Historia.- Todos sabemos que William Shakespeare es uno de los pilares más importantes de la cultura occidental, siendo con toda seguridad el autor más mundial por excelencia. Discutido, traducido y adaptado en casi todos los idiomas y dialectos del mundo, su obra sigue siendo vital y debatida, y se le considera —junto a Miguel de Cervantes, Dante Alighieri y Michel de Montaigne— como el clásico por excelencia, sin perder ni un poco la trascendencia y sublimidad de sus temas y motivos.
En el centro de la cultura occidental está la Biblia y algunos de los grandes clásicos grecolatinos, en especial los poemas homéricos. Sin embargo, justo debajo de ellos suelen ubicarse a esos cuatros ases mencionados al principio, y no faltan teóricos, críticos e historiadores que incluso consideran que William Shakespeare está por encima, dada la increíble reputación mundial de la que goza, colocándolo así en el centro del canon.
Es por esa importancia, por la monumental estatura de sus obras (38 conocidas y consideradas obras maestras, muchas atribuidas, otras perdidas y una gran cantidad de poesía), que al momento de investigar su vida crea dudas y reacciones encontradas en cualquier interesado: poco o nada se sabe de su vida, existen demasiados vacíos y contradicciones, además de los años perdidos (entre 1585 y 1591), de los que básicamente no hay prueba de qué pasó o qué hizo. Visto así, este podría ser el enigma literario más importante de todos los tiempos.
Charles Chaplin, uno de los más grandes comediantes del siglo XX, actor, guionista y director (al igual que Shakespeare en su época), escribió en alguna parte de su Autobiografía (1964):
A la mañana siguiente, sir Archibald Flower, el alcalde de Stratford, fue a mi hotel y me llevó a visitar la casa de Shakespeare. No conseguí en modo alguno asociar al Bardo con ella. Parece increíble que un genio tal viviera y creciera allí. Es fácil imaginar al hijo de un granjero emigrar a Londres y convertirse en un actor de éxito y propietario de un teatro; pero que llegara a ser el más grande poeta y dramaturgo, que tuviera semejante conocimiento de las cortes, de los cardenales y reyes extranjeros, me resulta inconcebible. No me importa quién escribió las obras de Shakespeare, ya sean Bacon, Southampton o Richmond; pero apenas puedo creer que lo hiciera aquel chico de Stratford. Quienquiera que fuese el que las escribió, era de clase aristocrática. Su total menosprecio de la gramática solo podía ser producto de una mente principesca y superdotada. Y después de ver la casa y de oír los escasos informes locales relativos a su infancia desordenada, su historial escolar deficiente, sus cacerías furtivas en tiempo de veda y sus opiniones de patán, no puedo creer que sufriera una metamorfosis mental tan notable que llegara a convertirle en el más grande de todos los poetas. En la obra de los genios, sus orígenes humildes se revelan en alguna parte; pero en Shakespeare no se puede hallar el más ligero rastro de ellos.
En lo personal, me parece curioso que estas palabras vengan de Chaplin, ya que él también sufrió mucho, vino de menos a más, y salvando las distancias con el bardo del Renacimiento, lo cierto es que también es uno de los más grandes genios en su propia área. Pero creerle, solo porque sí, sería caer con facilidad en un clásico magister dixit. Hará falta acotar un par de detalles al respecto y espero que usted me esté siguiendo con la lectura.
La vida de William Shakespeare
En el relato conocido de la vida del bardo, todos los interesados saben que nació y creció en el pueblo de Stratford-upon-Avon, que tuvo una vida modesta aunque relativamente acomodada, a comparación de la mayoría de pobladores de ese lugar.
Creció con una instrucción mínima y jamás fue a la universidad, en algún momento se casó con una mujer ocho años mayor que él, llamada Anne Hathaway, tuvieron hijos, pero él en algún momento partió para Londres, y a través de abrirse camino y mucho esfuerzo, comenzó primero como actor, luego como un gran comediante y finalmente como un gran dramaturgo, incursionando en la tragedia, en los dramas históricos y en un híbrido que la crítica actual denomina romances.
En algún momento decide retirarse, con fama y fortuna a su espalda, y para cuando muere en su testamento no se menciona absolutamente nada de su legado literario, cosa que para muchos expertos sigue siendo un asunto de los más encarnizados pleitos.
Al morir fue enterrado en la Holy Trinity Church, donde además yacen los restos de otros miembros de su familia.
La maldición en el epitafio de la tumba de Shakespeare, una de las más visitadas del mundo (“Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas piedras, y maldito el que remueva mis huesos”), podría responder al terror que al bardo le causaba la idea de que sus restos terminaran profanados y en un osario, tal y como ocurría con frecuencia en la época. De seguro su familia pagó por muchos años para que esto no ocurriera, así como la maldición habría sido útil para que los más supersticiosos de la época acataran la orden de no profanar.
Además, no solo era la cuestión de la exhumación, sino que también los cazadores de tumbas consideraban trofeos los cráneos de los grandes genios, por lo que es posible que también se estuviera previniendo y advirtiendo a los profanadores.
La obra de William Shakespeare
Shakespeare empleó en todas sus obras unas 31,534 palabras diferentes (con un registro total que sobrepasa los dos millones de palabras), de las cuales 14,376 aparecen solo una vez, sumado a que inventó al menos unos 1,700 términos en inglés. Para hacer una comparación, Cervantes empleó en el Quijote (probablemente el mayor triunfo lingüístico en nuestro idioma) casi 23,000 palabras, lo cual jamás ha sido igualado por ninguno de nuestros escritores.
El bagaje lingüístico de William Shakespeare es uno de los más grandes de la historia de la literatura. Si su única formación fue escolar y no universitaria, es natural que suene poco probable que esa persona fuera capaz de semejante hazaña. Pero es que esa la cuestión: poco probable, sí; pero imposible, no.
Se considera que las obras de William Shakespeare son ricas en conocimiento de Derecho, Filosofía, literatura grecolatina, historia antigua y contemporánea al bardo, Matemáticas, Astronomía, Arte, Música, Medicina, Horticultura, Heráldica, tácticas y terminología militar y naval, etiqueta y modales de la nobleza, vida en la corte inglesa, francesa e italiana, pasatiempos como la cetrería, deportes ecuestres y un largo etcétera.
¿Logró Shakespeare en los años perdidos aprender y moldear todo su inmenso conocimiento y su intuición del mundo, tal y como lo reflejan sus más célebres obras?
Stratfordianos vs. Antistratfordianos
Aunque pareciera que todo se reduce a la discusión de si nació y vivió siempre en ese pueblo, o si por el contrario fue un hombre de mundo el autor de las obras que hoy atribuimos a William Shakespeare, lo cierto es que cada uno de los escenarios nos brindan la posibilidad de especular sobre qué opciones podría tener un hombre que no salió jamás de su país, a comparación de un posible conocedor del teatro francés e italiano.
Pero ¿no ha ocurrido en todas las épocas que muchos de los grandes personajes históricos jamás salieron del lugar de donde provenían, y que incluso así tuvieron acceso a formas básicas de formación y conocimiento que les permitieron desarrollar su propia cosmovisión? Ante esta posibilidad, habría que evaluar cuáles oportunidades de desarrollo tenían los isabelinos de la época, y si eso sería suficiente para que se le pudiera sacar el máximo provecho creador.
Los Stratfordianos (quienes sí creen que William Shakespeare es el autor y genio, aunque naciera en ese pueblito) y los Antistratfordianos (quienes consideran que la obra es demasiado grande para un hombre tan simple, por lo que debió ser otra persona la que hizo todo y que de seguro nació y creció con mejores posibilidades) discuten estos y otros aspectos. Aunque no lo parezca, el pleito lleva más de 200 años, y la cantidad de teóricos y especialistas que se han metido en este embrollo sobrepasan las 5,000 personas. Y aunque fueran solo minucias, falta mucho por resolver.
Los hechos y las posibilidades
El teatro en aquella época era un equivalente al Hollywood que hoy conocemos: gozaba de una inmensa popularidad y era de mucha preferencia para el entretenimiento de la gente. Y mientras los dramaturgos y comediógrafos de aquel momento lo vieron como una ventana para exponer su propio genio esotérico, Shakespeare aprovechó para tomar en cuenta el gusto del público, tomar lo mejor de cada una de las influencias que asimiló y crear todo un mundo de efectos de impresión que sobrevivirían a los siglos, incluso a la forma actual de contar las historias y que algunos llaman el fan service.
El ejemplo más interesante y digno de mención es cuando en la narración todo vuelve a su lugar, la paz de ver de nuevo el orden natural restablecido, generando en el espectador una peculiar sensación de confort. ¿No recuerda ese efecto en sus caricaturas, series o películas ligeras, cuando todos son felices o todo vuelve a la normalidad? William Shakespeare fue el primero que explotó ese recurso y vio que el pueblo siempre salía satisfecho.
La teoría de la conspiración
Quienquiera que sea el autor de las grandes obras es claramente un genio culto y erudito, con una amplia concepción de mundo, amplios conocimientos en los campos más variados y muchas más cosas… aparentemente demasiadas para un solo hombre.
William Shakespeare no dejó ningún manuscrito, ni pueden señalarse libros que le hayan pertenecido, y con toda probabilidad su exesposa y sus hijos eran analfabetos. Aunque parecen hechos fortuitos y periféricos, para los teóricos de la conspiración son pruebas fehacientes de que podría haber gato encerrado.
A esto hay que sumarle que la inescrupulosa costumbre isabelina en relación con los libros (como que la primera edición Venus y Adonis fue publicada primero de forma anónima, abonando así material para los conspiranoicos), que ponían la firma de autores famosos o cambiaban textos a su antojo y según las necesidades editoriales, con vistas únicamente a vender.
Brevemente daremos un vistazo a las principales teorías conocidas sobre la cuestión de la autoría de las obras de Shakespeare. Que conste que la lista de candidatos es de más de 80 personas, aunque la mayoría de propuestas no han logrado ser ni lo más mínimamente consistentes. Y aunque las presentadas a continuación tampoco lo son más allá de toda duda razonable, lo cierto es que ha hecho dudar (algunas veces) hasta a los más especialistas en interesados en el tema. Veamos.
Christopher Marlowe
Marlowe nació exactamente el mismo año que William Shakespeare, siendo mayor que el bardo con apenas un par de meses de diferencia. Se sabe que fue un importante espía de la reina y que de no ser por la existencia de Shakespeare, sería una de las grandes figuras del teatro isabelino, quizá el más impresionante de su generación.
Según la Teoría Marlowe, este no habría muerto de la forma trágica en la que se conoce (se sabe que fue acuchillado en el ojo en un pleito de taberna), sino que todo habría sido un montaje. El pueblo de Deptford (donde Marlowe murió) era una población bajo la jurisdicción de la Corona y a orillas del Támesis, sitio donde sería fácil abandonar el país, ya que abundaría los botes. Se cadáver se habría sustituido con ayuda y él se habría marchado de Inglaterra. Habría pasado a Francia y tal vez habría llegado a Italia.
Fuera de Inglaterra seguiría escribiendo, mantendría contacto con algún amigo que lo pudiera publicar, y este amigo buscaría un hombre de paja que firmara estas obras. Los defensores de esta teoría consideran que ese sería William Shakespeare, un comediante de poca monta que no renegaría de prestarse al juego, a cambio de ganar una módica cantidad de dinero.
Si quiere ampliar la información, el documental El enigma de Shakespeare, el cual trata sobre la hipótesis de Marlowe.
Edward de Vere, 17.º conde de Oxford
Se sabe que la creencia de la aristocracia de la época era que no debían de escribir para el pueblo llano, además que consideraba demasiado vulgar que un hombre de bien o de buena cuna se dedicara a escribir comedias.
Por otra parte, dadas las posibles críticas implícitas hacia la política de la época en la obra de Shakespeare, tomando en cuenta que se trataba de un momento de gran controversia y nervios crispados y espionaje, donde fácilmente se podía ser acusado de traición, no solo había que sortear la censura en el contenido de las obras, jugándose la vida por culpa de lo políticamente incorrecto: para alguien como De Vere, que no podía criticar abiertamente la política de Isabel sin ser condenado a muerte, la única salida posible habría sido utilizando pseudónimo o un hombre de paja.
De Vere aparentemente posee todas las cualidades que debió en teoría haber tenido un potencial autor con el nivel de Shakespeare: formación de primer mundo para la época, incluso para la moderna, fue una de las mentes más brillantes del la Corte de Isabel y casi que del Renacimiento inglés, fue hombre de mundo, etc. Roland Emmerich dedica una película de carácter pseudohistórico y que trata de las posibilidades de esta teoría: Anonymous (2011).
Hay que añadir, sin embargo, que De Vere murió en 1604, por lo que de ser cierta la teoría tendría que haber tenido el tiempo y el genio suficiente para escribir todas las obras que usualmente son colocadas con una cronología que requerirían al menos 10 años de vida para el posible autor. Aunque esta teoría es muy aceptada por muchos (es la que actualmente más debates está generando) lo cierto es que se vuelve inconsistente cuando se trata de medir las fechas.
Francis Bacon
Bacon no parece mal candidato, si pensamos que al igual que De Vere era un hombre de mundo, respetado en todos los más importantes círculos sociales de la época, además de que sus ensayos son de gran trascendencia en el conocimiento e investigación de la cultura inglesa de todos los tiempos. ¿Por qué no tener el hobby de escribir literatura y usar un hombre de paja para no pasar la vergüenza de evidenciarse como comediante?
Durante todo el siglo XIX y parte del XX fue la teoría favorita, hasta que fue desplazada por la del conde de Oxford. Sin embargo, todavía goza de algunos adeptos, quienes se han tomado el monumental esfuerzo de revisar cada carta, cada escrito del autor, comparándolo con pasajes de la obra de William Shakespeare, además de estar buscando significados ocultos en todo, dado que se sabe que Bacon era especialista en dejar mensajes encriptados.
William Stanley, 6.º conde de Derby
Adinerado, hombre de mundo, iconoclasta y gran viajero, se consideró durante el final del siglo XIX como un fuerte candidato, ya que toda su obra literaria está perdida actualmente, y se sabe por la poca correspondencia de la época que se ha logrado rescatar, que algunos de sus amigos lo retrataban como un hombre ocioso, que dedicaba demasiado tiempo al inútil oficio de la escritura.
Eso no prueba nada definitivo, claro está, pero dado el temperamento que muestra el estilo de las obras de Shakespeare, para muchos representa más que prueba suficiente.
Aemilia Bassano Lanier
Italia en la obra de un William Shakespeare que jamás viajó, refuerza, entre otras posibilidades, la teoría de Bassano Lanier. Ella fue poeta de la Corte, en tiempos de la reina y luego en tiempos del rey. Era hija de Baptiste Bassano, un músico de la Corte nacido en Venecia, Margret Jhonson, posiblemente tía del gran compositor inglés Robert Johnson, quien fuera amigo de Shakespeare y quien le proporcionó música para algunas de sus obras.
Ella logró posicionarse como una de las grandes poetas de la época, pero en teoría le sería mucho más fácil posicionar sus obras, si por lo menos contara con la firma de un hombre para que las diera a conocer. Ese hombre de paja sería William Shakespeare.
Un colectivo
Si de todos modos no basta con pensar que un solo hombre podría haber escrito la monumental obra de la literatura inglesa, entonces a lo mejor un colectivo, con premeditación y alevosía, salvaguardando la integridad y la vida en una época tan convulsa, crearían las geniales obras que ahora atribuimos a William Shakespeare. Dicho nombre pudo en realidad ser un sinónimo y representar al grupo de la Escuela de la Noche o a lo mejor un conjunto de escritores anónimos neoplatónicos.
Esta teoría posee tanta simplicidad, que para algunos sencillamente es la más viable. Sin embargo, tampoco ha logrado rescatarse ninguna clase de registro documental, por nimio que fuera. ¿Será que hicieron tan bien su trabajo, que lograron eliminar cualquier prueba posible?
Estudios monumentales vs. sentido común
Los especialistas Harold Bloom, Stephen Greenblatt y David Kathman han dedicado años de estudio y de publicaciones divulgativas, tratando de responder a cada uno de los cuestionamientos existentes en torno a la figura del bardo.
Ante la duda de si un hombre sin estudios universitarios o sin una formación sistemática a través de buenos maestros y acceso a la mejor documentación histórica, filosófica y literaria, cabe también añadir que jamás en la historia de la humanidad haber asistido o no a una universidad ha determinado la calidad de un genio. La validación tal vez sí, por que la sociedad nos ha obligado a que así sea: pero ¿no sería demasiado elitista creer que un hombre común podría componer las grandes obras que se le atribuyen?
Además, la práctica acusatoria que le resta romanticismo a la bardolatría, es decir, lo que ahora llamamos y consideramos plagio, ¿no es casi que una práctica común que realizamos todos los días? Los memes, los copy-paste que tomamos de Wikipedia o cualquier otra fuente para nuestros trabajos universitarios, la reutilización de recursos que nos parecieron geniales en grandes y clásicos autores. ¿Es usted autor de todas las imágenes y recursos que utiliza para la creación de contenido? Ni usted ni yo: nadie se salva.
La genialidad de William Shakespeare
No falta quien añada la posibilidad de que quizá Shakespeare fue alguien que padeció una de las tantas formas de Asperger en combinación con Savant, además de justificar que la supuesta prueba de dicha condición sería la dificultad para escribir apropiadamente, siendo que una mala caligrafía no implicaría ausencia de genio, sino solamente algún tipo de problema de motricidad. Esto iría en consonancia con una persona cuya memoria fuera prodigiosa, además de presentar una inagotable pasión por el lenguaje.
Pero también tenemos la posibilidad de que se tratara de un hombre que aprovechó cada uno de sus recursos.
Sabiendo que Marlowe era el más admirado de los dramaturgos de la época, pudo haber intentado beber del verso blanco. Y aunque se cree que fue un hombre que conocía demasiado de la Corte, lo cierto es que en las obras de la época se retrataban a los reyes casi de forma endiosada y moralmente perfecta, mientras que en la obra de William Shakespeare representan a veces situaciones cómicas y trágicas, sin olvidar que muchos de sus personajes de la Corte conviven con ladrones, mendigos, contrabandistas y toda clase de seres pintorescos.
Se sobreestima demasiado el supuesto conocimiento de William Shakespeare sobre Italia y otros lugares, siendo suficiente un acceso a las lecturas correctas. Se sabe, por ejemplo, que Shakespeare era un profundo admirador de la obra de Michel de Montaigne (y cualquier que haya leído los Ensayos podrá notar que en ellos prácticamente se viaja por todo el mundo y se tiene a las más varias y exquisitas formas de pensamiento), sumado a que basta con leer en La tempestad que Shakespeare coloca referencias geográficas erróneas, como ponerle mar a Milán.
Si William Shakespeare plagió en ese sentido moderno que tenemos ahora, lo cierto es que eso no le resta genialidad en la manera en que supo aprovechar cada uno de los recursos que tuvo a su disposición, construyendo así grandes historias.
Conoció a personas muy inteligentes, de seguro reutilizó muchas historias y argumentos ya conocidos en la época, lo cual no se diferencia de lo que muchos hacen ahora: ¿cuántos casos no conocemos de grandes guiones que fueron escritos a partir de una gran cantidad de guiones fallidos que murieron en el anonimato? ¿No ocurre durante las realizaciones que a través de las opiniones de todo un equipo de producción cambian en el momento escenas de los guiones? ¿Le resta eso el crédito con el que aparece cada autor cuando vemos las películas y series preferidas?
Si fue un buen o mal plagiador, si fue un oportunista, sencillamente logró crear los híbridos literarios que el mundo sigue admirando. Solo eso ya es en sí mismo una monumental genialidad.
Veredicto
Hay muchos personajes de la historia de quienes no se tienen mayores pruebas. Por ejemplo, de Sócrates prácticamente no existe nada, de no ser porque su existencia está confirmada por Platón y por otros de su época. Si bien no hay casi nada de William Shakespeare, lo cierto es que tampoco hay casi nada de muchos de sus contemporáneos, a excepción de Ben Jonson. Y con ser así, de Shakespeare se ha logrado rescatar con creces mucho más que de los otros.
Y el olvido no pertenece a una conspiración mundial, sino que la cuestión es mucho más simple y prosaica: para la élite de ese momento, lo que hacían todos estos dramaturgos no era más que entretenimiento para la plebe, y dicha forma de vida no merecía ni tributos ni laudatorias. Tendrían que pasar unos cuantos años para recapacitar de tan tremendo error y convertir entonces a todos esos hombres en una institución, en una nueva forma de canon que identificara lo inglés, la identidad cultural local: comenzaron entonces a descubrir un potencial en la obra de arte, que antes de esa época le dejaban el problema a los teóricos y esotéricos.
Así que, aunque resultan divertidas y truculentas las teorías de la conspiración, lo cierto es que ninguna hasta el momento es lo suficientemente consistente para negar la existencia del personaje histórico de William Shakespeare.
A menos de que la digitalización absoluta de todas las bibliotecas del mundo (proyecto que trae entre manos Google y que quiere lograr terminar antes del 2022) logre a través de su indexación rastrear alguna prueba, algún manuscrito perdido, el equivalente al eslabón perdido literario que nos lleve por fin con la respuesta definitiva, por el momento tendremos que conformarnos con la respuesta más sencilla, dada por la siempre útil navaja de Ockham: William Shakespeare es el autor de sus obras.
Conclusión
Si la Europa de esos siglos luminosos nos dio al trío italiano Dante, Petrarca y Boccaccio, además de figuras como Castiglione, Tasso, Ronsard, Rabelais, Montaigne, Camoens, Erasmo, Moro, Molière, Corneille, Racine, La Fontaine, Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Calderón, Bunyan, Milton, Leibniz… sin contar además a todas esas mujeres europeas que fueron injustamente olvidadas por la historia. Aunque muchas de estas personas tuvieron formación de primer orden, otras jamás fueron a la universidad y también provenían de orígenes humildes.
Y está más que claro que solo uniéndose los mejores académicos del mundo, esforzándose con todas las herramientas y conocimientos modernos, podrían superar una sola de las grandes obras que nos legaron los autores de esos años que ahora llamamos Renacimiento. Pareciera ser que entonces no somos tan inteligentes y tenaces como quisiéramos parecer en esta modernidad.
¿Cuántas plumas se necesitan para superar al Quijote no en su técnica (cosa aparentemente fácil para el académico experto), sino en la justa dimensión humana? ¿Cuánta erudición requeriría de parte de varias personas, para superar el trabajo monumental de los Ensayos de Montaigne? ¿No será que la presencia de Shakespeare resulta demasiado apabullante para nuestros tiempos modernos y nos resulta inconcebible que un hombre bajo esas condiciones fuera uno de los grandes triunfos de la pluma en este mundo?
No olvidemos que estos son tiempos de un profundo pragmatismo y sentido de la vida superficial: en aquellos años, la pasión por el lenguaje nos podía llevar más lejos de lo que habríamos imaginado.
Aunque este podría el enigma literario más importante de todos los tiempos, la única realidad es que la teoría de la conspiración (aunque truculenta y atractiva) nos estaría negando la posibilidad más interesante y como lección la más valiosa: contra todo pronóstico, siendo uno en un millón, una persona común puede alcanzar el pináculo del logro humano, sin una enorme riqueza y privilegios heredados. Todo esto, por supuesto, haciendo uso del ingenio y todos los recursos posibles a disposición, sin rendirse jamás, dejando el alma en el camino, prestando todas las fuerzas y tenacidad posible. Jamás rendirse, aunque nos parezca eso demasiado coelhiano.
En fin…
Se puede venir de la nada y escribir algo extraordinario, que las personas amarán y estudiarán, y que 400 años después provoquen teorías conspiranoicas.