes, y existe un nexo subyacente que unifica los diferentes entornos que se exploran.
Aun siendo tan radicalmente opuestas algunas de las realidades sociales que se presentan es predominante, de alguna u otra manera, las mismas problemáticas de siempre y que azotan al hombre contemporáneo, ejemplificando a la perfección lo vacía y burda que puede llegar a ser nuestra existencia actual.
Un producto para la posteridad, donde cada episodio merecer ser un caso de estudio particular, que nos hace reflexionar y evaluar qué escenarios pueden hacerse realidad en un futuro no muy lejano.