Baby Driver no solo es una de las películas más entretenidas en lo que va de año, sino una de las bandas sonoras más esperadas. Es un paseo con un innegable potencial de ser clásico instantáneo.
Cine.- Podría parecer mentira que a estas alturas todavía exista alguien que no haya visto Baby Driver, pero en ciertas partes del mundo (como en mi caso en particular, Venezuela), todavía existen estrenos que llegan con un cierto retraso, casi exagerado en comparación con el resto de países del continente.
No hace falta decir que este retraso no hizo otra cosa que incrementar mi curiosidad (y casi fijación) por la cinta, debido a la gran cantidad de elogios que ha venido recibiendo desde su estreno en Estado Unidos y, al mismo tiempo, hacía cada vez más tortuosa la tarea de evitar enterarme prematuramente de algún giro importante de la trama antes de verla.
Pero finalmente, tras haber cumplido religiosamente con una primera visualización, me di cuenta que quizás necesitaría una segunda… luego una tercera, y solo por si las dudas, una cuarta. No porque necesite desmenuzar todos aquellos elementos escondidos y sutilezas dentro de su puesta en escena (que sí las tiene), sino porque simplemente fue un paseo endemoniadamente divertido.
Lo mejor logrado de Wright
Edgar Wright es un director con una trayectoria fascinante, aunque francamente todavía se siente un tanto reducida. Pero en cada uno de sus proyectos logra conservar un estilo peculiar que desborda de originalidad e impresiona en cuanto ingenio, tanto por sus historias como por su forma de planear visualmente algún gag, o revelar información en el fondo. Así como su montaje tan característico, sumamente rápido y yuxtaposición dinámica.
En lo que concierne a este filme, podría fácilmente posicionarse como su trabajo mejor logrado como director, sin querer menospreciar sus trabajos anteriores, que siguen siendo obras maestras por sus propios méritos. Aquí es palpable el reto de precisión y sincronización musical, casi sobrehumano, por el que tuvo que pasar dentro del apartado técnico tanto dentro del rodaje como en la sala de postproducción.
La música ochentera
No creo ser paranoico ante el hecho de que tras Guardianas de la galaxia y quizás un poco antes exista una obsesión hollywoodense por hacer películas con bandas sonoras llenas de éxitos pop-rock ochenteros, cuyas escenas de acción energizantes emulen la experiencia de videos musicales de diseño estilizado.
Pero en el caso particular de Baby Driver son más que simples imágenes bonitas con música genial: aquí la música es en todo momento diegética, sin excepción, por razones de la trama, que busca mantenerse justificada con el paso de cada nuevo track: Funciona como un engranaje dentro de la historia, más que como un complemento de la misma. Las letras de las canciones van en sincronía con lo que vemos en pantalla y narran acciones e ideas de forma paralela.
Cada efecto sonoro, golpe o disparo se encuentra perfectamente realizados al ritmo de la música, haciéndonos creer que la vida de nuestro protagonista y el mundo al que hemos sido absorbidos forma parte de un interminable video musical. Sonará cursi, pero ¿quién no ha deseado que la vida real funcionara así? ¿Quién no ha querido caminar o conducir por la calle al ritmo de una canción en completa sintonía con nuestro estado de ánimo?
Vemos y escuchamos el mundo tal como lo hace Baby (Ansel Elgort). Aprendemos todo lo que necesitamos saber acerca de sus obsesiones y su carácter en tan solo unas pocas escenas, casi sin necesidad de ningún diálogo en los minutos iniciales. Con la simple secuencia inicial de Baby esperando en el auto al ritmo de los Bellbottoms, mientras ocurre el atraco, sabemos que por su cuenta es un personaje carismático e infantil, pero serio cuando el momento lo requiere, preparado para pisar el acelerador y hacer lo que se le da mejor: escapar con un killer track de fondo.
Y la acción con persecución
Dejando de lado un poco la música, pasamos a hablar de las escenas. Sencillamente las secuencias de acción y persecución son una experiencia sin igual, comparables a la experiencia de alguna de las atracciones de un parque de diversiones, y son todas merecedoras de un puesto honorífico junto a otras películas clásicas del género, ya sea Heat, The Driver o incluso The Blues Brother (todas obvias fuentes de inspiración).
Además de una espectacular química entre sus protagonistas, Elgort y Lily James sobre todo, cada vez que están juntos pueden sentirse chispas salir de la pantalla, su relación cautivadora y casi imposible de imitar.
Aparte, todo el elenco es memorable con sus pequeñas excentricidades: Kevin Spacey, Jammie Fox, John Hamm y Eliza González, aun siendo peligrosos para la vida del protagonista, son entrañables a su manera. Juntos forman el crew ficticio más entretenido en la historia de los atracos del cine.
Ver esta película es entrar de lleno a un mundo de fantasía, en todo el buen sentido de la palabra, como lo expresa el propio realizador. Busca transmitir una cierta cualidad mágica que solo puede ser posible en el mundo de las películas.
Wright ha logrado entrar a un estatus de notoriedad que nadie se hubiera imaginado jamás. Además, es un director con un trabajo sumamente honesto que habla por él a la perfección: no duda en luchar por lo que desea hacer, no niega ni huye en rendir homenaje a los maestros que le sirvieron de antesala, e incluso llega al punto de autodenominarse como un director de cine comercial.
Eso no niega, sin embargo, la posibilidad de superarse a sí mismo y, al mismo tiempo, hacer contenido de calidad, con un estilo visual propio y temas obsesivos subyacentes que lo vuelven un auteur cinematográfico, pero sin la pretensión de querer obligarse ser visto como tal.
Un paseo a lo clásico instantáneo
No solo es una de las películas más entretenidas en lo que va de año, sino una de las bandas sonoras más esperadas. Es todo un paseo con un innegable potencial de ser clásico instantáneo. Películas como esta lamentablemente no son tan comunes y deben ser aprovechadas en su momento.