Piensa en el primer trago de cerveza que bebiste en tu vida. ¿No te salió un “¡puaj!” de puro asco?
Detalles.- Piensa en el primer trago de cerveza que bebiste en tu vida. ¿No te salió un “¡puaj!” de puro asco? Sin embargo, ahora no es lo que sientes cuando organizas una fiesta entre amigos.
Para entender este fenómeno, hay que remontarse a la infancia. “Existe una explicación vital”, cuenta Nicolas Darcel, maestro de conferencias sobre nutrición en AgroParisTech y profesor de Neurociencias del comportamiento alimentario. “Enseguida nos gusta todo lo graso y lo dulce, pues son sabores que ayudan a los humanos a crecer. Pero rechazamos lo amargo, ya que este sabor suele estar asociado a alimentos tóxicos o no aptos para el consumo”.
Y resulta que la cerveza (¡sorpresa!) es un producto amargo. “Si no nos gusta la cerveza la primera vez es porque no hemos aprendido a que nos guste”, prosigue el investigador.
Para Fabrizio Bucella, doctor en Ciencias y especialista en vino y cerveza, el “característico” amargor de la cerveza “debido al lúpulo” explica en parte esta aversión del principio: “Las sustancias amargas no abundan en la alimentación moderna. No es un sabor que nos hayan inculcado”. A esto se añade, según Bucella, la “sensación de seudocalor” que puede “dar impresión de quemazón al neófito y que desconcierta a los sentidos”.
No obstante, nada de esto impide que acabemos amando esta bebida fermentada. Se trata de un proceso “muy sutil y complejo”, señala Nicolas Darcel. Para él, hay que tener en cuenta estos tres elementos:
- El aprendizaje del gusto amargo: “Nuestro sistema gustativo se transforma. Creo que esta evolución permite diversificar la alimentación”.
- El efecto del alcohol: “Tiene un efecto calmante y procura una sensación de bienestar al organismo. Poco a poco, asociamos la cerveza con esa sensación”.
- El factor interindividual: “Sueles exponerte al consumo de cerveza desde la adolescencia. Socialmente está aceptado ir a beber cerveza entre amigos”.
Se trata, por tanto, de un fenómeno tanto biológico como social. Es la asociación de estos dos factores lo que hace que tantas personas adoren la cerveza. “Ese momento de bienestar que se instala en ti desde el primer trago —o incluso desde que te la sirven— está ligado a la liberación de dopamina en el cerebro. La absorción de alcohol es como un tipo de ritual al que nuestro organismo se habitúa poco a poco, que produce placer y al que con el tiempo cuesta renunciar”.
Hasta ahora se ha hablado de “la cerveza” como si tuviera un sabor único, pero es evidente que no. Por ejemplo, la cerveza clara —la más consumida— “es la famosa cerveza de la sed, la cerveza que ‘refresca’. También es la más sencilla, la más accesible y la más universal”, detalla Fabrizio Bucella. Además, es la que tiene un amargor más ligero en comparación con las cervezas oscuras. Por eso con la cerveza oscura podemos experimentar lo mismo que cuando probamos la clara por primera vez.
Cabe destacar también que estos apuntes no se aplican a todas las personas. Hay gente a la que nunca le ha gustado ni le gustará esta bebida, precisamente por su gusto particular y/o por su efervescencia, “que puede ser un factor de bloqueo para algunos”, según Fabrizio Bucella.
No hace falta recordar que NO es obligatorio aprender a amar la cerveza (y mucho menos por la presión social). Pero ahora ya sabes por qué te gusta tanto “esa sutil mezcla de amargor y alcohol con un toque dulzón”, tal y como la describe Fabrizio Bucella.
Pero nunca olvides consumirla con moderación.
VoxBox.-