“Es cierto que mi forma es muy extraña, pero culparme por ello es culpar a Dios;
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo procuraría no fallar en complacerte.Si yo pudiese alcanzar de polo a polo o abarcar el océano con mis brazos,
pediría que se me midiese por mi alma. La mente es la medida del hombre.”Joseph Merrick,
inspirado en unos versos de Isaac Watts
Cultura.- El 5 de agosto de 1862 nació Joseph Merrick. La mayoría le conoce como el Hombre Elefante. Su mal congénito, que a partir de los 5 años se mostró en su cuerpo con una agresividad que lo aquejaría toda su vida, hizo que se ganara tan terrible apodo, ya que partes de su piel parecían tener la misma consistencia y color que la de un elefante.
Si Merrick estuviera vivo, incluso ahora no habría solución para su enfermedad. El estoicismo, su actitud hacia la vida y el mundo que le tocó vivir lo convierten en un ejemplo de valentía, tenacidad, amor y dignidad humana.
Los medios en su época lo llamaron “el hijo más desafortunado de Inglaterra”. Y también hubo algún columnista anónimo que llegó a escribir que el mundo entero tendría que ponerse de rodillas y pedirle perdón a un hombre que solo conoció vejaciones, dolor, morbo, curiosidad y desprecio. Un mundo que le negó todo el amor, aunque él de su parte devolviera la otra mejilla y prodigara amabilidad y cariño.
La vida de Joseph Merrick
Es conocida la anécdota que Merrick vivió con una dama: ella le dio la mano y él de repente rompió en llanto incontenible. Cuando le preguntaron qué le pasó, él solo acertó a decir que era la primera vez que una mujer le daba la mano, y que no estaba acostumbrado a ser tratado con amabilidad. Debo confesarle que el solo pensarlo me parte el alma. Incluso reconocer la causa del llanto requiere coraje y honestidad.
Trabajó desde niño, aunque le fue imposible hacerlo bien por sus impedimentos. Sufrió hambre, burlas, golpes y otro tipo de maltratos de parte de su familia, de tal manera que en varias ocasiones intentó huir, hasta que al fin lo logró.
Al no encontrar ningún tipo de trabajo y con el hambre a punto de devorarlo, se decide a trabajar como sujeto de exhibición en esos ambulantes que presentan rarezas. De ahí fue que nació el apodo del Hombre Elefante.
La gente al verle actuaba con tanto escándalo, que muchas veces la policía cerró las exhibiciones que estaban abarrotadas de curiosos y morbosos. Insultos, amenazas, satanizado por fanáticos religiosos, posibles maltratos físicos no precisados en ningún testimonio, asco, terror, miradas hostiles y mórbidas, y todo lo que se le ocurra, lo vivió Merrick todos los días de su vida, hasta que llegó a vivir en London Hospital, donde apenas en sus últimos años de vida conoció un poco de sosiego, y relativa paz y tranquilidad.
Sobrellevar una enfermedad que le impedía comer, respirar y movilizarse con normalidad, además que cada noche de su vida fue un martirio, ya que las dimensiones de su cabeza le impedía dormir en posición natural como la mayoría de personas. ¿Cómo fue que no sucumbió a la locura?
Eso sí: se cree que cayó en la tentación de dormir en una postura normal y que eso lo llevó a la muerte, porque de seguro en esa posición se lesionó la nuca de manera fatal. Es decir, la única noche de sueño que él decidió intentar vivir con normalidad le resultó fatal.
El amor
Merrick conoció el amor desde temprano, a través de su madre. Ella quería que fuera a la escuela, que aprendiera en medio de sus dificultades a llevar una vida lo más cerca posible de lo normal. Y por el propio Merrick se sabe que ella fue su ángel, la única persona de este mundo que trató de darle todo el amor.
Fue tanto así que él se volvió dependiente de ella, además que fue su modelo para considerar que todas las mujeres eran así de sensibles: por testimonios, conversaciones y cientos de comentarios, se sabe que tenía casi devoción religiosa por la figura de la mujer. Así que cuando su madre falleció para él fue la tragedia más terrible de su vida.
Incluso lo consideró más terrible que todo lo que vivió. Se me ocurre que de seguro fue que ese amor compensaba los millones de desprecios del resto de la humanidad. Sin ella literalmente quedó en la más pura orfandad moral y espiritual. Pero su estoicismo y resiliencia son la prueba de que Merrick estaba destinado a sobrellevar sus circunstancias con un amor del tipo consagrado, de ese que se aprende a llevar después del duelo. Se sabe que jamás se despegó de un pequeño retrato de su madre.
Ashley Montagu (autor de The Elephant Man: A Study In Human Dignity) considera que ese amor de madre desmesurado permitió que Merrick aprendiera a amar bien y por sobre cualquier circunstancia. Las miradas de temor, de odio y fobia irracional no las recibió jamás con rencor, sino que con amor culpable; es decir, con ese extraño sentimiento parecido pero que no es masoquismo, y que se caracteriza por sentir que uno es culpable de algo y que tiene que hacer otro algo para remediarlo. Si nunca ha vivido ese sentimiento, lamento comentarle que es imposible explicarlo con todas las palabras del mundo.
Se encariñaba de la gente con una rapidez pasmosa, y desde el momento en que lo miraban con temor o asco mejor se apartaba, más para no sentir que era molestia que por sentirse ofendido. Tal como lo representa la película de David Lynch, Merrick prefería en la mayoría de ocasiones no hablar, no porque careciera de inteligencia, sino porque veía cómo la gente cambiaba la cara (quizá por los extraños sonidos y el terrible esfuerzo que hacía para pronunciarse correctamente) y mejor le ahorraba al prójimo el disgusto, como si el pobre Merrick hubiera sido culpable de su condición.
Ese extraordinario amor en general puede resultar extraño para muchos, pero a lo largo de la historia han existido personas que se identifican con el sentir de Merrick, ya que aprender a amar sin recibir, a amar en medio del desprecio, a sobrellevar el dolor y a mostrar la mejor cara: Merrick es un ejemplo impresionante de amor, en definitiva.
La dignidad humana
A pesar de la vida que Merrick conoció, destacó por su sensibilidad, don de gentes, carácter dulce, estilo ingenioso, educado y distinguido, con un vocabulario extenso y una memoria prodigiosa. Y no es una exageración: sostuvo conversaciones con algunas de las gentes más importantes de su época, incluida la princesa de Gales. Hay quienes llegaron a pensar que quizá nació con una inteligencia por encima del promedio, pero es algo que jamás podremos saber.
Visto en frío, Merrick tendría que haber guardado resentimiento con el mundo circundante que le tocó. O como mínimo, ya que le resultaba imposible valerse por sí mismo para siquiera defenderse, le quedaba la opción de volverse loco, de suicidarse, de buscar una manera de aislarse del resto del mundo. En alguna ocasión pensó en la posibilidad de irse a vivir a un faro o un asilo especial para ciegos: pero todo era para que ocurriera la posibilidad de que alguien por fin lo tratara con normalidad.
Ya me ha pasado que me han tratado mal sin que yo le haya hecho nada a la otra persona. También —sin deberla ni temerla, como decimos en mi país— han insultado mi inteligencia, o se han aprovechado de mi nobleza, o ignorado mis gestos y buenas intenciones. Digo todo esto para que usted, estimado lector, también reflexione en que de seguro le ha ocurrido también, y muchas otras experiencias que no nos queda de otra que callar.
O también hemos pasado por amores tóxicos, o tragedias personales, o toda clase del sufrimiento que trae la vida. Leo la historia de Merrick y pienso en las palabras de Roque Dalton, en uno de los diálogos de su novela: “Ustedes lo que tienen son angustias metafísicas tropicalizadas”. Me río con amargura y me siento como un niño inmaduro.
Y no diré que me consuelo al pensar que alguien la pasó mil veces peor: me siento mal, porque quisiera ser más fuerte, quisiera a veces haberme defendido, quisiera que comprendieran quienes nunca quisieron hacerlo, quisiera haberme apartado cuando debí hacerlo… quisiera… en fin… entonces la historia de Merrick resulta en un sentimiento agridulce.
Y en una gran enseñanza, por supuesto.
VoxBox.-