Detalles.- Antiguamente el hombre procesaba el significado de su existencia a través de los ciclos de la naturaleza, a los cuales se ajustaba para vivir en armonía. Es por ello que los solsticios y equinoccios —los cuatro pivotes del año solar— eran grandes celebraciones, en las que se rendía culto al viaje del Sol a lo largo de las diferentes constelaciones y su transformación en las diferentes estaciones. En estos cuatro puntos se simbolizaban los hitos que marcan la vida en la naturaleza: el nacimiento, el crecimiento, la madurez, la muerte (que conlleva la regeneración).
Estos ciclos implicaban un complejo sentido de participación interior directa de los seres humanos no solo en el mundo, sino también en las energías cósmicas, mediante el ritual y de los poderes divinos en el mundo, en virtud de su presencia inmanente y transformadora.
No ha habido ningún pueblo que no haya atravesado algún tipo de fase de simbolismo solar en su filosofía, ciencia y teología. El Sol ha dominado todas las artes, ha estado involucrado en todas las teorías de armonía musical —recordemos que Pitágoras, según la tradición, es el hijo de Apolo, el dios de la métrica y de la luz—. Encontramos registros de esto en todas partes porque el Sol —y particularmente sus equinoccios y solsticios— representa la restauración anual de la vida, símbolo de la gran resurrección de todas las cosas existentes, la gran redención, la elevación de toda la vida de la oscuridad a la luz.
La palabra “solsticio” viene del latín sol + sistere (“quedarse quieto”), y alude al instante en el que el Sol llega a su punto más alto en el cielo, desde nuestra perspectiva, y en apariencia parece detenerse (un instante de mágica e ilusoria suspensión temporal, que parece fijar el momento de su muerte) para revertir su dirección.
“Son los momentos del año en los que el Sol alcanza su mayor o menor altura aparente en el cielo, y la duración del día o de la noche son las máximas del año, respectivamente. Este comportamiento es, además, inverso en cada hemisferio, por lo que este será el solsticio de invierno en el hemisferio norte, y de verano en el hemisferio sur”, explica el doctor en Astrofísica Alfred Rosenbeg.
Este año el solsticio de invierno ocurrirá el 21 de diciembre en el hemisferio norte a las 4:44 a. m., hora de la Ciudad de México (10:44 tiempo universal). En el hemisferio sur será en el mismo momento el solsticio de verano. De un lado tendremos la noche más larga del año y del otro el día más luminoso, y este es el punto de máxima dualidad en el drama cósmico, que llegará al equilibrio en el equinoccio.
Mucho se ha especulado sobre si la designación de la Natividad de Jesús el 25 de diciembre fue una decisión político-religiosa del imperio romano, con la cual se mezclaron con sincretismo diversos cultos, como el de Saturno o el del dios solar Mitra (Sol Invictus). Se ha sugerido que Jesucristo es, como Mitra, una divinidad solar, y su nacimiento en una fecha cercana al solsticio obedece a un claro simbolismo astroteológico. Sin embargo, aunque esto es probable, no existe un trabajo académico que dé crédito a esta hipótesis.
¿Es el día más corto y la noche más larga? Efectivamente, es el día más corto del año en el hemisferio norte, es decir, en el que menos horas el Sol está por encima del horizonte, y el más largo en el sur.
El solsticio de invierno es celebrado hoy por hoy por muchas culturas. En Perú es el Inti Raymi, una ceremonia inca que rinde homenaje al Sol. En Bolivia el Willka Kuti, que en aimara significa “la vuelta del sol”, y los chilenos y argentinos se reúnen en la fiesta de origen mapuche We Tripantu. En Guatemala tiene lugar la danza de los voladores, en la que varias personas giran y danzan en torno a una estaca, y en Escandinavia el festival de Juul.
¿Qué nos deparan los cielos este invierno? Durante esta estación, el cielo matutino estará dominado por Júpiter y Saturno, y el vespertino por Venus, Marte y Urano, según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional. Se producirán dos eclipses, un eclipse penumbral de Luna la noche del 10 al 11 de febrero, que será visible en algunas partes de Europa, cuya observación será algo difícil pues apenas se oscurecerá el disco lunar, y un eclipse anular de Sol el 26 de febrero, que será visible en Sudamérica, África y la Antártida.
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