Desde 1982 la UNESCO, en una Asamblea General, declaró el 18 de abril como el Día Internacional de los Monumentos y Sitios.
Detalles.- Desde 1982 la UNESCO, en una Asamblea General, declaró el 18 de abril como el Día Internacional de los Monumentos y Sitios. La fecha suele aprovecharse para visitar lugares considerados como patrimonio de la humanidad, además de aludir al patrimonio cultural local de cada lugar habitado en el mundo.
Pero no solo es una oportunidad para recordar la huella milenaria de nuestro paso por el planeta, además de todas las estructuras que ahora llamamos las maravillas del mundo. También es un espacio para reflexionar sobre la importancia de la memoria histórica en nuestro espacio cotidiano, la prueba palpable que deja la comunidad humana como recordatorio de lo que pasó.
Estatuas ecuestres, pequeños monumentos, a veces placitas que nadie sabe por qué están ahí, a la vista, a veces pulverizándose por la intemperie. Nombres de personajes que nos resultan desconocidos, parques memoriales y miles de esculturas deterioradas. Este día está hecho para que nos tomemos un par de minutos y pensar que nuestro espacio cotidiano a veces tiene historia, así, a simple vista.
A veces basta con caminar al parque más cercano y ver una placa conmemorativa de hace muchos años. En muchos casos acompañada de una escultura hecha con los materiales y motivos más variados. ¿Por qué está ahí? ¿Qué es lo que las autoridades del momento deseaban que se conservara en la memoria local?
No siempre la ciudad en la que vivimos nos muestra la cara más amable, además que las más de las veces somos forasteros que apenas se acaban de mudar a un espacio cualquiera, y por eso no es de extrañar que tengamos displicencia con su historia ahora enmudecida. Son pocos a quienes les llama la atención saber a quiénes pertenecen las esculturas colocadas en un parque o a qué personalidad pertenece un rostro derruido por el sol, la lluvia y las aves.
Y las personas tendemos a olvidar las más de las veces, y lo que es peor, no transmitimos a la siguiente generación todos esos recordatorios que suelen constituir la memoria colectiva, una parte de la identidad cultural.
Suele pasar que solo adquirimos conciencia cuando alguien vandaliza el patrimonio, cuando un grupo riñe con otro y desdeña los homenajes. “Y a ese asesino ¿por qué le hacen una estatua?” “¿Quién quiere recordar a este genocida?” “¿Y esto qué de importante tiene, por qué lo llaman memoria histórica?”. En el peor de los escenarios quizá solo valoraríamos si un grupo extremista destruye lo que para ellos es basura pero para nosotros historia. No olvidemos que hay ejemplos a granel.
La historia tiene sus matices y no defenderé ni buenos ni malos. Además que la Historia (si acaso mereciera escribirse con mayúscula el relato humano) se encargará mejor que yo de poner las cosas en su lugar. Pero con buenos y malos resulta ilustrativo enseñar las piedras, los sitios, las ruinas, las esculturas, las pruebas modernas, las cicatrices clavadas en tierra que evidencian que el pasado en verdad ocurrió.
Lo pienso como una lección de humildad, un gesto que nos demuestra que hacemos el mejor de los intentos por dejar una memoria como seres humanos, una simulación esperanzadora de nuestra inexorable condenación al olvido.
Así que ahora que los tiene allí, a la posible distancia de una pequeña caminata, no estaría mal hacer una visita para recibir el recordatorio del tiempo y tocar los materiales que resisten para que usted reflexione un poco sobre el porqué quisieron señalarlos para usted, para mí, para todos.
VoxBox.-