Feminazis. VoxBox.Feminazis. VoxBox.

Feminismo.- ¿A cuántos grupos étnicos han hecho desaparecer las feminazis? ¿A cuántas naciones le han declarado la guerra? ¿A cuántas personas han matado estas infames mujeres? ¿Alguien sabe? ¿Alguien tiene el dato?

No respondan, que estas preguntas solo son una provocación. Las feminazis no han cometido ningún genocidio porque las feminazis no existen, es un invento para canalizar miedos infundados y estereotipos decimonónicos: roles de género, les llaman.

Me gustaría hacer una aclaración antes de continuar: no escribo esto para las feministas, a quienes de seguro lo aquí expuesto les va a resultar mortalmente obvio. Escribo esto para quienes, como yo, no terminamos de comprender muchas cosas sobre este tema. Hombres, en su mayoría —aunque imagino que también mujeres— que alguna vez despotricamos contra el feminismo sin tener ni puta idea de qué es.

El origen del término feminazis

El término lo popularizó un periodista gringo llamado Rush Limbaugh, en su libro Cómo deberían de ser las cosas (mansplaining nivel Super Sayayín Fase Dios), publicado en 1992, para atacar a las mujeres que defendían el derecho al aborto. La comparación era básica, pero resultó efectiva: Hitler mató millones de judíos, así que estas mujeres pretendían seguir matando millones de embriones, algunos de ellos titulados de ingenieros. Aunque el mismo Limbough asegura que quien inventó esa palabra fue Tom Hazlett, en un ensayo publicado unos cuantos años antes.

Originalmente el calificativo de feminazis no definía a todas las feministas, sino a un tipo en específico, a las radicales, las que hacían y proponían cosas que de entraba sonaban ridículas y exageradas, las que escandalizan cuando salen en la televisión o las que tienen posturas intransigentes. El problema es que lo radical tiende a ser demasiado inestable.

¿Qué es lo radical?

En Estados Unidos, a inicios del siglo XIX, las radicales eran las que exigían el derecho al voto (derecho que se ganó el 26 de agosto de 1920). En el siglo XXI nos parece ridículo pensar que una mujer no tenga el derecho a votar. No se necesita leer un solo libro sobre historia para estar de acuerdo con que se trata de un derecho legítimo de todos los ciudadanos. Pero si el término hubiese existido en aquella época, a las mujeres que peleaban por el derecho al voto hubiesen sido calificadas de feminazis.

Ahora el apodo se extiende sin distinción a cualquier mujer que pertenezca a una organización feminista o se defina como tal. En las sociedades más conservadoras (como la que nos manejamos por acá) es tan feminazi la mujer que exige leyes a favor el aborto, como la que reclama por el cese de piropos en las calles, así como la que levanta su voz contra los abusos.

Pero las que más encajan en este apelativo son todas aquellas mujeres que se indigna al ver el alza de los feminicidios, un problema que siempre está a la alza y que, sin embargo, no terminamos de comprender.

De feminicidios y hombrecidios

La pregunta que más se repite en las redes sociales, cuando se menciona la palabra feminicidio, es: ¿por qué hacer una distinción así? No tiene sentido, todos los asesinatos son igual de condenables y a todos los asesinos se les debería meter presos, sin importar el sexo de sus víctimas, ¿verdad?

Sí, todos los asesinatos son condenables, moral y legalmente, pero hacemos estas diferenciaciones como un termómetro para entender cómo estamos como sociedad, para entender el problema y encontrar formas de solucionarlo. Así que, digámoslo bien desde el inicio: el asesinato de una mujer no es más condenable que el de un hombre, pero existe la sospecha de que estos delitos respondan a situaciones distintas, y por tanto merecen un análisis distinto.

Para los que se rasgan las vestiduras porque hay mujeres en redes sociales condenando los feminicidios, pero no los hombrecidios (¿qué?), les cuento: el sistema judicial moderno lleva años haciendo estas diferenciaciones entre asesinatos, y eso no implica que haya una jerarquía. El asesinato de un menor de edad no conlleva un tratamiento jurídico igual que el asesinato de un adulto. El asesinato cometido por terroristas tiene un proceso distinto al que se podría producir en una pelea de bar, por ejemplo.

En Estados Unidos es tan ilegal matar una persona como en cualquier otra parte del mundo civilizado, pero el asesinato de un afroamericano es tratado como tema aparte, como un asunto más delicado. ¿Vale por eso más la vida (o la muerte) de un afrodescendiente que el de un blanco? Por supuesto que no, pero es una forma de comprender el fenómeno cultural llamado racismo. Y comprender un fenómeno es el primer paso para combatirlo y resolverlo. Así lo han entendido ellos, y así lo hacen desde sus instituciones estatales.

¿Por qué hablar de feminicidios como un tema de suma importancia, cuando probablemente hay más hombres que mujeres asesinadas? Por eso: porque el asesinato es condenable venga de donde venga, pero necesitamos comprender las causas. Si una mujer muere atropellada porque un conductor irresponsable consumió demasiado alcohol en la fiesta, no es un feminicidio, no hay odio, no hay violencia sistemática: hay irresponsabilidad y el conductor merece un castigo. Pero cuando una mujer es asesinada por su pareja, y luego su cadáver es troceado y esparcido por diferentes puntos de una ciudad, estamos ante un crimen de odio que recibe un tratamiento distinto, porque eso nos sirve no solo para castigar al asesino, sino para medirnos cómo andamos como sociedad y —lo más importante— para evitar que otras mujeres mueran de esa misma forma.

¿Por qué estoy hablando del feminismo?

Cito a Javier Raya, en un artículo publicado en esta misma revista hace algunos meses:

Para que un hombre pudiera ser aliado de la lucha feminista, dicho hombre debería tener una causa propia y común con otros hombres; una causa, por lo menos, de la misma ambición y audacia que la feminista, a saber, la lucha activa por la construcción de dicha sociedad igualitaria, en donde el género asignado al nacer, tanto por la biología como por la sociedad, no impidiera el goce de derechos ni el asumir las consecuencias derivadas de sus actos, en provecho o detrimento del individuo. Pero los hombres no tenemos tal causa, por el simple hecho de que nuestra supervivencia no está en entredicho, al menos no de la misma forma que la de las mujeres, gracias al pacto patriarcal.

Mi sobrevivencia no está entredicho, ni me considero aliado y mucho menos feminista al mejor estilo de Nacho Progre. Escribo esto porque, como dije antes, trato de comprender la dimensión de todo lo que estamos viviendo y tengo este medio para poderlo expresar. Creo que es válido que los hombres no comprendamos muchas cosas. Cualquier duda es legítima. Lo que no se vale es que invalidemos las luchas de millones de personas (en este caso particular: mujeres) solo porque no somos capaces de leer e informarnos un poco.

El lenguaje importa

En mi proceso para comprender de qué hablan cuando hablan de feminismo, me topé con un libro de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, llamado Querida Ijeawele. Los pongo en contexto, por si no lo conocen: Adichie es una de las autoras de ficción más aclamadas de la actualidad. Además de eso, sus charlas sobre feminismo y diversidad se han vuelto virales en internet. Una amiga de infancia de Chimamanda, recién convertida en madre, le escribió una carta en la que hacía una pregunta esencial: ¿cómo criar a su hija para que fuera feminista? La carta que escribió Chimamanda luego se convirtió en este libro y me parece una introducción poderosa para el tema. Una especie de Feminismo para dummies.

El libro consta de quince sugerencias muy puntuales. La sexta habla del uso del lenguaje, y me pareció que este fragmento era pertinente para este artículo:

Enséñale a cuestionar el lenguaje. El lenguaje es el depositario de nuestros prejuicios, creencias y presunciones. Pero para enseñárselo tendrás que cuestionar tu lenguaje.

George Orwell entendía también que el lenguaje importa, porque nunca es neutro. Sirve para establecer relaciones de poder, símbolos, ideologías o posturas intelectuales. “Los enemigos de la libertad intelectual acostumbran a defender su postura anteponiendo la disciplina al individualismo y dejan en un segundo plano, siempre que pueden, la cuestión de la verdad y la mentira”, escribió.

El lenguaje importa, porque nos sirve para construir el mundo que nos rodea, para clasificarlo y analizarlo. Llamar feminazi a un mujer que lucha por sus derechos es reduccionista e insultante, además de una rotunda mentira. Nadie está queriendo acabar con los hombres, sino con las ideas perniciosas que giran en torno a qué significa serlo. Pensar que un movimiento que lucha por reivindicar sus derechos puede ser tan perjudicial como el nazismo es peligroso y estúpido. Estupidez compleja, le llama Malena Pichot.

VoxBox.-

Por Ricardo Corea

A los locos no nos quedan las biografías, diría Roque Dalton. A veces escribo sobre literatura.

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