Mi hija tiene más libros que muñecas, una cama al nivel del piso para que aprenda a ponerse en pie, tiene un perro y un gato que son amigos y la única religión de la que le hablamos es la del amor.
Opinión.- Antes de que este titular pueda alarmar a los lectores más tradicionales, me gustaría proponer una reflexión: ¿a caso no fuimos todos un experimento de nuestros padres? desde la concepción -sin hablar de los pensamientos de curiosidad, miedo, emoción o angustia que inundaron a la madre durante más o menos 40 semanas- cada uno de ustedes es el fruto de una fórmula única e irrepetible, resultado de los aportes de padres, abuelos, familiares cercanos, el vecino bravo, el colegio que eligieron para ti, tus amigos, las reglas y los desafíos a la autoridad, tanto los buenos como los malos consejos, la universidad de la calle, tus parejas… y a la lista podríamos continuar agregando ingredientes sin nunca acabar.
Es así como, sin culpa, he llegado a esta conclusión: mi hija es un experimento.
Comprendí esta afirmación la primera vez que sentí a Alazne moverse dentro de mi vientre, fue en ese momento cuando entendí que, aunque evidentemente dependía de mi, ella era un ser que intentaba manifestar su propia voluntad: se movía independiente a mi, daba patadas sin avisarme, dormía mientras yo caminaba y jugaba mientras yo quería dormir ¿podría ser, aún antes de nacer, un atisbo de su propia identidad?
En los tiempos que corren, buscar información sobre cómo educar a tus hijos terminó siendo una tarea que lejos de aclararme, me confundió. Después de leer libros como Educar a niños y niñas de los 0 a 6 años de Maite Vallet, la educación basada en el amor descrita por Carlos González en su libro Bésame mucho, hasta El bebé es un mamífero del Dr. Michel Odent; no sabía si parir en mi casa, en agua nadando con delfines para que después se comieran mi placenta, o crucificarme en una cama de hospital con el olor penetrante de un quirófano. Una cosa es cierta, leer diversas perspectivas (en algunos casos unas opuestas a otras) me ayudó muchísimo, sobre todo a entender que la razón no tenía un solo dueño, y eso me abrió un abanico de posibilidades en donde abracé la libertad de educar a mi hija como mi corazón lo sentía correcto.
Mi hija es un experimento, porque desde entonces decidí educarla de una manera muy diferente a la que me educaron a mi. Yo habría de facilitar las condiciones idóneas para que ella se sintiera siempre libre de manifestarse, de ser, de construirse, de explorarse a si misma, de autodefinirse, de experimentar amor, enojo, tristeza o frustración de una manera natural y sin prejuicios. Pondría a su disposición el conocimiento de lo fundamental: el amor a la naturaleza, la compasión por los más pequeños, el disfrute de las emociones y el placer de descodificar el mensaje que cada una de ellas trae para si.
Mi hija tiene más libros que muñecas, una cama al nivel del piso para que aprenda a ponerse en pie, tiene un perro y un gato que son amigos y la única religión de la que le hablamos es la del amor.
Mi hija es un experimento porque quiero educarla de tal manera que nunca se cuestione si puede alcanzar sus propósitos, que sepa siempre que la fuerza interior es la fuente inagotable de ideas, creatividad y amor. No tiene más ni menos privilegios por ser niña, pero quiero que sepa que el mundo necesita más energía femenina para un propósito más importante que solo lucir bonita.
Una vez me dijeron “tener un hijo es como una apuesta a largo plazo, porque no será sino hasta dentro de 30 años que sabremos si lo hicimos bien o lo hicimos mal”, palabras impactantes pero hasta cierto punto reales. Alazne solo tiene un año y medio, falta mucho camino por recorrer y me siento emocionada y lista para continuar este viaje. Cuando la veo reír, conmoverse con los animales y al preguntarle donde están las estrellas sube su dedo hasta el cielo, una voz en mi corazón me dice cosas que me hacen sonreír.
Mi hija es un experimento, y con ella yo también lo soy; deseo con todo mi corazón que este proceso de como resultado a una mujer segura de sí misma, compasiva, libre y sobre todo auténtica.
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Autora: Elsy Montenegro. CEO de ADN Branding. Co-Fundadora del International Brand Coaching Institute en la Ciudad de México. Especialista en construcción de Marca Personal y orgullosa madre de familia.
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