Opinión.- Esta semana ha sido rara, cansada y dolorosa. Posiblemente sea que me estoy poniendo vieja y ahora todo me cansa. Todo. La gente, los inconvenientes mínimos, los comentarios irracionales, el clima sofocante de mi país al mediodía, los desacuerdos con mis hijos, mis achaques de salud. Todo.

Sumado a todo esto, nunca he tenido paciencia, y la poca tolerancia que he ido adquiriendo se me va con todo lo oscuro que puedan traer los días.

Primero, ganó Trump… me dirán: “Pero si usted no vive en Estados Unidos, pertenece a un pequeño y tercermundista país en Centroamérica, en el que no se sabe si se regresará bien al salir de casa cada mañana”, pues si. La noticia me empezó a golpear el martes a eso de las 9 p. m. Para cuando anunciamos acá el gane del hombre, a eso de la 1 a. m. del miércoles, mi ánimo ya se me había ido al piso. Aclaro, no es que Hillary sea santa de mi devoción, nunca he confiado en la gente que tiene demasiado que ocultar, pero entre ambos, creo que prefería el mal menor. Luego me pregunté, ¿de verdad era el mal menor?

El miércoles hice lo que no debía: empecé a leer noticias en los periódicos de mi país. Lloré leyendo la muerte de un par de salvadoreños: un anciano fue asesinado por pandilleros que violaban a su vecina, a la cual quiso ayudar. Le reventaron el cráneo con una enorme piedra. Luego llegué a la historia de Armando, un niño de 13 años que fue asesinado por pandilleros, porque no quiso integrarse a la estructura criminal. ¿Qué pasa con el mundo?

Esta semana he querido gritar a los cuatro vientos que no quiero tratar de entender a la gente joven y entendí al fin a mis viejos cuando yo era una adolescente. He caído en el círculo eterno de la inagotable pérdida de tiempo de tratar de entender a la nueva generación, sea como se llame, ahora se dicen millenials. No quiero entenderlos, me parecen optimistas en exceso e indiscriminadamente carentes de esencia, bulliciosos y con el terrible estigma de pensar que han venido al mundo para no hacer nada. Están huecos. Los siento huecos. No me generan ternura, ni empatía. Son pocos los que logro aceptar cercanía e intercambiar palabras. Yo me he vuelto un monstruo, lo sé. Ellos no tienen la culpa.

Para coronar mi semana, anoche me llegó la noticia de la muerte de Leonard Cohen. ¿Por qué su muerte ahora es importante para mi? Siempre lo escuché mencionar, pero no llegué a sus canciones hasta hace poco, y de alguna manera, justo ese día, me convertí en fan de sus líricas, porque al final alguien describe cómo me siento, cómo se llena mi alma de oscuridad, pero que… de alguna manera… sigue siendo alma. Me hizo entender que en medio del dolor, de la oscuridad, de la decepción, del cansancio, existe una luz. Su luz. Su voz rasposa cantándome que no importando cuánto duela la vida, hay que seguir teniendo esperanzas.

Gracias Leonard, no importa dónde estés, siempre te recordaré, especialmente en mis día más oscuros.

VoxBox.-

 

Por Karla Rauda

Escritora amateur, planificadora compulsiva, dueña de dos gatos, madre a posteriori, abuela rockera. Un poco cínica, un poco distraída.

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