Es 1967 y una nave espacial no funcionará como debe: el cosmonauta Vladimir Komarov está a punto de estrellarse a toda velocidad contra la Tierra.
Detalles.- En 1967 había un cosmonauta en el espacio convencido de que nunca volvería a la Tierra. Está en el teléfono con Alexei Kosygin —alto funcionario de la Unión Soviética—, que está llorando en la Tierra porque también lo sabe: el cosmonauta va a morir.
El vehículo espacial está construido con muchos problemas técnicos. Sus paracaídas —aunque nadie lo sabe— no funcionarán, y el cosmonauta Vladimir Komarov está a punto de estrellarse a toda velocidad en la Tierra. Mientras se dirige a su destino, los escuchas estadounidenses en Turquía lo oyen llorar de rabia, maldiciendo a la gente que lo había puesto dentro de una nave espacial mal hecha.
Este relato extraordinariamente íntimo de la muerte, en 1967, de un cosmonauta ruso aparece en un libro llamado Starman, de los autores Jamie Doran y Piers Bizony.
Esta versión —si resulta ser cierta— resulta increíblemente impactante.
Pero Starman no es solo de tragedia. También cuenta la historia de una amistad entre dos cosmonautas: Vladimir Kamarov y el héroe soviético Yuri Gagarin, el primer ser humano en alcanzar el espacio exterior. Kamarov y Gagarin eran cercanos: socializaban, cazaban y bebían juntos.
La historia de la tragedia anunciada
En 1967, ambos hombres fueron asignados a la misma misión en órbita terrestre. Ambos, además, sabían que aquella cápsula espacial no era segura para volar.
La historia comienza alrededor de 1967, cuando Leonid Brezhnev, líder de la Unión Soviética, decidió organizar una cita espacial espectacular entre dos naves espaciales soviéticas.
El plan era lanzar una cápsula, la Soyuz 1, con Komarov dentro. Al día siguiente un segundo vehículo despegaría, con dos cosmonautas adicionales. Los dos vehículos se reunirían, se acoplarían, Komarov se arrastraría de un vehículo a otro, intercambiaría lugares con un colega, y volvería a casa en el segundo “barco”.
Brezhnev esperaba un triunfo soviético en el 50.º aniversario de la revolución comunista. Brezhnev dejó muy claro que quería que esto sucediera.
El problema era Gagarin, para entonces ya convertido en un héroe soviético (nada menos que el primer hombre en el espacio). Él y algunos técnicos especializados habían inspeccionado el Soyuz 1 y habían encontrado 203 problemas estructurales: problemas muy serios que harían que esta máquina fuera peligrosa para navegar en el espacio.
La misión, sugirió Gagarin, debe posponerse
La pregunta era: ¿Quién le diría a Brezhnev? Gagarin escribió un memorándum de 10 páginas y lo pasó a su mejor amigo en la KGB, Venyamin Russayev, pero nadie se atrevió a enviarlo a la cadena de mando.
Todos los que vieron aquel memorándum, incluyendo Russayev, fueron degradados, despedidos o enviados a la “diplomática” Siberia.
Menos de un mes antes del lanzamiento, Komarov se dio cuenta de que el aplazamiento no era una opción. Se reunió con Russayev, el ahora degradado agente de la KGB, y dijo: “No voy a regresar de este vuelo”.
Russayev le preguntó: ¿Por qué no lo rechazas? Según los autores, Komarov respondió: “Si no hago este vuelo, enviarán al piloto de reserva”. Ese era Yuri Gagarin. Vladimir Komarov no le podía hacer eso a su amigo. El libro lo cita diciendo: “Y él morirá en lugar de mí. Tenemos que cuidar de él”.
Komarov se echó a llorar
El día del lanzamiento, el 23 de abril de 1967, un periodista ruso, Yaroslav Golovanov, informó que Gagarin apareció en el sitio de lanzamiento y exigió ser puesto en un traje espacial, aunque nadie esperaba que volara. Golovanov llamó a este comportamiento “un capricho”, aunque después algunos observadores pensaron que Gagarin estaba tratando de llegar al vuelo para salvar a su amigo.
La Soyuz 1 salió de la Tierra con Komarov a bordo.
Una vez que el Soyuz comenzó a orbitar la Tierra, los errores ya predichos comenzaron a aparecer: las antenas no se abrían correctamente. El mando de control estaba comprometido. La navegación resultó difícil. El lanzamiento del día siguiente tuvo que ser cancelado. Peor aún: las posibilidades de Komarov para un regreso seguro a la Tierra estaban disminuyendo rápidamente.
Mientras tanto, la inteligencia estadounidense escuchaba. La Agencia de Seguridad Nacional tenía una instalación en una base de la Fuerza Aérea cerca de Estambul. Informes anteriores dijeron que los escuchas estadounidenses sabían que algo andaba mal, pero que no podían distinguir las palabras.
En este relato, un analista de la Agencia de Seguridad Nacional, identificado en el libro como Perry Fellwock, aseguró que Komarov les dijo a los oficiales de control en tierra que sabía que estaba a punto de morir. Fellwock describió cómo el primer ministro soviético, Alexei Kosygin, hizo con él una videollamada para decirle que era un héroe.
La esposa de Komarov también estaba en línea, para hablar sobre qué le dirían a sus hijos. Kosygin estaba llorando.
Cuando la cápsula comenzó su descenso y los paracaídas no se abrieron, el libro describe cómo la inteligencia americana recogió los “gritos de rabia” de Komarov, mientras se “hundía en su propia muerte”.
No se sabe a ciencia exacta, pero en Internet se manejan las que pudieron serlas últimas palabras de Komarov:
“El calor está aumentando en la cápsula”. También usa la palabra “asesinado”, presumiblemente para describir lo que los ingenieros le habían hecho.
La carrera espacial y la muerte
Pero los soviéticos no fueron los únicos en encontrar la muerte en esa carrera espacial: también lo hicieron los estadounidenses.
Las dos grandes potencias de los años sesenta, las dos grandes naciones que competían en esa carrera al espacio, sabían que estas misiones eran peligrosas.
En enero de ese mismo año, 1967, los estadounidenses Gus Grissom, Ed White y Roger Chaffee murieron en un incendio dentro de una cápsula de Apolo.
Dos años más tarde, cuando los estadounidenses aterrizaron en la luna, la Casa Blanca de Nixon tenía preparada una declaración del tipo “en caso de que suceda lo peor”, anunciando la muerte de Neil Armstrong y Buzz Aldrin.
La muerte estaba en las ecuaciones.
Una muerte anunciada
Pero la muerte de Vladimir Komarov parece haber sido escrita para una película. Yuri Gagarin dijo lo mismo en una entrevista que dio al periódico Pravda, semanas después del accidente.
Él criticó agudamente a los funcionarios que habían dejado a su amigo volar.
Komarov fue honrado con un funeral estatal. Solo una pequeña astilla sobrevivió al choque. Tres semanas más tarde, Yuri Gagarin fue a ver a su amigo del KGB. Quería hablar de lo que pasó.
Gagarin se reunió con Russayev en su apartamento privado.
El Gagarin de 1967 era muy diferente del despreocupado joven de 1961. La muerte de Komarov le había puesto una enorme carga de culpa sobre los hombros. En algún momento de aquella reunión, Gagarin dijo: “Debo ir a ver al jefe (Brejnev) personalmente”.
Estaba profundamente deprimido por no haber podido persuadir a Brejnev, de que cancelara el lanzamiento de Komarov.
Poco antes de que Gagarin se marchara, la intensidad de su ira se hizo evidente. “Me pondré en contacto con él [Brejnev] de alguna manera, y si alguna vez descubro que él sabía sobre la situación y permitió que sucediera, entonces sé exactamente lo que voy a hacer”.
Russayev continúa: “No sé exactamente lo que Yuri tenía en mente. Tal vez un buen puñetazo en la cara”. Russayev advirtió a Gagarin que fuera cauteloso en cuanto a Brejnev. “Le dije: ‘Hable primero conmigo antes de hacer cualquier cosa. Le advierto, tenga mucho cuidado’”, añadió.
Los autores entonces mencionan un rumor, nunca demostrado (y bastante improbable): un día, el valiente cosmonauta Gagarin le arrojó una bebida en la cara a Brezhnev.
Ojalá que haya sido así
Yuri Gagarin murió misteriosamente en un accidente de avión en 1968, un año antes de que los estadounidenses llegaran a la luna.