Cine.- Ya hay varios textos publicados en otras revistas que hablan sobre las virtudes y debilidades de esta película salvadoreña, La palabra de Pablo, que, por lo demás, me parece que todos deberíamos ir a ver. Parece poca cosa, pero realmente es muy importante que consumamos las producciones que se hacen en este país.
Creo que todos los artículos (al menos los que he leído hasta ahora) coinciden en lo mismo: el gran problema es el guion. Estoy de acuerdo con esa crítica. Por las razones que sean, el guion, la columna vertebral de cualquier producción audiovisual, tuvo sus fallas. A pesar de eso, la película se disfruta mucho.
Como no soy experto en cine, ni siquiera llego a la categoría de cinéfilo, no puedo hablar de las virtudes de la fotografía (que sé que las tiene), de la iluminación, encuadres, la tipografía, ni de lo bien que trabajaron el tema del sonido respecto a Malacrianza, como lo menciona este texto. Pero para no quedarme con el malestar en el cuerpo, quisiera mencionar puntualmente los vacíos argumentales, al menos los que a mí me lo parecieron.
CONTIENE SPOILERS
La palabra de Pablo y los vacíos
Quisiera volver a recalcar que ni soy experto en cine ni es mi intención despotricar por despotricar. Quisiera plantear las preguntas que la película me dejó, y que igual responden a la interpretación y, a veces, a mi don innato para pasar por alto ciertos detalles.
Laura y Rodrigo
Lo primero que no me cuadró fue la extraña obsesión que Rodrigo (Asuical Sandoval), el mejor amigo de Pablo (Carlos Aylagas), tiene con Laura (Paola Baldion), simplemente no lo comprendo. Se supone que tenemos que asumir que Rodrigo la ha visto en innumerables ocasiones y que, de tanto verla, se ha enamorado perdidamente. O quizás no. No lo sabemos, no nos lo explican de ninguna manera. Es más, en toda la película, Rodrigo y Laura solo coinciden una vez en la misma escena. UNA. Luego me surgió esta duda: ¿cuántos años se supone que tienen Rodrigo y Pablo? Porque la obsesión de Rodrigo me parece enfermiza para un joven que ya, al menos, tiene licencia para manejar.
La otra cosa que me desencajó está ligado con lo anterior: aceptemos que Rodrigo es un tipo raro que se ha obsesionado con una mujer, estoy seguro que muchos casos de esos habrá en la vida real. ¿Cómo es que se asume con tanta facilidad que, por estar en la misma casa de lago un fin de semana va a conseguir tener sexo con ella? Pablo lo convence pidiéndole que lleve mucho dinero (porque Rodrigo tiene mucho dinero, porque eso dice Pablo, aunque en ningún momento lo muestran), pero nunca le explica cómo el dinero va a lograr que Laura acepte. La obviedad, dirán algunos: Rodrigo la va a impresionar con sus fajos gordos de dólares. ¿En serio?, ¿tan así por así?, ¿no hay nada más allá de lo obvio? Vean que en la lógica interna de la película hasta hubiese creído que idearan un plan para emborracharla, o drogarla, y luego “aprovechar” para violarla. Tomando en cuenta la ingenuidad de Rodrigo y la maldad de Pablo, me hubiese tragado por completo una situación como esa. Pero no.
Queda implícito que Pablo odia tanto a Laura que la cree capaz de cogerse a un adolescente si se le pone enfrente un montón de dinero, pero nosotros, los espectadores, nunca la creemos capaz de eso. No hay nada en su forma de desenvolverse que haga creer que es capaz de algo semejante. Lo de que es una oportunista que ve en el papá de Pablo a un sugar daddy más que a una pareja es algo que lo dice Pablo. En ningún momento lo muestra ella. La mayor parte del tiempo Laura se nos presenta como una mujer bastante sensata que intenta hacer las cosas bien, cosa que no encuadra con la imagen que Pablo nos pinta de ella. El problema no es que existan esas contradicciones sobre un personaje, que a la larga lo único que logran es enriquecerlo; para mí el problema es que queda latente la sensación de que esas contradicciones son producto de una mala definición del personaje —otra vez— por parte el guion, y no de una búsqueda por la complejidad.
Pablo El malvado
El otro vacío que me dejó la película fue: ¿por qué Pablo es tan malo y cruel? Nunca lo comprendí. Es decir: comprendo que tenga muchos problemas con su familia, con su padre y su medio hermano. Incluso comprendo que vea en Laura una amenaza. Comprendo que, por ejemplo, se pase la mitad de la película fumando mariguana o haciendo y diciendo cosas de adolescente rebelde. Pero, ¿por qué odia a Laura, por ejemplo? Nunca lo entendí, nunca me lo explicaron. ¿Es eso parte de la mística de la narrativa? Podríamos decir que Pablo es psicópata, la película acaso lo insinúa. De acuerdo, elaboró primero un plan maestro para deshacerse de Laura. Luego un plan para matar a su propio medio hermano, pero en el proceso tuvo que matar a su mejor amigo. ¿Por qué?, ¿cuál era el objetivo?, ¿por qué no ideó un plan para burlar a la policía también? Yo no me compro esa idea de que un personaje es malo porque sí, alguna motivación tendrá, o en su defecto algún trastorno bien jodido de personalidad. Supongo que se pretendía que su maldad se justificara con que de pequeño presenció cómo unos encapuchados secuestraban a la mamá. Eso tiene mucho sentido, de hecho, pero la película no lo desarrolla.
¿Emilia qué?
Quiero retomar algo que escribió Élmer Menjivar sobre esta película para continuar:
Hay violencia, decadencia y corrupción como en una suerte de cine noir sin protagonistas policías. El sistema se intuye ahí, permisivo y tolerante con el criminen.
Entiendo esa intención y coincido en que, en términos generales, está bastante bien lograda. Pero, ¿Suicidar a Emilia (Rosario Ríos)? No entendí por qué se suicidó de esa forma tan tosca. No entendí en qué afectó que se suicidara o no. Es más: no entendí qué hacía ese personaje, o cómo ayudaba en la narración. ¿Se suicidó por la pelea que tuvo con Óscar (Leandro Sánchez Arauz)? No me convence. Pero me convence todavía menos que nadie se haya alarmado por su desaparición repentina.
Sin embargo…
Como dije al inicio, creo que hay ir al cine a verla. Tenemos que comprender que el cine, como la música o la literatura, son formas de arte que necesitan tener público para continuar creciendo. Se nota, además, que Arturo Menéndez ha crecido un montón desde su última película, Malacrianza.
No es obligación que te guste lo que se produce en el país, pero sí es un deber, casi patriótico, ayudar a que estos esfuerzos no queden en el aire.
Parafraseando a aquel infame personaje de nuestra historia reciente: haga patria, consuma lo nuestro.