Detalles.- ¿Son estas las muertes más absurdas de la historia? La muerte casi siempre es un acontecimiento trágico, sobre todo cuando se trata de grandes “personalidades”. Pero quién dice que lo trágico no puede también ser absurdo… aquí dejamos algunos ejemplos:
Albert Camus
Hasta los más célebres literatos son presos de sus palabras. Es el caso Nobel de Literatura de 1957, el francés Albert Camus, que por Karma o mala suerte murió de la forma más absurda, según sus propias palabras. Cuando los medios dieron la noticia de que el ciclista Fausto Coppi había muerto en un accidente de tráfico, el escritor declaró que no conocía una manera más idiota de morir. Días más tarde, Camus fallecía de esta forma. Ironías de la vida.
Arnold Bennett
Este novelista y dramaturgo del siglo XX creyó saber más que nadie, y acabó pagándolo caro. En 1931 en París se creía que el agua estaba contaminada por tifus, y Bennet, en un alarde de superioridad, decidió beber de ese agua para demostrar que el pueblo, inculto, no tenía razón, y que el agua estaba en perfectas condiciones. A los pocos días murió de tifus.
Papa Adriano IV
Según afirma Gregorio Doval, autor de El libro de los hechos insólitos, mientras el papa paseaba, se le metió una mosca en la boca, quedándose atragantada en su garganta. Por más que lo intentaron, nada se pudo hacer y murió asfixiado de la forma más tonta.
Allan Pinkerton
Fue el fundador de la primera agencia de detectives del mundo, la Agencia Pikerton, pero hasta los más astutos tienen sus momentos tontos. Resbaló mientras caminaba y se mordió fuertemente la lengua, lo que al poco tiempo le provocó una gangrena que acabó con su vida.
Esquilo
Este dramaturgo de origen griego fue el creador de la famosa tragedia griega, aunque su muerte más que trágica parece sacada de una comedia. Su vida acabó cuando una tortuga cayó de las garras de un águila y le golpeó la cabeza.
Francis Bacon
Este célebre filósofo, abogado y escritor murió por curiosear. Intentaba comprobar si el frío era bueno para la conservación de los alimentos, y salió a la nieve a enterrar un pollo con la mala suerte de conseguirse una neumonía, que poco tiempo después acabaría con su vida.
Enrique I de Castilla
La historia suele contar cómo los reyes morían en el campo de batalla o en su cama por alguna enfermedad, tras años y años de duro reinado, pero Enrique I no corrió esa suerte. Con tan solo 13 años, sin apenas oler el trono, falleció de una pedrada mientras jugaba con sus amigos.
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