En febrero de este año muchas personas se sorprendieron con la noticia de que Café Tacvba se planteó la posibilidad de no volver a cantar La ingrata o de cambiarle la letra.
Opinión.- En febrero de este año muchas personas se sorprendieron con la noticia de que Café Tacvba se planteó la posibilidad de no volver a cantar La ingrata o de cambiarle la letra que, en un momento, dice: “Por eso ahora tendré que obsequiarte un par de balazos pa’ que te duela. Y aunque estoy triste por ya no tenerte, voy a estar contigo en tu funeral”. El vocalista Rubén Albarrán dijo que habían escrito la canción cuando eran muy jóvenes y hoy, ya sensibilizados sobre los feminicidios en México, no estaban interesados “en apoyar conductas que agredan a las mujeres”.
En lo personal, creo que es aplaudible que un grupo tan famoso se dé cuenta de un error del pasado y trate de enmendarlo, en especial cuando no está haciéndolo en medio de una campaña para quedar bien o antes de convertirse en voceros de alguna marca.
Otras personas no piensan como yo. Ellas pusieron el grito en el cielo porque esto les pareció demasiado “políticamente correcto”, algo extremo e innecesario que los obligaría a dejar de cantar la canción en los conciertos de sus ídolos o que, peor aún, los obligaría a esforzarse y aprenderse un par de versos nuevos.
En Estados Unidos, esta resistencia llevó a muchas personas a apoyar la candidatura de Trump, como respuesta a todos aquellos que se habían vuelto policías del internet, denunciando cosas como la “apropiación cultural” o el “whitewashing” en Hollywood. En Latinoamérica los cambios y sus resistencias son de otra índole. Muchas personas (y yo estuve entre ellas también) se resisten al lenguaje inclusivo de género, porque les parece cansado o porque sienten que dificulta la lectura. Esto a pesar de lo que la Real Academia de la Lengua nos ha enseñado, ya que esta no es fija y se adapta a los tiempos. Lo que se pone de manifiesto en la aceptación de palabras como “fuertísimo” o “murciégalo”. Cuesta creerlo, pero el mundo no se cayó por esto.
Quizá para muchos el lenguaje inclusivo no signifique mayor cosa. Pero es relevante que se distinga entre hombres y mujeres, en lugar de englobar todo en lo masculino. Alguna vez la iglesia realizó misas solo en latín y no sentía empatía por aquellos que no entendían ni jota. De modo eventual rectificaron y los feligreses de seguro sintieron alegría de poder entender, de ser verdaderos partícipes del ritual.
Aquí viene el meollo del asunto: solo entendemos lo que nos afecta a título personal. Tenemos una gran dificultad de ponernos en el zapato del otro y entender de dónde aprieta y por qué molesta. Nos cuesta mucho analizar cómo las cosas son percibidas por aquel que recibe el comentario “mordaz”, el “chascarrillo”, lo que “no se está diciendo en serio”. En una cultura machista como la latinoamericana está bien cantar Ponerte en cuatro de Los amigos invisibles y repetir: “Ojo ten mucho cuidado, y no quiero verte con otro al lado, si te descubro en alguna movida, yo no lo pienso te quito la vida y te mato y no me arrepiento” o saltar con Puto de Molotov, porque “no está refiriéndose a la orientación sexual” de alguien “específico” o porque, como el mismo grupo (o su experto en relaciones públicas) dijo en 2013, en inglés: “Fue concebida como una canción (c)atártica sobre nuestra situación en México, en la época de finales de los noventa y (estaba) dedicada a cualquiera que atente contra nuestra libertad, a cualquier cobarde que atente contra el pueblo y cualquiera que atente contra la humanidad. Nunca fue concebida para irrespetar a la comunidad homosexual”. Sean Penn tampoco logra ver nada malo en que, cuando Alejandro González Iñárritu ganó su Óscar, él haya bromeado diciendo: “¿Quién le dio su tarjeta verde a este hijo de puta?”. No creo que muchos mexicanos sientan que es chistoso cuando un gringo se burla de la situación de los indocumentados.
En definitiva es más fácil encontrarle lo “inofensivo” a los comentarios o bromas cuando uno está en una posición privilegiada.
Cabe aclarar que Puto fue publicada en 1997 y La ingrata en 1994. Solo para compartir datos históricos.
Creo que todo se resume en que hemos crecido aceptando esto como normal. Como antes no había muchos espacios para que las minorías hicieran ver su parecer, o nos compartieran que tenían sentimientos y que eran también seres humanos, no nos escandalizábamos cuando Vilma Palma e Vampiros cantaba en 1993: “Entraba en un club, donde solo van todos los maricas”. Seguro que “tampoco fue concebida para irrespetar a la comunidad homosexual”. Simplemente era (y es) un reflejo de lo normal que es irrespetar a las minorías en nuestra Latinoamérica. “Así bromeamos aquí”.
No solo Café Tacvba o Los Amigos Invisibles han aportado a la misoginia musical. Si bien el gran “poeta urbano” Ricardo Arjona ha hecho vibrar de amor a muchas mujeres diciéndoles que está bien envejecer o que él se convertirá en su graduación si han tenido a otros muchos hombres como escuela, él —aunque progre y de avanzada— también canta que la mujer tiene que decirle que “no” a un hombre porque, de lo contrario, él se aburre y puede dejar de soñar si todo le parece demasiado fácil. Él también “alaba” a una mujer diciéndole que si su jefe la viera desnuda y detrás no dudaría en promover su cintura. ¿Qué mujer que sufre de acoso laboral no querría oír estas lindas palabras en su oído?
Ese era yo siendo sarcástico… o no entendiendo la “poesía”.
Acá aprovecho para mencionar La planta, primero de múltiples éxitos del grupo Caos. En esta canción hay un juego de palabras y el vocalista pide encontrar una planta que requiera de un solo jardinero que recoja el fruto y que no tenga tantas ramas, porque “entre tanto ramerío (ya la apodaron) la ramera”. Aceptémoslo. La palabra “ramera” tiene una carga bien fuerte que solo alguien muy cínico se atrevería a negar. Podría alguien argumentar que Paquita la del Barrio también insulta a un hombre diciéndole que es una “alimaña, culebra ponzoñosa y desecho de la vida”, o que Alicia Villarreal cantaba dolida a otro que “le quedó grande la yegua”. En mi opinión, sí hay una diferencia entre estos ejemplos y demuestra que el despecho solo se acepta en la radio cuando es “socialmente digerible”. Una mujer no puede realmente insultar al hombre o ella termina viéndose mal. En 1995 fue un escándalo que Gillette cantara sobre su decepción de encontrar un hombre con el pene pequeño en Short Dick Man (¿una mujer puede hablar de sexo?). Como esta canción era “inmoral” y atacaba la sagrada virilidad de un hombre, tuvimos la versión censurada que decía “short short man”. En Latinoamérica oímos la versión censurada. De una canción en inglés. En inglés.
Y ahí completamos nuestro círculo. Si no se ataca al hombre en su virilidad ridiculizando el tamaño de su pene, ¿con qué más lo podemos hacer sentir mal? ¿Qué otras palabras consiguen el mismo efecto devastador? ¿Qué palabras herirían su amor propio? Ahora es cuando le pido que vuelva a leer el sexto párrafo de este artículo y recuerde que las palabras en las que usted podría estar pensando solo hacen referencia a “cualquier cobarde que atente contra el pueblo y cualquiera que atente contra la humanidad”.
VoxBox.-