El Imperio Azteca (o mexica, tal y como se conocían entre ellos) se instaló en la ciudad de Tenochtitlan en 1325 (d. C.) y fue uno de los más poderosos de la historia de la humanidad.
Detalles.- El Imperio Azteca (o mexica, tal y como se conocían entre ellos) se instaló en la ciudad de Tenochtitlan en 1325 (d. C.), tras librar diversas batallas con otros pueblos originarios de México.
A partir de ese momento, el que fue uno de los grupos más poderosos de la historia de la humanidad desplegó su poder entre pirámides, palacios y pueblos perfectamente estructurados, hasta ocupar gran parte de México Central e incluso alcanzar el norte de Guatemala.
Una cultura que, además de desarrollar diversos progresos tecnológicos, potenciaron sus propios sistemas de cultivo y desarrollaron el estudio astronómico hasta la llegada de Hernán Cortés en 1520, también promulgaban unos rituales de sacrificio que te pondrán la piel de gallina.
La sangre del sacrificio
Al igual que los mayas, los aztecas veneraban a varios dioses a los que contentaban con sacrificios, siendo Tezcatlipoca la deidad más respetada. Con estos sacrificios, los aztecas creían contribuir al equilibro del mundo, ahuyentando a los demonios de la Tierra y asegurándose la presencia del sol en el cielo, que creían se extinguiría tras un período de 52 años, si no contribuían a sus caprichos.
Los sujetos sacrificados solían ser músicos, que eran conducidos por sus doncellas hasta un teocalli (o pirámide) de las islas del lago (cabe señalar que Tenochtitlan se ubicaba sobre el lago de Texcoco).
Una vez allí, los guardias se encargaban de amordazarlo y el sacerdote rajaba su pecho con un cuchillo oxidado y extraía el corazón para quemarlo y la cabeza para empalarla (y a veces, incluso hervirla). El cadáver sin vida era lanzado por la escalinata de la pirámide.
Niños y canibalismo
En 2003 se encontraron los restos de un bebé en la zona de Xochimilco, en México DF, zona también conocida por el impulso del cultivo azteca conocido como las chinampas.
El cadáver del pequeño presentaba tonos anaranjados y la cabeza mostraba signos de haber sido eclosionada y hervida en un caldero. Este horripilante dato encaja con la tendencia de los aztecas de sacrificar bebés o niños, en especial durante el ritual de Atlacaualo, el primero del calendario azteca en el cual, además de extraer el corazón a los niños, se consumía su carne con motivo ceremonial.
Sí: el canibalismo era usual entre los altos mandatarios debido a la falta de animales domesticados en la cultura azteca.
Casos concretos
Existen muchos casos diferentes de sacrificio en el antiguo imperio azteca, tal y como documentaron conquistadores como Bernal Díaz del Castillo, horrorizado ante todas esas pequeñas pirámides o viviendas en las que ver hombres colgados y ensangrentados era de lo más habitual.
Algunos de los sacerdotes que ejecutaban el sacrificio arrancaban el corazón y lo levantaba hacia al sol en señal de triunfo, para luego rociar con la sangre del mismo los labios de la víctima que lanzaban por las escaleras.
En otro caso, una pareja de recién casados fue lanzada al fuego y, aun con los cuerpos ardiendo, los verdugos procedieron a arrancarles la piel quemada.
Se calcula que 20,000 personas eran sacrificadas al año en el imperio azteca.
La importancia de los juegos
Promover el juego de pelota era, al igual que para los mayas, un filtro perfecto a la hora de elegir futuros sacrificios.
Estos campos de juego eran construidos en zonas estratégicas de los templos y simbolizaban las puertas al Inframundo, por lo que más que un simple pasatiempo, el mismo simbolizaba un equilibrio entre las fuerzas del universo que, cómo no, debían ser consolidadas con el sacrificio de cuatro personas por partida a las que se decapitaba.
La figura del jugador sin cabeza del que brotan serpientes (símbolo de fertilidad) confirma la creencia de que los aztecas consideraban los sacrificios de los juegos como símbolo de renovación de las cosechas.
Estos 4 datos sobre los sacrificios de los aztecas confirman la férrea creencia de los mexicas en la ejecución de los súbditos como salvación de su mundo. Unos datos horripilantes que, no obstante, contrastan con otros aspectos de la cultura azteca como la esclavitud, la cual era mucho menos limitada que en Occidente, permitiendo al esclavo comprar su propia libertad.
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