En el afán de simplificar la vida, nuestra dieta habitual se ha visto saturada de prácticos sobrecitos instantáneos. Como resultado, vivimos en sociedades de gordos vanidosos.
Detalles.- ¿Somos lo que comemos? Si hiciéramos el ejercicio de anotar todo lo que comemos en la semana nos sorprendería el nivel de grasa, azúcar y de sal que consumimos. Justo los elementos que han provocado un incremento en enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes, hipertensión y obesidad.
Vivimos en un mundo de gordos vanidosos
En el afán de simplificar la vida, nuestra dieta habitual se ha visto saturada de prácticos sobrecitos instantáneos que le añaden sabor a nuestro día. También vivimos sumergidos en fabulosas bebidas burbujeantes que nos dan la felicidad.
¿Cuándo empezamos a maltratar nuestra relación con los alimentos de esta manera? ¿Quién nos dijo que lo mejor de la vida es instantáneo?
Pensar en esta relación de la humanidad con la comida es caer en la cuenta de que se debe pasar por un proceso extendido y complejo que requiere paciencia e incluso un poco de sacrificio. Por ejemplo, como cuando tocaba criar animales con el fin alimenticio, o el cuido de una huerta. No importa lo que elijamos, dieta carnívora o vegetariana (vegana, para los más atrevidos), el fin es el mismo: alimentarnos.
Precisamente ese acto, alimentarse, es un acto de relación de amor propio. ¿Acaso le damos una víbora a alguien que nos pide un pan? (para ponernos bíblicos). Actualmente sí. Le entregamos, la mayoría de veces, al cuerpo solo placer y no alimento. Esto no solo cuenta para la cuestión alimenticia.
Como consecuencia, la esperanza de vida ha ido bajando, creando una enorme paradoja. Esta lógica aplica incluso si quitáramos factores como la violencia, que en la región centroamericana es casi el pan de cada día: es sencillo morir en un tiroteo o atropellado por cualquier imbécil que tenga un auto, pero morir por tener las arterias tapadas ya no es raro.
Si sabemos que existen alimentos que nos llevan a la muerte, ¿por qué los consumimos? Peor aún: ¿Por qué educamos para comer mal a las nuevas generaciones?
La relación con los alimentos no solo se ve viciada en su consumo, sino también en cómo nos comportamos ante ellos. Es solo de ver la infinidad de fotografías en Instagram de hermosos platillos que solo alimentan el ego y no nuestros cuerpos.
A todas estas reflexiones podríamos añadir otra, que no por repetitiva deja de ser válida: la mala distribución de los alimentos, que no es otra cosa sino una muestra de cómo están mal distribuidas las riquezas en el mundo. Países ricos y países pobres es una disyuntiva demoníaca y atroz, que sin embargo hemos aceptado sin rechistar.
A los que nos tocó nacer en la clase media del lado pobre del mundo nos ha atrapado esta extraña dicotomía: por un lado, tenemos la capacidad de elegir con cierta soltura qué podemos y queremos comer; por el otro, vemos cómo la gente en nuestro alrededor más inmediato no tiene opciones y come lo que encuentra, lo que caiga.
Pero volviendo al punto central: vivimos en un mundo de gordos porque queremos, porque estamos atrapados en la dictadura de las apariencias, porque nos importa más la selfie en Facebook que la salud a largo plazo.
No queremos sermonear a nadie, pero está jodido seguir por ese rumbo. Los gordos vanidosos no viven demasiado.