Opinión.- Realista.
A los 16 años dormía con los libros de León Tolstoi en mi cama, mi mamá se sorprendía del desorden en el que vivía, mi cuarto siempre fue un caos de libros y objetos de arte regados por todos los rincones, libros, tarros de pintura, pinceles y telas llenas de colores incomprensibles. Mi adolescencia transcurrió entre estudio, cuidar a mis hermanas y tratar de encontrar una vocación. Cada noche, al llegar al límite del cansancio, agarraba todo lo que estaba en mi cama y lo bajaba al suelo para hacerme un espacio donde acostarme, bajaba todo, menos los libros de Tolstoi.
Amaba ese realismo con el que retrataba poblaciones, personajes y una época convulsa: Ana Karenina, Los Cosacos y Guerra y Paz estuvieron en ese caos durante muchos meses, los leía y los releía, tratando de desentrañar qué era lo que hacía este ruso que me mantenía fascinada. Pocos autores lo han logrado. Amé a Tolstoi.
Hasta mi mamá, en sus intentos (casi siempre infructuosos) de poner orden y disciplina en mi vida y en mi cuarto, notó que aquellos gruesos libros pertenecían a un selecto grupo que no eran relegados al suelo, en un momento de distracción me soltó un “¿de qué trata este libro?” cuando vio la pasta dura y roja de Los Cosacos, el libro más delgado que tenía de Tolstoi, le contesté que era la historia de un hombre que buscaba calma y tranquilidad entre una etnia del Cáucaso, luego de una guerra. Por supuesto mi madre me soltó un “vos solo cosas raras lees”.
El tiempo pasó y me fui adentrando en otros autores, debía crecer y terminar el colegio y pues, la vida me llevó a un camino en el que de vez en cuando León Tolstoi aparecía en mis estantes de libros.
Entonces sucedió. Vino el desempleo, al parecer el mundo no es muy amable con los humanistas y pasé un tiempo en el que tuve que tomar decisiones importantes, en aras de pagar los recibos del mes tomé toda mi biblioteca y fui a venderla en una librería especializada en la venta de ejemplares usados, allá en el centro histórico de San Salvador. Recuerdo que ese día lloré. En esa venta me tuve que desprender de hermosos ejemplares que había coleccionado durante muchos años, entre todos esos, iban mis tres libros de Tolstoi. Lloré al verlos perderse entre tantos otros ejemplares que otras personas llegaban a dejar ahí por unas cuantas monedas. Me sentí una Judas, traicionando a mis autores favoritos.
De León Tolstoi aprendí que había que saber desprenderse, que la gente es importante, que uno debe ser bueno, que ser buen cristiano es posible aún en tiempos convulsos, que pensar en un colectivo es posible.
Diez años después, Tolstoi regresó a mi vida. Como en mi adolescencia, duerme a mi lado, ahora que estoy casada también le damos chance a mi esposo de que nos acompañe. Mi esposo también le agrada mucho. Ahora Tolstoi regresó reencarnado no en sus libros, sino en mi gato, esa mascota que es mística y amorosa a la vez. Espero que en esta ocasión se quede más tiempo conmigo.
VoxBox.-