Los buenos amantes se entienden con el amor o con el deseo, pero nunca están de más los tips que nos puedan ayudar. ¿Te animas a conocer un poco más sobre el buen arte en la cama?
Detalles.- En todo el mundo recibe diferentes nombres, dependiendo del contexto: fuck, sexo, coger, follar, fornicar, tirar o echar un polvo. No importa la forma en que se diga, ni el idioma, porque siempre vamos a reconocer cuando alguien nos hace una invitación para tan placentero menester.
Pero, en realidad, son muy pocos los hombres que salen bien librados de la cama. Y no por el tamaño o porque sean eficientes maquinitas que siempre están dispuestas, listas, en su punto. No. Hay sutilezas vitales, que poco o nada tienen qué ver con el buen desempeño físico y que son claves a la hora de juzgar qué tan buen amante es un hombre.
Veamos:
Todo entra por los ojos: ustedes, como nosotras, entran por los ojos. Y en ese primer juicio la vanidad masculina es fundamental. Un hombre gordo, que no se cuide, que tenga los zapatos sucios (¡no se imaginan cuánto nos fijamos en los zapatos!), que use tanga de colores… El que huela bien, se afeite, se vista con gusto, use boxers, ande con las uñas limpias y cuidadas, empieza la seducción con el pie derecho.
Besos, más besos: por favor, tarden todo lo que quieran besándonos. Extrañamos esos besos de adolescencia frente a la puerta de la casa. Extrañamos los vidrios empañados por tanto besar. Extrañamos el mirarse a los ojos mientras nos besan en el cuello, en la boca, en las orejas. El que sabe besar y sabe bailar —sin que besar sea sinónimo de tocar por todas partes— llegará rápido a su meta.
Más de 15 minutos: los hombres máquina, tipo taladro, frenéticos y animalescos, que demoran los quince minutos que puede tomarles llegar a un orgasmo (hemos cronometrado, sí señores), suelen ser catalogados de sonsos, egoístas, básicos. Háganse desear. No lo den todo tan rápido. ¡Que veamos estrellas antes del taladro, por favor!
Variedad: la posición del misionero no está mal. Pero para nosotras suele ser interesante, por eso de los estímulos entre los pliegues femeninos, estar encima o agarradas a ustedes como si fueran el tronco de un árbol. Variedad, señores. Déjennos de tanto en tanto tomar la iniciativa en posiciones más interesantes.
Pocas preguntas: ¿celos añejos? Vaya uno a saber. Pero el hombre que en pleno acto pregunta: “¿Dónde aprendiste?”, “¿Quién te enseñó?”, “¿Por qué tan enteradita?”, “¿Cuántos componen tu lista?”, mata todo. El pasado es pasado. Nada de indagar sobre el cómo se aprendió.
Ojo con las manos: acaricien, no amasen. No sean tan rápidos con las manos. No sean tan genitalistas. Utilícenlas para una caricia en el cuello, en la mejilla, en el pelo, en los pies. Y cuando lleguen a la intimidad, ya saben: no se trata de amasar.
Dejen actuar: si nos compramos un brasier sexi, no lo arranquen. Disfrútenlo. Si encendemos chimenea, compramos vino, calentamos el jacuzzi y los recibimos desnudas, sean lentos con el romanticismo. ¡No sean tan rápidos!
Palabras: todas las mujeres coincidimos en que el clítoris está en los oídos. Que les gustamos, que somos bellas, que están excitados, que fascinamos, que nos quieren. Ojo con volverse mandones: “Hazme esto, hazme así, quiero esto”. Hay que saber decirlo.
Dos seguidos, no: calidad en vez de cantidad. Una vez se acaba, un vinito, un cigarrillo. El que vuelve y ataca, ¡uf! A veces es pesadilla.
Adiós ronquidos: por buen amante que sea, el que acaba y se duerme de inmediato es un flojo. Así que a mantenerse despiertos una horita por lo menos.
VoxBox.-