Detalles.- El 15 de septiembre en mi país se celebra el Día de la Independencia (junto con algunos otros países de Centroamérica). Este año, dicen, la patria cumple 195 años de haber nacido. A mí no me consta, pero digamos que fuera cierto.
Hoy, por primera vez en mi vida, asistí al desfile que se hace desde la oficialidad para celebrarle el cumpleaños a la patria. Lo hice por razones ajenas a mí, debo aclarar, y me era imposible zafarme del compromiso. Así que bueno, me guardé mi tedio hacia las grandes aglomeraciones de personas, mi horror hacia los símbolos patrios, y mi profundo asco hacia los discursos oficiales y me fui. Al menos podría hacer algunas fotografías.
Nunca había estado en uno de esos desfiles. Son aburridos, hay que decirlo. A menos que a uno le guste escuchar hablar al presidente sobre lo maravilloso que es todo en este país —los problemas sociales no existen en los discursos presidenciales— y ver cómo marchan obligados estudiantes, policías y militares, no hay nada que ir a hacer a una de esas celebraciones.
Como dije, nunca había estado en esos desfiles. Mi familia nunca me inculcó ese tipo de cosas y yo se los agradezco de todo corazón. Pero fuera de lo aburrido, debo admitir, las cosa no iban tan mal. Al discurso del presidente apenas le puse atención y el día estaba opaco y me encontré a varios amigos y salir de la rutina casi siempre cae bien y habían muchos colores y muchas estampas bonitas, que no representaban en nada la realidad del país, pero que de todas formas eran bonitas.
Y sí, en medio de toda aquella parafernalia también recordé esa crítica común que mis amigos más letrados lanzan cada 15 de septiembre: ¿Independencia de qué?, No hay nada que celebrar, Este país es un chiste, Seguimos siendo esclavos de… y ese tipo de reflexiones bastante simplistas. Pero en ese momento uno lo piensa de verdad: hay un estadio lleno de personas vestidos con los colores de su bandera; a menos de 20 metros se encuentra el presidente con su gabinete, y todos los más altos líderes del país, celebrando esto a lo que llamamos patria. Hay gente de todas partes del mundo. Hay prensa de todas partes del mundo. Hay niños con la cara ilusionada. Hay gente que sin dudarlo daría la vida por su tierra… ¿Es mentira la patria? ¿De verdad estamos tan jodidamente equivocados? ¿Es tan descarada la historia oficial? ¿Por culpa de la patria es que hay más militares que estudiantes?
Sí, la respuesta a todo es sí. Un desfile me bastó para saberlo: la patria que nos enseñaron en la escuela no existe.
Pero un desfile también me bastó para entender que hay gente allá afuera, muchísimo menos afortunada que yo, que necesita creer en su patria con la misma devoción con la que necesitan creer en su dios. Solo había que ver algunos de esos rostros para saberlo. Gente a la que le hace muchísima ilusión pensar que existe algo más grande que nosotros que le da propósito a todo esto: que el sufrimiento, la violencia, la sangre y la paranoia algún día puede terminar. Porque la patria —su patria— prevalecerá. Y eso les da fuerzas.
Y creo que eso está bien. Si la patria es una mentira, ojalá que por lo menos sirva para eso: para darnos fuerzas.
(Algunas fotos)
VoxBox.-