Cine.- El dúo de directores Mariano Cohn y Gaston Duprat vuelven de nuevo a hacer un divertido pero a la vez cínico retrato de situaciones cotidianas, haciendo colisión con el estilo de vida de sus personajes pertenecientes a la más alta categoría de condescendía intelectual, una temática recurrente en su filmografía, pero que posiblemente aquí se haya logrado de manera más sórdida y memorable, para una audiencia internacional.
Cinta ya ganadora del Goya y muy posiblemente de una contienda muy importante en la última selección de los premios Platino, aquí se cuenta la historia del escritor argentino ganador del premio Nobel de Literatura, Daniel Mantovani (Óscar Martínez), en su viaje personal por reencontrarse con el pueblo en que creció, Salas, al que es invitado para ser condecorado con el más alto título que este puede ofrecer, la medalla del “Ciudadano Ilustre”.
Durante años Mantovani ha utilizado sus memorias sobre la localidad y sus personajes como un elemento constante de su bibliografía; sin embargo, ahora que se encuentra de nuevo en él no deja de sentirse ajeno a todo lo que este parece representar. ¿Qué es lo que lo motiva a estar ahí? ¿Una forma de conectar con su pasado? ¿De recuperar algo que consideraba perdido? ¿O encontrarse con algo más que lo saque de su bloqueo creativo?
A menudo alternamos entre situaciones tanto cotidianas como ridículas, una incomodidad constante invade nuestro cuerpo, que nos hace reflexionar sobre la verdadera naturaleza del relato. A menudo, no se sabe si se trata de una crítica mordaz a las tradiciones y a los más comunes estereotipos del pueblo latinoamericano (argentino, respectivamente), o si en cambio es una muy profunda reflexión y el más vivo retrato de lo que significa para un hombre, y sobre todo para un artista, el volver a sus tierras pero como un extraño.
El filme está lleno de pintorescas locaciones rurales y excéntricos pero reconocibles personajes claramente sacados de una infancia pueblerina. Se nos da la oportunidad de verlos bajo una nueva perspectiva, quizás no siempre de la forma un tanto indulgente de Maltovani, pero sin duda sirve como una forma de hacer introspección en lo que se refiere al conformismo, la ignorancia e hipocresía de nuestros pueblos. Se nos presenta un universo un tanto familiar, contradictorio en su discurso, pero que no pareciera ser por completo ficticio.
Aunque el apartado técnico es posiblemente de las cosas más planas que tiene la cinta, el personaje principal y las situaciones en las que se ve envuelto dan pie a las exquisitas e interesantes contemplaciones a la vida del artista autoexiliado, así como el grado de responsabilidad que podría llegar o no a tener con sus compatriotas.
No basta decir que se trata de una obra con un guion sólido y valiosas interpretaciones, que vale la pena hacer una mirada, aunque podría quedar en duda cuál es la verdadera “moraleja” como de modo muy memorable lo expresa el protagonista: “Muchas de las conductas deleznables de mis personajes lamentablemente forman parte del mundo en el que vivimos. Que mis personajes hagan lo que hacen no significa que yo aprueba o desapruebe esas acciones”.
Voxbox.-