Opinión.- Claudia Lars, pseudónimo de Margarita del Carmen Brannon Vega, es una de esas escritoras que en El Salvador y parte de Centroamérica es considerada una de sus grandes figuras en el escenario de la Literatura (sí, con mayúscula). Su obra es una especie de institución canónica, aunque sabemos que en nuestros países la cultura de la lectura siempre es mínima, casi básica. En el resto de Latinoamérica a veces suena, aunque todavía falta que se reconozca y valore su obra con propiedad. El trabajo del tiempo a veces puede ser lento.
Si hablamos de su obra, qué mejor manera que recapitular lo que otra grande ya dijo. En una carta con membrete del Consulado de Chile, desde algún lugar del mundo, Gabriela Mistral le escribió a Claudia Lars:
“Admirada y buena compañera: Con no poca vergüenza vengo acusándote de recibo de las Estrellas en el pozo, solamente ahora. Primero fue que dejé en Madrid mis cajones de libros, luego que he tenido un largo tiempo de dolencias. Pero el librito de tapas azules lo he leído varias veces. Y luego he hallado poemas suyos en el Repertorio Americano. Usted mejora, se depura y se decanta día a día. Quiero decirle que me gustan mucho pero mucho, sus temas maternales e infantiles. Bien quisiera yo tener esa limpidez y levedad de verso. La poesía suya comenzó mucho más formada de lo que comenzó la mía”.
Su obra fue principalmente poesía, aunque también publicó artículos periodísticos. Por si tiene interés, le adjunto una tabla con su obra principal, la edad que tenía cuando apareció la primera edición de cada una y el género al que se circunscribe.
Todo eso sin contar la obra dispersa, la cual daría para varios volúmenes. Todas sus colaboraciones en Repertorio americano, o los distintos periódicos de Centroamérica, son un tema pendiente para los críticos y especialistas locales.
Por otra parte, su vida es un tema de interesantes controversias, sobre todo porque para su época —y para el ultraconservadurismo que ha permeado la cultura centroamericana, en particular— fue una mujer que vivió a su manera, bajo los dictados de su conciencia, como debe de ser.
Es frecuente que salten a la palestra las discusiones morales, llegando a confundir el valor de su obra con su calidad humana, cuando esta jamás debería de ponerse en duda, ya que amó, vivió con intensidad y jamás le hizo daño a nadie, en ese sentido clásico de comprender que en cosa de dos no debería de opinar nadie.
Porque Claudia Lars fue una mujer enamorada: de la vida, de su oficio, de su hijo, de las personas que conoció a lo largo de su vida y que con ilusión les entregó el corazón. En esta ocasión, haremos un breve repaso por su interesante, y quizá un tanto trágica, historia de amor.
Con fecha de 23 de julio de 1972, y con la dedicatoria: “Estos sonetos son para ti, Claudia Lars, con el objeto de saludarte, agradecerte y amarte. Juan d’Astil”, Claudia Lars recibe correspondencia desde Costa Rica. Es un pseudónimo el que se está usando, pero la comunicación entre ellos trascendía cualquier inconveniente. Adjuntamos al menos uno de esos sonetos:
Soneto del recuerdo
Los limpios arcaduces del oriente,
goteando trinos por las viejas frondas,
me trajeron tu imagen esfumada
en el lírico azul de la memoria.
Un sol de almas, pálido de ausencia,
nimbó de carmesí tu fresca aureola
y cantos inaudibles aunque ciertos
perpetuaron sus voces en la sombra.
Dame tu mano al fin frente a las cumbres
que bordean el Valle de Discordias.
Dame tu mano, al fin, ya eternamente,
y en sus palmas cabrán nuevas auroras:
himnos extraños que yacían dormidos
en su seno sutil de albas insólitas.
Muchos años antes, en 1934, ella dedicaba un par de poemas a esta misma persona, en ese momento anónima para todos los lectores curiosos, que llevarían por título Dos sonetos a un místico. Y al recibir estos poemas de respuesta, tantos años después, también ella se arrogaría el derecho a una hermosa réplica. Pero antes de llegar a ese punto, es necesario contextualizar.
Hacia 1919 conoció a Salomón de la Selva, mientras viajaba en tren hacia Honduras y él a Nicaragua. Ella tenía casi los 20 años y el 26. No se puede asegurar de que él haya sido el primer gran amor de Claudia, aunque un poco de correspondencia y algunos poemas dedicados entre sí podrían ser prueba de que quizá pasó algo. Además, el padre de Claudia Lars, Patrick P. Brannon, la envió a Estados Unidos, quedando en el aire la posibilidad de que él intervino para que Claudia no llevara su relación con el poeta mucho más lejos. En otro contexto, a lo mejor se hubieran casado.
Pero Claudia Lars era una mujer estoica y no solo se fue a Estados Unidos a trabajar, sino que comenzó a escribir con gran intensidad y trató de rehacer su vida. Para 1923, contrajo nupcias con LeRoy Francis Beers Kuehn, a quien conoció en Nueva York. Con él procreó a su único hijo, Roy Beers Brannon. No se tiene noticia exacta de si fue un matrimonio difícil o no, aunque duró unos años (posiblemente su ruptura date de 1934), terminando en divorcio hasta que él lo decidió, en la década de los cincuenta, porque quería volver a casarse.
Pero durante su matrimonio, en 1927, volvieron al país, con el cargo de vicecónsul general de Estados Unidos en El Salvador para LeRoy (de seguro por influencia del padre de Claudia Lars). Unos años después terminaron viviendo en Costa Rica, donde Claudia tomaría contacto con la intelectualidad de la época. Sus colaboraciones en Repertorio americano toman fuerza en este tiempo.
Se sabe que LeRoy tuvo una relación extramarital hacia 1934, año de la ruptura. También de esa época datan los Dos sonetos a un místico. Sin caer en innecesarias especulaciones, lo cierto es que Claudia Lars aprendió a afrontar cada situación de su vida, siempre con la disposición de volver a empezar.
El Místico se llama José Basileo Acuña, importantísimo escritor costarricense, y fue un amor no correspondido para Claudia Lars. Hacia 1935 vuelve a El Salvador.
Se conocieron cuando ella ya tenía vida realizada y mucho mundo. No fue ingenuidad ni encaprichamiento. Pero ella vuelve a sobreponerse, y esta vez asume su oficio de escritora. Comienza a publicar, se codea con muchos intelectuales.
Hacia finales de los cuarenta (quizá 1947 o 1948), Claudia Lars viaja a Guatemala como agregada cultural representando El Salvador. Se codea con la intelectualidad guatemalteca, y en alguno de esos vaivenes conoce a Carlos Samayoa Chinchilla. Para abreviar detalles, se casaron el 16 de diciembre de 1949. Para ambos era su segundo matrimonio.
No se puede especular sobre si fueron felices o no, pero puede considerarse que fue una relación poco satisfactoria, ya que el 19 de septiembre de 1967 terminó en divorcio. Entre idas y venidas al país, sin dejar en ningún momento su labor poética, también contribuye en el ámbito editorial salvadoreño, destacando su gestión y colaboraciones con la revista Cultura. Sin ser demasiado preciso, en algún momento Claudia Lars se queda del todo en El Salvador.
Si se piensa con cabeza fría y distanciamiento emocional, Claudia Lars vivió con intensidad el amor, y al mismo tiempo siempre se dio la oportunidad de volver a empezar, como buena estoica. Su resiliencia y su empatía resultan difíciles de comprender para la mayoría de personas, porque consideran que vivir los sentimientos con intensidad no es normal. En realidad lo que no es normal es ser demasiado pragmáticos… pero es una de las primeras cosas que aprendemos en la vida, que perdemos nuestro fuego emocional cuando dejamos la infancia y que nos ayuda a sobrevivirnos ante las adversidades de este mundo.
Y es aquí donde muchos especulan acerca de la vida de Claudia Lars. De ella se hablan de posibles amoríos con Salarrué (en diferentes momentos históricos), otro importante escritor salvadoreño, y Julio Connor (posiblemente en los años cuarenta), un importante intelectual hondureño. Solo en El Salvador, entre los años sesenta y setenta, corrieron demasiados rumores sin sustento, que ni siquiera merecen importancia mencionarse.
Pero entonces llegamos de nuevo a 1972. Claudia Lars tiene para entonces una carrera completa, consagrada al menos en El Salvador y parte de Centroamérica.
Con la correspondencia mencionada al principio, la cual recibió casi al final de ese año (1972), Claudia Lars escribe una respuesta, que le comparto a continuación esperando a que se dé la oportunidad de leerla, porque es un poema muy desgarrador, muy sentido. Probablemente lo completó y envió en algún momento de 1973.
Si usted recibe una carta casi 40 años después, y resulta que todavía siente algo por esa persona (para ella El Místico fue ese amor que nunca pudo arrancarse del corazón), no puede menos que sentirse desolado… porque identificado es muy poco decir.
Cartas escritas cuando crece la noche
I
El tiempo regresó —en un instante—
a la casa donde mi juventud
quiso comerse el cielo.
Lo demás bien lo sabes…
Otros llegaron con sus palabras
y sus cuerpos,
buscándome dolorosamente
o dejando la niebla del camino
entre mis pobres manos.
Lo demás es silencio…
Hoy tengo tus poemas en mis lágrimas
y el deseado mensaje —tan tuyo—
entra en mi corazón con mil años de ausencia.
Lo demás es poseer este milagro
y sentirme a orillas del Gran Sueño
como una rosa nueva.
“Dame tu mano al fin, eternamente…”
II
Busco tu voz en cada letra de los poemas
que para mí escribiste.
¡Tu amada voz dormida en su entierro!…
El contorno de un rumor toma vuelo y entonces
la recobro, despierta.
Sintiéndome más encendida que un diamante
y con tu voz en el aire fresco
me atrevo a decir, saludando al mundo:
“¿Quieren iluminarse
con esta plenitud?”
III
Pude haber vivido cerca de ti
suavemente
y encender tu lámpara y sentarme
en el ancho sillón oloroso a tiempo.
Pude cortar una rosa
y ponerla en tu escritorio
o bordar a media tarde
un enjardinado mantel.
Ocurrió lo contrario:
Lejos anduve y sola
—tremendamente sola—
porque no quisiste acompañarme.
Pero en idas y venidas por esos caminos,
¡qué bien me enseñaron a conocer quién soy!
IV
En el círculo de palabras y palabras
tu silencio era más poderoso
que cualquier sonido.
Yo lo habitaba sin protestas
entrando valientemente en sus distancias
como patinadora sobre el hielo.
¡Ah, tu silencio mío!
¡Ah, mi sutil planeta inexplicable!
¿Era un espacio vivo
o tan solo el nombre de esta obstinación?
Al fin, después de todo…
—no falta un después en cada momento—.
¿Pero qué son el después, el ahora y el siempre
cuando escribo esta carta?
V
Si en la hora más quemante de mi vida
yo hubiera encendido, por lo menos,
la orilla de tu corbata…
¡Todo sería distinto!
Pero no lo permitiste —¿recuerdas?—.
Y entonces fui, como jamás lo he sido:
una desesperada.
Guardo tu palidez esquiva
y los ojos que no iban a entregarse
aunque acabara el mundo.
Después algo me hiere no sé dónde
y me ahogo y respiro soledades
y estoy metida hasta los huesos
en un laberinto.
¿Cómo logré salvarme?
Porque yo olía a flor
—en la hora más ciega de mi vida—
Y lo único que deseaba intensamente
Era caer sobre tu cuerpo como una flor.
VI
Si todo fuera distinto
yo no tendría un largo viaje en los ojos
y en esta soledad
versos y versos…
Si todo fuera distinto
yo sería a tu lado una dicha completa
y la mitad de tu alma.
VII
Si llegaras por esa puerta
tal vez te extrañaría mi pelo gris-azul,
con reflejos plateados.
Le pongo un suave tinte —por supuesto—
pero no creas que me engaño.
Envejecer es un problema. Sin embargo,
yo no envejezco entristeciéndome.
Si regresara con lo vivido hasta el domingo
que al lado tuyo se hizo viernes,
creo que volvería a ser la misma amorosa
y que de nuevo te daría
un rato tremendo.
VIII
El tiempo… ¿Qué es el tiempo?
Para mí no ha pasado
desde aquellas noches de lunas amarillas,
cuando me llevabas a las reuniones de los sábados…
Me sentí joven al leer tus poemas
y me dio vergüenza experimentar esa delicia.
Con un gajo de sueños juveniles
caí en profundo sueño.
Hoy me burlo del tiempo
y hasta le hago cosquillas
en las barbas.
Así, medio jugando,
voy a meterlo por un mes
en el armario.
IX
Toda una vida lejos de ti.
Toda una vida…
¿Por qué?… ¿Quieres decirlo?…
Hubiera sido tan hermoso
mirar la misma estrella
desde nuestra ventana.
X
Hay muchos años entre mi amor
y tu ausencia.
Con ellos puedo escribir
una historia larga.
Hay mil cosas que quisiera decirte
dulcemente…
¿Pero cómo expresar lo inefable?
XI
Tal vez nunca contestes mis cartas.
Ya nada espero ni pido nada.
A estas horas sería ridículo preguntar al cartero
si me trae un sobre que brilla
como pequeño astro.
XII
No sé a quién contarle
que regresaste de repente,
con tu lenguaje extraordinario
y con todo lo que sabe
de la eternidad.
Confiaré a un joven puro mi secreto,
para que él lo celebre viviendo.
Sería triste que nadie conociera
mis llamaradas y mi sal.
XIII
Si el príncipe Siddharta apareciera ahora
cerca de mí, muy cerca,
creo que me diría suavemente:
“Rompe ese lazo dulce.
¿Acaso no conoces lo que enseñé?”.
Pero la ley de Samsara es fiel y exacta:
el nudo no podrá deshacerse
hasta que tú y yo alcancemos, juntos,
la más definitiva palpitación
del encuentro.
Crece la noche… crece…
Y el Pensativo de Rostro Inmutable
cuenta con sus ojos
mi verdadera edad.
XIV
Cuando todo se cumpla
—en otra vida, porque aquí ya es muy tarde—
conoceré mejor el poder de los recuerdos
y viviré en tu casa.
XV
Y ahora un “hasta siempre…” un “te agradezco…”
Descubrí mi esperanza.
Aquí se anuncia la mañana con un ángel
y con una semillita de antigüedad.
Ese mismo año Claudia Lars sintió un pequeño bulto en su seno y que de inmediato vio con sospecha. Era cáncer. Y aunque recibió atención en la Clínica Oschner de Nueva Orleans, estaba claro de que se trataba de una fase terminal. No sé si usted siente lo mismo o a lo mejor cree que se trata de una coincidencia, pero considero que el dolor de amor pudo haber sido un factor (si bien no determinante) de esos, como cuando nos ocurre algo que, aunque parezca tangencial, nos hace sentir que todo se nos viene encima, con todo el peso de la vida y la edad, como una especie de efecto dominó.
Aunque no existe información científica concluyente, se sabe que el cortex del cíngulo anterior juega un rol determinante para ciertas funciones como la inhibición verbal, la anticipación del premio, la toma de decisiones, la empatía y las emociones a nivel general. Suponiendo que se reciba una noticia que genere emociones encontradas demasiado fuertes, de forma indirecta, a través del nervio vago, se puede crear una cascada de reacciones biológicas. No implica que la persona empeora o muere de una vez, pero naturalmente puede impactar en el lento deterioro de la salud de alguien.
También tenemos la posibilidad de la ya conocida cardiomiopatía Takotsubo, nombrada también como el síndrome del corazón roto. Esto es, por supuesto, una especulación de mi parte, ya que no hay pruebas históricas de esto. Pero suponiendo que ella se puso mal, o con demasiados sentimientos encontrados, bajo esta posibilidad pudo haber sentido un gran dolor de pecho, lo cual puede ocurrir a esa edad, y precisamente a personas cuyas emociones son poderosas. Y puede ser que tras ese dolor se diera cuenta de que algo con su salud no estaba bien. Es solo una posibilidad, por supuesto. Pero ¿cómo no pensarla ante una mujer que vivía sus sentimientos con intensidad?
Ella envió su respuesta y él no se quedó atrás, enviándole una nueva correspondencia, la cual no pude encontrar en ningún documento histórico, como para poder compartirla aquí. Pero lo triste de esa última respuesta es que Claudia Lars ya no alcanzó a leerla, ya que falleció el 22 de julio de 1974. Se fue de este mundo sin saber la reacción o la respuesta del Místico, a tan bello poema que ella le escribió.
No hay moraleja en esta historia, pero no dejo de sentir que es necesario extraer una pequeña enseñanza, aunque luego se me acuse con ella de caer en la moralina. Supongo que es un mecanismo personal de defensa para combatir los sentimientos amargos que esta historia me hace sentir.
Conocí esta historia de Claudia Lars cuando tenía 18 años. Desde entonces tomé como aprendizaje de vida amar a la gente con intensidad, no guardarme los sentimientos y darme la oportunidad incluso de equivocarme… es decir, que ante la duda prevalezca siempre el amor, aunque al final a lo mejor me lleve una decepción.
Es imposible salir indemne de este mundo. En el largo camino de nuestras vidas nos vamos a encontrar con gente que vale la pena, y con una buena cantidad de seres despreciables. Pero prefiero que mi paso por este mundo sea asumir todo eso malo, recibir todo el dolor, ser capaz de sobreponerme y que al final prevalezca el amor. Es lo que queda, es lo que hay.
No he amado como pudo hacerlo Claudia Lars, por lo que no puedo comprender, en toda su justa dimensión, lo que ella pasó. He amado a mi manera y he recibido chascos. He pasado años sin querer saber nada de nadie. Pero me asalta la pregunta y me digo: ¿valió la pena todo ese tiempo perdido? Es cierto que no somos máquinas y que cada quién sobrelleva o sobrepone el dolor a su manera. No puedo invalidar eso. Pero debemos tener en algún momento la suficiente fortaleza emocional y la capacidad para volver a amar. Es lo que debe prevalecer.
Es imposible transmitirle totalmente la belleza de nuestros sentimientos a otro ser humano. Quizá nuestro destino es ser un poco incomprendidos. Pero ¿cambiaría todo el amor que dio y que pudo dar por unas onzas de inútil orgullo o egoísmo? Tiene derecho a disentir e incluso reformular la pregunta. Usted y solo usted es dueño de la mejor respuesta.
Fuente
Aunque revisé biografías y lo que disponen las historias literarias y enciclopedias, la información del presente artículo está basada principalmente en la impresionante investigación realizada por la escritora e intelectual salvadoreña Carmen González Huguet, quien preparó la Poesía Completa de Claudia Lars, reunida en dos tomos con pertinentes notas al pie, datos biográficos, históricos y una cantidad de anexos que facilitan el acercamiento a la vida y obra de tan importante poeta.
Debo añadir que me resultó difícil encontrar ambos tomos, ya que en El Salvador no han reimpreso una obra tan monumental como esa. Está prácticamente agotada y sería bueno que lanzaran un segundo tiraje. Sería una lástima que nuevas generaciones no se acerquen a la vida y obra de esta escritora, porque no se encuentre material disponible.
VoxBox.-