Cine.- Si se debiera describir Three Billboards Outside Ebbing, Missouri en tan solo una palabra, mi primera opción a escoger tendría que ser “impredecible”. Cuando llevas un cierto tiempo viendo películas, explorando conceptos y estudiando historias, la posibilidad de trazar un final antes de verlo en pantalla se convierte en un conveniente y retorcido juego para succionar lo divertido de una experiencia cinematográfica. Es algo que a veces un asiduo espectador haría para justificar o reclamar su posición como intelectual.
Pero cuando encuentras una película que interrumpe ese mecanismo en tu cerebro, que realmente te logra mostrar el mundo a través de los ojos de un personaje y te abstrae de todo lo demás, sustituyendo el proceso cerebral por una expectativa ingenua de realmente querer saber lo que ocurrirá a continuación, entonces se convierte en algo digno de ser mencionado.
La carta de presentación de Three Billboards Outside Ebbing, Missouri
Three Billboards outside Ebbing, Missouri, de Marting McDonagh, representa esta imprevisibilidad de acciones a través de la ira justificada de una madre, resignada y profundamente herida por la muerte de su hija adolescente, violada y asesinada meses atrás, sin que las autoridades locales muestren todavía señales de siquiera estar cerca de identificar a los culpables de este atroz acto.
Mildred Hayes (Frances McDormand), una mujer sureña, rústica y de modales toscos, emprende una misión personal de llevar justicia a su hogar, representada a través de un hecho transgresor que manifieste su inconformidad con la policía. Tres provocadoras vallas de fondo rojo sangre y letras negras, que conforman un mensaje que alega directamente la ineptitud del jefe de policía local, Bill Willoughby (Harrelson), por el caso de su hija.
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Cómo logra cautivarnos
Las vallas, siendo vistosas y polémicas debido a sus afirmaciones sumamente punzantes, logran capturar la atención de todos en el pequeño condado, alertando a las autoridades y poniéndolos al escarnio público, derivando en una escala de discusiones y violencia física. La historia establece una constancia de una reacción para cada acción. Por cada agresión física, le sigue otra más violenta. Pero a pesar de tanta crudeza, extrañamente se podría entrar en una categoría cómica. Al final, es humor negro en su máxima expresión.
La ira de los personajes se magnifica a niveles tan extremos, que terminan siendo sumamente impactantes de ver cada vez que ocurren, pero que inmediatamente se contrastan o son interrumpidos con el aspecto más burdo y trivial de la realidad. Esta colisión de tonalidades le da al filme esa cualidad que lo hace todo tan impredecible pero al mismo tiempo muy entretenida de ver.
En un principio sentimos empatía y hasta admiración por Mildred, entendemos su descontento e incluso vemos la mayoría de sus arranques de ira como justificados. Se manifiesta como la clase de persona capaz de decir una verdad incómoda sin pensar en las consecuencias. Nosotros apoyamos sus acciones, e incluso, anhelamos porque exista una resolución violenta de su parte con cada momento que se roba la pantalla con su cínico realismo.
La conexión que sentimos con Mildred
La razón por la cual nos atrae tanto la interpretación de McDormnd es porque la visualizamos como un personaje marcado por un entorno increíblemente agresivo, el cual ella misma ha asimilado de igual forma como mecanismo de supervivencia. Logramos entender su comportamiento y lo experimentamos junto a ella, como una catarsis después de tanto dolor, incluso como una forma de escapismo de un latente sentimiento de culpa.
Vemos humanidad en ella y nos sentimos aun más conmovidos al verla en sus momentos de mayor vulnerabilidad, nos alivia que también sea una persona capaz de devolver cariño, pero nos frustra esa necesidad por impedirse compartir con otros esta ternura, a menos que sea completamente necesario. Incluso sus muestras de cariño son rústicas y groseras. Es complejidad y dicotomía humana en su estado puro.
La ira en su representación más desenfrenada
A medida que transcurre la cinta vemos cómo esta ola de agresiones poco a poco excede los límites de la diversión o la violencia “justificada”, y se vuelven algo cada vez más incómodo de ver. Nos vamos sintiendo impotentes, al ver cómo realmente la vida de estas personas continúa desintegrándose por sus erráticas e impulsivas reacciones.
Poco a poco, este mismo comportamiento que antes alentábamos en Mildred invade el universo de otros personajes de maneras que nos alarman, seguimos sin encontrar justicia, y peor aún, comenzamos a sentirnos aun más desdichados, pensando que quizás nunca la encontraremos.
Consideraciones finales
El final de la historia, aunque ambiguo, resulta tener una cierta carga esperanzadora. Vemos que hay una redención por parte de la mayoría, especialmente en el personaje de Sam Rockwell, que viene siendo también una de las interpretaciones más entretenidas y fascinantes de ver.
Uno de los mayores puntos a favor de toda la película es hacernos ver cómo el amor también es capaz de coexistir en un mundo plagado de injusticias y horrores. Hay un muy sutil mensaje de cómo el odio no es el aliado para una resolución emotiva, sino quizás el paso a la compasión, o incluso una extraña combinación entre la venganza, compañerismo y empatía por otros.