Música.- En la diversidad está el gusto. Eso aplica para la música y para la vida, pero ahora vamos a hablar de la música: del racismo que existe en torno a los géneros musicales. Porque sí, hay algo de eso: hagámonos cargo.
¿Qué se te viene a la mente cuando suena Bad Bunny? ¿De qué (o quién) nos acordamos cuando suena una de Juan Gabriel? La respuesta dependerá de una infinidad de sutilezas que cada quien ha acumulado en su vida, así como de otros muchos factores contextuales. No es lo mismo escuchar Abrázame muy fuerte en la soledad de nuestra habitación que en un bar, con un par de tragos adentro.
Pero ese no es el problema de fondo, ni de lo que queremos hablar: en la diversidad está el gusto, pero el gusto no tiene por qué definir qué es bueno ni malo, y de hecho no lo hace. Pero vamos paso a paso.
Los estereotipos en la música
El reggae es para fumadores de mota; las rancheras son para los borrachos de pueblo; el rap, el hip hop y los géneros urbanos son para vagos; el reguetón es para promiscuos, y en El Salvador para gente de estratos bajos; la trova latinoamericana es para comunistas trasnochados; el jazz y la música académica es para intelectualoides pretenciosos; la música de banda es para narcos o personas del campo, agropecuarias (como si la vida urbana fuera mejor que la rural)… Y podríamos seguir. Cada género, cada artista, puede estar asociado a un estigma social: música satánica, música sexosa, música vulgar. La lista es larguísima.
Por supuesto que la música comunica, pero no solo lo hace por su contenido o melodías, sino por lo que representa en sí misma. Está ligada a la personalidad de cada ser humano, de la misma forma que la ropa. Una persona que se viste todos los días de saco y corbata transmite una imagen distinta, que una persona que se viste todos los días con sandalias y bermudas.
De la primera persona podemos inferir que tiene cierto estilo de vida muy distinto que la segunda. Eso no es malo: la música, la ropa, la forma de hablar, son signos, comunican algo. Lo que estamos criticando es el hecho de hacer juicios de valor moral, en función de estos signos: ¿por qué el que se viste con traje todos los días debería ser una mejor persona que el que anda en sandalias? No hay una razón lógica para pensar eso. ¿Estamos de acuerdo?
Pues en ese error caemos la mayoría de veces con la música. Una persona que escucha ópera todo el tiempo comunica algo totalmente distinto y opuesto a alguien que escucha siempre a Maluma. Podemos inferir que tienen estilos de vidas distintos, pero eso no los debería de hacer encajar con ningún estereotipo en particular. ¿Es mejor persona la que escucha a Madame Butterfly, que quien le da play a las 4 Babys?
https://www.youtube.com/watch?v=sLcbfF9ypmM
Placeres culposos y diversidad musical
En Latinoamérica y en El Salvador, los ejemplos son abundantes: José José y Leo Dan gozaron —y en muchos círculos todavía gozan— de gran popularidad, pero ahora se asocia su música con formas de vida relacionadas con el fracaso, el vicio y la tristeza.
Latinoamérica se caracteriza por una infinidad de propuestas musicales, que abarca la totalidad de sus rincones. El reguetón y la música urbana representan solo un pequeño sector de esa vastedad musical, aunque últimamente parece que es la única. Pero es curioso cómo también toda esa diversidad musical representa muchas veces placeres culposos, como si en el fondo nos avergonzáramos de nuestras raíces. Juan Gabriel, Los Iracundos, Julio Jaramillo, Los Temerarios, Los Yonic’s, Los Ángeles Negros, y una larga lista por enumerar, parecen ahora placeres culposos.
Ahora Luis Miguel llega a una diversidad mucho mayor de oyentes, pero tuvo que cantar primero con Frank Sinatra, ganar varios premios internacionales, y ahora, por supuesto, tener una serie producida por Netflix. Pero a principios de los noventa, si bien ya era muy querido por una inmensa población, ¿acaso no se consideraba que tenía algo de cutre? No nos juzguen a nosotros: hagan memoria.
Ahora vemos bien que Los Ángeles Azules hayan tocado en Coachella, o que Juan Gabriel haya recibido todos los honores en vida y muerte. ¿Pero era así hace 20 años?
Simpatizar o no: el meollo de la diversidad musical
Existen tantos géneros musicales en el mundo actual, que una vida no alcanza para escucharlos. La música, al estar tan relacionada con asuntos emocionales y personales, no tiene por qué interesarnos de la misma forma a todos. Probablemente hay miles de géneros musicales con los que no tenemos la obligación de simpatizar, pero que eso no implique que quien sí los ame sea inferior de ninguna forma, o que tenga un mal gusto.
Lo que necesitamos es comprender la música en su justa dimensión: hay géneros que están pensados solo para bailarse, y no necesariamente representan la apuesta filosófica de vida. Hay otros que contienen mensajes sociales e ideológicos directos.
Todos los géneros (con hincapié: TODOS) tienen sus propios triunfos y evolucionan en propuestas y arreglos distintos. La mejor estrella de la cumbia no tiene por qué parecerse a una leyenda del rock.
¿Y qué hay del trap de Bad Bunny, que es abiertamente misógino y hace apología de la narcocultura? Otra vez: hay que valorar cada cosa en su justa dimensión. Si hay canciones que apelan a lo peor del ser humano, lo mejor que podemos hacer es no consumirla, dejar que se pudra en el olvido. Eso no implica que todo el género sea condenable, o que esa expresión, en su totalidad, no sea válida.
La cumbia, la salsa y los boleros (por mencionar solo algunos) también tienen canciones con contenidos misóginos, y no por eso desechamos a estos géneros en su totalidad.
¿O esta canción no les parece misógina y con un mensaje peligroso, en un país con tanto feminicidio?
La identificación musical
Apoyar la música en general no parte de la aceptación de todos los géneros, canciones y artistas. Cada quien desarrolla su criterio en función de qué tanto puede identificarse con ella. Pero no comulgar con un género y estilo no tiene por qué ser una marca de superioridad, y mucho menos denigrar a quien sí aprecia la variedad de las formas.
Quienes son capaces de oír de todo, sin caer en estereotipos, son los que de verdad han comprendido la belleza de la música, porque tienen mayor perspectiva para hacer un juicio de valor. En realidad, quien se casa con un género musical solo puede tener una visión limitada del arte y del gusto.
Hablar de diversidad musical resulta importante en un contexto como el actual, en el que las grandes instituciones de música pop, esas que definen en buena medida lo más vendido y más escuchado, parecen empeñarse en estandarizar nuestro gusto musical. Si uno revisa la Hot Latin Songs de la Billboard, se nota de inmediato cuál es el género que predomina: el reguetón y el trap. Sin más.
Y no es que esté mal que haya reguetón, porque es un género más y no es ni bueno ni malo, es una expresión y ya está. El problema viene cuando se crea la idea errónea de que es lo único que se produce.
Somos diversos, en El Salvador, en Latinoamérica y en el mundo. Eso no nos hace necesariamente malos o buenos.
Ese mismo principio aplica para la música.