Literatura.- Después de un par de meses de haber leído Ordesa, el libro revelación del año 2018, creo estar lista para hablar un poco sobre él, sobre lo que provoca y por supuesto, sobre lo que no es.
Ordesa… lo pronuncias y suena a melancolía, al menos a mí me suena a eso. Es el más reciente libro del español Manuel Vilas. Es una novela que habla de la vida, de la muerte de España y de la familia. Habla de una familia en específico, la del propio Vilas.
Se centra en la relación que tuvo con sus padres, esa relación sagrada que existe entre padres e hijos, y refleja la felicidad cotidiana de las familias tristes, porque, siendo honesta, la historia de Ordesa no es una historia feliz.
Este libro no es para cualquiera, es lento y por momentos cruel. Es una suerte de invocación a nuestros propios muertos, por eso duele a ratos, por eso cansa. Hablo de “nuestros” muertos porque creo que todos hemos perdido a alguien amado, pero para los que hemos perdido a nuestros padres, o a uno de ellos, el libro toma un sentido distinto, por momentos abre la cicatriz que creíamos cauterizada, y duele igual que el primer día.
Al finalizar su lectura, tuve la impresión de que todos tenemos un Ordesa en nuestra vida, en nuestra memoria. En mi experiencia es Concepción de Ataco, un sábado por la mañana, con la familia que ya no tengo, la misma familia que recuerdo mientras escribo esto.
Habiendo dicho lo anterior, quiero rescatar algo muy importante, el libro no cae en cursilerías y tampoco estamos ante una historia sensiblera. Darle ese trasfondo dependerá mucho de la persona que esté leyendo, y de su propia relación con la muerte de los que ama.
Por un momento, mientras leía, llegué a pensar que Ordesa tendría sentido únicamente para los que ya estamos rotos, pues es una historia que no busca romper costillas sino más bien revolver la sangre. No pretende hacernos llorar, reír, o sentir algo, no, Ordesa está ahí únicamente para hacernos recordar aquello que duele a cada instante, pero que en un cuerpo anestesiado es imposible de sentir.
Es, por las características anteriores, que considero que la mayoría del tiempo estamos frente a un libro demasiado lineal, que llega incluso a aburrir si no estamos lo suficientemente comprometidos con su lectura. Entiendo que lo que nos cuenta no da para encumbrarnos en éxtasis en determinado momento, pero nunca observamos un punto de quiebre que marque un antes y un después.
Son demasiadas culpas que pretenden ser purgadas en poco más de trescientas páginas. Demasiado para el lector.
Ahora bien, la historia que Manuel Vilas nos cuenta por momentos redunda en culpabilidades. Ronda en su mente de huérfano una serie innumerable de preguntas que, él mismo admite, nunca tendrán respuesta.
Además, su personaje no es agradable, y si estamos frente a una novela prácticamente autobiográfica, la realidad es que el autor viene a ser un hijueputa. Y no me malinterpreten, no soy el tipo de lector que busca enamorarse del personaje principal, o que este sea un cúmulo de virtudes. No, soy realista. Casi siempre me enamoro del hijueputa, pero esta vez no ocurrió así.
(Imagen de cabecera: Deskgram)
VoxBox.-