Viajes.- Cuando cumplí 25 años —hace ya varios otoños y para el cual tenía un poco de dinero ahorrado más el dinero de un interinato— no sabía qué hacer para celebrarlo. Las opciones eran varias, entre ellas estaban un tatuaje que aún me debo. Al final topé con la de viajar: irme a Cancún. Estamos hablando del año 2009 así que un 14 de un mes cualquiera decidí salir con mochila en hombros rumbo a ciudad de Guatemala donde pasé unos cuantos días para luego salir hacia Tikal, que fue mi primer destino. Pasé una noche en la Isla de Flores y luego recorrí las míticas ruinas. El siguiente día salí para Belice City, y una vez estando allá tomé una lancha a Caye Caulker.
Me hospedé en un dormitorio del hostal Tina’s por USD 15.00. Pase allí tres noches: una la aproveché para ir a hacer snorkel, al Blue Hole y la otra para disfrutar de la playa completa solo para mí. Al terminar mi estadía en ese lugar volví a la capital donde tomé un autobús para Chetumal, la frontera para viajar a Cancún. Pasé por un pueblo llamado Corosal, y cuando estaba en mi destino para cruzar, resulta que no podía ingresar con visa estadounidense, que tenía que tener la visa mexicana. Como no pensaba quedarme con las ganas me crucé ilegal. Primero comí algo donde una señora que se llamaba Graciela y luego metí mis mochilas en un taxi y me pase caminando.
Logré ingresar a territorio mexicano pero me puse nervioso porque me encontraba ilegal y la inexperiencia me hacía no sentirme cómodo, así que me regresé con niña Graciela quien me dijo que me podía quedar esa noche en su casa si lo deseaba, pero preferí ahorrar tiempo y me fui en un viaje muy largo a Melrcho de Mencos que ya es del lago guatemalteco. Antes hice una parada en San Ignacio, el último pueblo de Belice antes de la frontera. Me quise quedar allí porque quería ir a las ruinas mayas de El Caracol, el problema es que no sabían cuándo iba a haber tour porque no es muy accesible ir al lugar, ni tampoco hay transporte público que lo lleve a uno; había que esperar un grupo de cinco a diez personas y en un pueblo que no había mucho que hacer no quería gastar mi dinero.
Así que me fui para Guatemala.
Después de una noche en Mencos, partí directo a Río Dulce (me arrepiento no haberme detenido por lo menos una noche ahí) y me fui directo a la rumba de Livingston. Me pasé dos noches bailando con los garífunas guatemaltecos. Pagué una clase de cocina por cincuenta quetzales en Rasta Meza, fuimos cuatro personas y fue de lo más divertido preparar entre todos fritangas de plátano, tapado de camarón y arroz con coco, que sigo preparando hasta estas fechas.
Después salí a Puerto Barrios y tenía dos opciones: irme a Omoa en Honduras y conocer la fortaleza o seguir en Guatemala. Me decidí por lo segundo. Continúe en un trayecto de casi ocho horas hasta Cobán, me hubiera gustado fotografiar la iglesia de Tactic. Llegué a Cobán solo a dormir en un hostal de una salvadoreña. El siguiente día salí para Semuc Champey —espero regresar un día a ese paraíso guatemalteco— y conocí el pueblo de Lanquín y sus grutas, aunque me faltaron las Grutas de la Candelaria, donde nace un río subterráneo que para muchos podría ser el Xilbalbá.
Al siguiente día salí con destino a ninguna parte. Podía ir a donde me llevara la vida. Pasé por un pueblo llamado Uspantán, tierra de Rigoberta Menchu. Terminé esa noche en Nebaj para luego pasar por Santa Cruz del Quiché y terminar pasando mi noche en Chichicastenango, ese místico pueblo en donde el sincretismo religioso es mucho (en un viaje posterior viví una experiencia bastante fuerte en su cementerio).
Disfruté el día que estuve allí y luego salí para Xela, donde continuó mi viaje de cumpleaños.
Pero se los contaré en otro post.
VoxBox.-