En su historia, la Tierra ha sido azotada por cinco extinciones masivas desatadas por causas naturales o cósmicas. Pero esta vez el responsable es el ser humano.
Detalles.- Extinción es una palabra que suele evocar imágenes de tiranosaurios, velocirraptores o pterosaurios picudos y de anchas alas. Todos tenemos algunas nociones sobre la época en que estos gigantescos reptiles vagaron por el planeta y, en general, sentimos una fascinación casi morbosa por sus dientes y garras. Sabemos también que ya no existen. Se extinguieron hace 65 millones de años, en el Cretácico, cuando una bola de fuego cruzó los cielos e impactó violentamente contra la superficie del planeta.
Esta fue la última pero no la peor de las grandes extinciones. Ese dudoso honor le corresponde a la que ocurrió hace 250 millones de años, en el Pérmico, tan masiva que se la conoce como la Gran Mortandad. Otras tres ocurrieron en distintos momentos, desde que hace 3,800 millones de años surgiera por primera vez la vida.
Ahora, todo apunta a que asistimos en primera fila a la sexta gran extinción.
Corría el año 1998 cuando una encuesta realizada por el Museo Estadounidense de Historia Natural de Nueva York hizo sonar por primera vez las alarmas. “La mayoría de los biólogos del país están convencidos de que está en marcha una extinción en masa de animales y plantas”, se podía leer a principios de abril de ese año en las páginas de The Washington Post. Según el museo, siete de cada diez biólogos afirmaban que una quinta parte de todas las especies vivas podría desaparecer en menos de tres décadas y que el ritmo de desaparición era mayor que en cualquier otro momento de la historia.
Cualquiera imaginaría que, ante unas predicciones tan dramáticas, se tomarían decisiones políticas y sociales, pero no fue así. La encuesta solo contaba con la opinión de cuatrocientos expertos y no fueron pocos los que pusieron en tela de juicio las conclusiones. Sin datos sólidos que respaldaran el argumento de la extinción, el asunto cayó en el olvido, hasta que las cosas adquirieron un tinte bastante más grave.
Situación alarmante
Para empezar, ni siquiera estamos seguros de cuántas especies existen. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) considera que los datos más fiables son los de un estudio publicado en la revista PLOS Biology, en 2011, que afirma que existen 8,700,000 especies. Una cantidad inmensa, si tenemos en cuenta que solo un millón y medio han sido catalogadas. Además, para conocer su ritmo de desaparición, es necesario saber la tasa de extinción actual y la velocidad a la que se extinguían en el pasado. Una información muy difícil de obtener.
Con el objetivo de zanjar esta cuestión, a principios de 2015 un grupo de expertos de las universidades de Stanford, Princeton y Berkeley, liderado por Gerardo Ceballos, del Instituto de Ecología de la Universidad Autónoma de México, decidió poner manos a la obra para llegar a una conclusión más o menos definitiva. ¿Es verdad que el ritmo de extinción se ha incrementado en las últimas décadas? Según sus resultados, sí.
Para eliminar cualquier posibilidad de que sus estimaciones se consideraran exageradas, los expertos limitaron el análisis al grupo mejor estudiado de organismos, los vertebrados. Además: “Usamos tasas de extinción de fondo muy elevadas, que minimizan la diferencia con las actuales”, explican los científicos. “Y solo tuvimos en cuenta —continúan— especies cuya extinción estuviera asegurada, sin incluir otras que es probable que también se hayan perdido, aunque aún no estemos seguros”.
Hasta hoy, ningún estudio había seguido unos patrones tan conservadores, ni arrojado unos resultados tan descorazonadores. “No nos esperábamos que fueran tan malos”, aseguran. Según el artículo publicado en Science Advances, lo normal sería que desde 1900 hubieran desaparecido nueve especies de vertebrados. Sin embargo, perdimos 468 entre mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces.
Estamos ante una tasa de extinción cien veces superior a la normal, y: “Si obtenemos un valor tan elevado usando un enfoque conservador, que sin duda minimiza el problema, entonces es que la situación es realmente grave”, aclara.
El hombre invade todos los rincones del planeta
Esta es la verdadera dimensión del problema y, por primera vez en la historia de la Tierra, la fuerza detrás de este desastre no son el clima, los volcanes o un meteorito. El responsable es el Homo sapiens. Un artículo publicado a mediados de junio de 2015, en el que también participó Barnosky, detalla por qué y cómo hemos logrado desestabilizar la biosfera de una manera tan increíble. Es fácil de resumir: “No hay lugar en la Tierra que no haya sido alterado por los seres humanos”.
La Sociedad Geológica Estadounidense apunta que hemos transformado la mitad del suelo disponible y sobra poco más que los de los desiertos, la tundra, las grandes montañas y algún que otro trozo de bosque. Además, nunca se liberó tanto dióxido de carbono a la atmósfera. Es algo sin precedentes y tan geológicamente inusual que, según explicaban hace poco varios expertos en la revista Oceanography, es probable que convierta a este periodo en “uno de los más notables, por no decir cataclísmicos, de la historia del planeta”.
Quizá nos hemos vuelto insensibles hacia un problema que solo vemos a largo plazo. Pero debemos empezar a preocuparnos, porque ya convivimos con unas “tasas de extinción comparables a las que existían cuando desaparecieron los dinosaurios”, señala Barnosky. Y una pérdida de biodiversidad tan dramática pondrá en peligro nuestra propia supervivencia.
Probablemente seamos la última generación con el poder de tomar decisiones. Pero lo que sea que hagamos establecerá el mundo en el que viviremos en las próximas décadas y siglos. No habrá vuelta atrás.
VoxBox.-