Opinión.- Sí es cierto que no he ido a Europa y el viaje más largo que hice ha sido de poco más de un mes. Pero puedo decir que viajar de mochilero es lo mejor. Aunque a veces me doy aires de superioridad y me suelo ganar mis insultos por ello, o recibir un “no eres mejor viajero por ser mochilero, cada quien viaja como le gusta”, cuando publico algo relacionado en alguna red social.
Me rehuso a viajar en tour o excursión porque no me gusta que me controlen el tiempo o que me lleven a lugares que no me interesan, o que me estén diciendo “les damos cinco minutos para estar en este pueblo, nos espera otro pueblo en el que estaremos otros cinco minutos”. Tampoco me gusta viajar de forma cómoda porque me hace perder la emoción. No me gusta ir en un transporte donde me den la comida porque me pierdo la oportunidad de comprar alguno que otro manjar que se suban a vender al bus, o probar la comida típica del lugar donde estoy; y si no hay comida típica, tengo la oportunidad de comer donde lo hacen la mayoría de lugareños o personas que van de pasada como en los mercados. O mejor aún: en la calle.
Sí, es cierto que cada quien viaja de la forma que le guste, pero no hay comparación con la sensación que tienes de viajar sin ningún plan; a lo mejor con el tiempo justo, pero sin ninguna ruta establecida ni ningún horario interpuesto, porque tienes aquella sensación que te hace un hueco en el estómago que se llena con la emoción de llegar a lo desconocido, que te hace tener una experiencia más directa con lo que vas a conocer. Se abren tus sentidos y te llena de anécdotas que son el mejor recuerdo para toda la vida.
Recuerdo la primera vez, la que te marca para siempre: fue en el año 2008 cuando un 17 de abril tomé un vuelo directo a Lima. Me pude dar una escapada por la noche a la ciudad y regresar a acomodarme un rato en algún pasillo del aeropuerto a esperar que amaneciera para tomar un vuelo a Cusco. Y así fue, me puse a dormir en los pasillos, en intervalos cortos de tiempo, ya que pasaban haciendo limpieza o simplemente habían demasiadas personas transitando en el lugar y te despertaban al poco tiempo de quedarte dormido. Así pasé esa noche. Luego fue el llegar a un lugar donde no conocía a nadie y comenzar a preguntar cómo llegar a Machu Pichu para ir avanzando poco a poco por los otros pueblos que están desde Cusco hasta mi destino, por todo el Valle Sagrado.
Llegué a un pueblo llamado Ollantaytambo y de allí tome un tren con una hermosa vista hasta llegar a Agua Caliente. Y el siguiente día partir muy temprano, finalmente, a Machu Pichu.
Para no aburrirlos con esto me saltaré el día que fui a Machu Pichu y les contaré lo que paso después. Al terminar mi recorrido me regresé a Ollantaytambo por la noche y me fui directo a un pueblo cercano a las ruinas de Moray donde pasé la noche, para el siguiente día en la mañana salir a conocerlas. Me di cuenta que había perdido la billetera con la tarjeta para poder retirar dinero (unos USD 200). Me quedé solo con 20 dólares que tenía en la bolsa del pantalón. Para mi suerte, ese día encontré a un grupo de personas que me dieron la mano y con la que ahora tengo una comunicación a distancia.
Me quedaban unos cinco días en Perú. Debido al incidente no pude ir a Nazca ni a Puno pero las personas que me ayudaron me dieron comida y facilitaron que me comunicará con mi familia en El Salvador. Esperé que ellos me mandaran dinero para regresar a mi país y para sobrevivir a los días que me quedaban.
Luego vino el problema en el aeropuesto. Cuando compré el vuelo redondo se suponía que iba con impuestos incluidos —o yo entendí eso— y al momento de transbordar tenía que pagar unos sesenta dólares. Está demás decir que no tenía ni un quinto. Ante mi desesperación, una de las cajeras me dijo que me pusiera a pedir. Me dijo que muchos turistas hacen eso. Así fue que comencé a pedir dinero. Recibía monedas en soles y dólares; y así, contra el reloj, viví esa experiencia Amazing Race, completando el dinero tan solo unos momentos antes de abordar el vuelo. Fui el último en subir, casi cinco minutos antes de despegar.
Esa fue para mí una gran lección.
VoxBox.-