Música.- Me gusta mucho comparar la música con la migración: ¿por qué? Porque genera lazos, crea nuevas especies y enriquece. Todos los géneros tienen una historia similar en América Latina: alguien se encargó de traerlos de Europa o de África, o ya estaban acá, y se combinaron para crear nuevos patrones musicales que le dan sentido de identidad a toda una región que tanto puede sangrar en su lecho de muerte como mover las caderas al mismo tiempo.
En El Salvador, como todos saben, hay muchas expresiones y colectivos ninguneados tanto por las instituciones como por los capitalinos, que poco o nada nos interesamos por lo que sucede, culturalmente hablando, fuera de San Salvador. No todos, claro está, pero la gran mayoría se hace el mareado con los pueblos originarios, las precarias condiciones de vida de los 13 departamentos restantes y, muchas veces, ignoramos las costumbres diferentes que pueden haber a solo 30 kilómetros de distancia.
Así, entre algunas noches de desvelos, cervezas e ideas medio caóticas, decidí comenzar a aventarme el vacil de escribir sobre la historia de la música de El Salvador, o al menos escribir sobre lo que logre encontrar. Y, para mi sorpresa, (que siendo honesto fue doble) encontré un sitio web en inglés que hablaba sobre un género que yo venía atendiendo desde hacía un par de meses: la chanchona.
Primero definamos grosso modo qué es la chanchona: según la Real Academia de mi Lengua, chanchona es un subgénero musical derivado de la cumbia, de ritmo binario y ejecutada con un contrabajo ligeramente más pequeño que uno normal, llamado chanchona. Esta misma tiene instrumentos característicos que definen el género, como la misma chanchona o los violines que sirven para hacer contramelodías. (Sabrán disculparme el lenguaje técnico, pero si así compran medicamentos y medio saben los efectos de la Rivotril, pueden con este lenguaje).
Las chanchonas y las fiestas patronales
Ahora un poco de contexto: la chanchona surge como una expresión popular musical exclusiva para las festividades regionales del oriente del país, tales como los carnavales, ferias agrícolas y fiestas patronales. A este punto, me gustaría decirles que tengo toda la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad, pero es mentira. Con lo que he recabado con respecto a la chanchona y lo que he aprendido en la universidad estudiando Historia de la música, sé de buena fe que los instrumentos regionales como la chanchona se construyen a partir de la necesidad de sustituir la ausencia de un componente con otra manufactura artesanal. Entonces la chanchona, al ser un instrumento regional, sustituye al contrabajo común, que posiblemente escaseaba en el oriente del país, por lo que los músicos se veían en la obligación de conseguir carpinteros para poder confeccionar dicho instrumento, sustituyendo también las cuerdas de metal por cuerdas de tripa de cerdo.
https://www.youtube.com/watch?v=JttG5zN4FR4&t=273s
Este género surge como una expresión muy similar a la cumbia, quien triunfaba gloriosa en San Salvador en la década de los cincuenta, llena de instrumentos de viento, percusiones exacerbadas y cantantes con voces pletóricas. Las letras de las chanchonas hablan de tierra, identidad y paisajes bucólicos. Toda una construcción identitaria con la que crecen los lugareños de San Miguel, Morazán, La Unión, San Vicente y algunos otros departamentos.
Ahora quiero hacer una parada doble en Morazán: los Torogoces de Morazán, a modo de mención, fueron de los primeros grupos que yo supe que hacían chanchona. Ellos hacían bailar a la revolución al ritmo de los violines de Sebastián Torogoz y bailar de rabia a la oligarquía. Como ya todos saben, los Torogoces de Morazán fueron un grupo musical conformado por guerrilleros que hacían música popular con alto contenido ideológico de izquierdas. No tenían nada que envidiarle a Víctor Jara o al mismísimo Alí Primera. (Los Torogoces de Morazán van a ser abordados próximamente).
La segunda parada está en el municipio de Guatajiagua, siempre en el departamento de Morazán. Un grupo de músicos salvadoreños que, debido a los factores que ya todos conocemos (y para los que no: El Salvador sufrió una cruenta guerra que duró 12 años, de 1980 hasta 1992, dejando un saldo de 75,000 muertos y más de 200,000 desplazados), emigraron a Estados Unidos, a Virginia precisamente, lugar donde (y es aquí donde mi sorpresa se hizo doble) la Smithsonian Folkways Magazine publicó un artículo en donde contaban parte de la historia de los Hermanos Lovo. Increíble. En serio que no lo podía creer cuando leí todo el artículo en inglés, dejándome además datos muy reveladores.
No se los quiero espoilear del todo, pero hay cosas que creo que es necesario mencionar, como por ejemplo que, según el artículo What Makes a Good Smithsonian Folkways Recording? The Sound and Story of the Salvadoran Chanchona, los orígenes de la chanchona se remontan hace más de un siglo, o que la Radio Chaparrastique inauguró en 1969 un festival de chanchonas, quizá muy similares a los carnavales uruguayos donde participan las murgas (otro género que es un patrimonio inmaterial de la humanidad) y hay premiaciones para las mejores interpretaciones.
La historia principal es la de Trinidad Lovo, quien cuenta por qué los integrantes de la chanchona decidieron emigrar hacia Virgina del norte. Este señor explica: “Venimos de la guerra, de la tristeza, nacimos en un pueblo donde nadie tenía vida cultural (…) Venimos a este país (EE.UU.) con los problemas de nuestro pueblo. Y una vez acá nos dimos cuenta de que la vida era solo trabajo, sin chances de divertirnos, pero con nuestra música les trajimos diversión (a los compatriotas). A través de la música podés olvidar las penas”.
Asimismo, da una pequeña explicación de qué significa la chanchona en el oriente del país. Mario Lovo Membreño, hermano de don Trinidad, cuenta que en el oriente del país “desde pequeños ya agarraban los instrumentos y nos poníamos a hacer bulla (…). Nos decíamos a fijar y así fue como fuimos aprendiendo”, haciendo alusión a la relevancia que tiene este género en dicha zona y la importancia en la construcción del sentimiento de pertenencia de las personas del campo. Ya les dejé el link del artículo para que puedan profundizar (y de paso darle una hojeada a la revista, ¡porque está buenísima, ahuevo!).
Después de haber visto y entendido que las expresiones culturales del campo no se pueden entender fuera de su contexto, o sea, en la ciudad, me queda un sabor agridulce, literalmente, con un par de preguntas en mente: ¿qué hace el flamante Ministerio de Cultura para escribir e investigar sobre este y, seguramente, otros géneros poco conocidos en el país?, ¿por qué no se enseñan estos géneros musicales en las escuelas como “símbolo patrio” de verdad? O sea, en el sentido de que son expresiones populares de la gente para la gente. Creo que eso es hacer patria en el buen sentido, y si no lo es, es aporte a la conservación de las tradiciones de tu gente, de tu pueblo, de tus padres, quienes de seguro se conocieron en una bailanta de chanchona.
El desplante hacia lo popular
En Argentina (donde actualmente radico), los géneros musicales folclóricos son muy bien recibidos por el público de provincia que ha emigrado a Buenos Aires y se ha traído en las maletas esos géneros. La diferencia que encuentro entre San Salvador y Buenos Aires se escribe en pocas letras, pero lo decide todo, básicamente: la industria musical.
Se sabe de sobra que El Salvador carece de una industria musical consolidada, y que los intentos actuales a penas y dan para comercializar los géneros en boga, como el indie; serían menos rentables para la chanchona o el xuc. La industria musical ayuda a la preservación y difusión de estos géneros; géneros que nosotros, en San Salvador, no conocemos mucho ni apreciamos, ni respetamos. Pensamos muchas veces que pertenecen al pasado, al museo musical que forman nuestros abuelos con sus nostalgias y las personas del campo. Grave error. Tenemos que entender la importancia de los géneros musicales para la preservación de las prácticas culturales identitarias y la memoria histórica que muchos grupos musicales representan, debido a su música en sí o a su historia de vida. Creo que si comenzamos a darle el lugar que se merecen estos géneros, podemos empezar a construir una verdadera cultura de paz e integración, algo que, irónicamente, le hace tanta falta a Latinoamérica en general y a El Salvador en particular.
Por eso me gusta relacionar la música con la migración: se deben generar lazos duraderos en todo El Salvador. La música, por ende, debe migrar a otros lares, así como lo hicieron los Hermanos Lovo.
(Entrada original publicada en el blog personal del autor, El sueño Sudamericano)