Opinión.- Durante los tres últimos meses del año aparecen costumbres muy arraigadas en nuestra región y que marcan la vida. Incluso, en las últimos años, se ha visto el crecimiento de costumbres que no son propias de Latinoamérica, pero que han empezado a generar memorias en los centroamericanos. Posiblemente, la que vivimos ayer, 2 de noviembre, es de las costumbres más antiguas y que tienen un vínculo con toda la humanidad.
Posiblemente sea el miedo a lo desconocido, lo que durante siglos nos ha movido a tratar de establecer contacto con la muerte, y en concreto con las personas que hemos perdido. La vida es efímera y la limitada naturaleza humana nos hace buscar trascender. ¿Qué seríamos sin recuerdos familiares? ¿Qué seríamos sin memoria histórica? ¿Qué seríamos sin herencia cultural?
Nos atrevemos a decir que el 2 de noviembre es una de las fiestas comunitarias más esperadas por las familias. Aunque es en México donde se estableció esta festividad como Patrimonio de la Humanidad, también en Centroamérica se constituye como una conmemoración de la vida y de la muerte. Así, se desglosan diferentes costumbres y tradiciones al rededor de esta fecha, y sobre todo a nivel gastronómico se tienen diferentes expresiones, por ejemplo, en Guatemala y Santa Ana (en El Salvador) se consume el famoso fiambre, en el resto de El Salvador son famosas las hojuelas y en Tonacatepeque se da el festival de la Calabiuza.
Cada 2 de noviembre las familias se levantan muy temprano y van a los cementerios (o camposantos) para limpiar, pintar y enflorar las tumbas de sus seres queridos. No es raro ver conciertos de violines o mariachis tocando en diferentes puntos, a los que cualquier persona puede pedir una pieza musical que le recuerde a sus difuntos. También se ven niños elevando piscuchas o globos para conmemorar a parientes que quizá se han vuelto un nebuloso recuerdo. Todo esto dinamiza la economía de los pobladores. Desde inicios de octubre muchas personas se dedican a elaborar flores de cera y arman coronas, y en los últimos años se han decantado en el uso de flores artificiales y adornos de papel picado, para evitar el uso de agua en arreglos florales y así evitar los criaderos de zancudos.
En una región donde la muerte es tan cotidiana gracias a los niveles de violencia, el Día de Muertos es también una oportunidad para reconciliarse con la muerte violenta, sorpresiva y repentina. Asesinatos, accidentes de tránsito, feminicidios, actos vandálicos y fenómenos climáticos nos arrebatan a un promedio de 15 personas a diario en El Salvador, por ejemplo. Ese dolor de la muerte que no era esperada tan pronto tiene que tener una forma de ser superada, una terapia para ese luto que se instala en las poblaciones, sobre todo menos favorecidas económicamente o más vulnerables.
¿Cómo celebró su familia este 2 de noviembre?
VoxBox.-