Opinión.- Al pensar en el ghost no evito recordar esto: La bioquímica nos traiciona todo el tiempo: ¿con qué facilidad podemos pasar de la felicidad al enojo, del éxtasis al terror? ¿En qué momento nos hace la mala jugada la calidad o la ausencia de aquello que se da en llamar inteligencia emocional? Autodestrucción a cuentagotas o disciplina demoledora. La transición siempre duele y cada paso siempre nos hace sentir que falta un universo del camino… pero es que el paradigma en ese sentido suele ser erróneo, porque el camino jamás termina y los problemas nunca se solucionan del todo, ya que apenas en esta vida hay tiempo para amortiguarlos o minimizarlos.

Es por eso que a veces nos entregamos a todos y cada uno de esos pequeños placeres. No importa lo que sea, todos necesitamos unas cuantas onzas de hedonismo diario para sobrevivirnos. Hay personas a quienes les basta con lo que tienen al alcance, ya sea un libro, la compañía de otra persona, una actividad física o algo que simplemente consideren recompensante. Otros suelen ir más allá y necesitan intervenir directamente su proceso bioquímico, por lo que recurren a las drogas, ya sea legales o ilegales.

Esto —en lo personal— me ha intrigado grandemente, porque el mecanismo bioquímico es tan subjetivo como no querer levantarse por la mañana (no ceder al dolor de cabeza de levantarse de golpe), a permitirse la autodestrucción a cuentagotas (el cigarrillo de cada día, el desvelo descontrolado, o cualquier forma de laceración espiritual), todo en una lucha diaria que tiene algo de infantil, pero visto en rigor: ¿quién es 100 % maduro y afronta la vida con el absoluto deber ser y hacer? De seguro solo las primeras comunidades humanas, y lo hicieron sin saberlo, sin vivir-en-sí, porque la emergencia de sobrevivir cada día impedía pensar en otra cosa con propiedad.

He pensado que en nuestro tiempo de utilitarismo y placer es imposible, pero por aquello de no tener pruebas más allá de toda duda razonable debo dejar el margen de duda y admitir que quizá todavía existan personas excepcionales, que atienden las responsabilidades de la vida como corresponde, aquello que nuestro relato humanista considera ética y moralmente procedente.

Estoy clarísimo en que jamás podremos vencer del todo nuestra naturaleza, a menos que se descubran formas artificiales de someterla (como ocurre con la filosofía del consumidor de drogas, que prefiere conectarse con el mundo a su manera, en lugar de lo establecido por nuestros patrones naturales). Hay intentos a granel como para hacer una lista exhaustiva, y los hay en todos los ámbitos y formas. Pero mientras eso no pase, somos prisioneros del estuche en el que está encerrada la esencia, el ghost, ese relato que nos hemos creído y que llamamos espíritu, alma, condición humana.

El miedo a la libertad, el tedio, la empatía como muro de cristal, el cinismo: ¿cuáles son los vestigios, las huellas con lo que le damos sentido a todo, y con lo que justificamos el hacer de cada día?

Eso me recuerda una investigación relativamente reciente, que todavía se encuentra en fase experimental, al menos hasta donde estoy enterado. Se trata de la estimulación transcraneal con corriente directa (TDCS, por sus siglas en inglés). A través de pequeñas descargas, en breves impulsos de corriente eléctrica en áreas específicas del cerebro, se logra un estado parecido al flujo de conciencia, y en algunos casos (los más favorables, digamos) puede alcanzar la todavía incipiente y desconocida hiperconcentración focalizada, que en casos concretos podría llegar a ser de gran ayuda.

Sally Adee, en un razonado artículo para la New Scientist, nos cuenta una experiencia extraordinaria con la estimulación transcraneal, que incluso dejó una posterior secuela mental que roza un poco la crisis existencial.

En síntesis, hizo una prueba en un simulador, en el que tenía que dispararle a todos los blancos (como en los videojuegos shooter). Es investigadora y no militar, así que es evidente afirmar que falló y se sintió como una niña a quien le encomendaron una misión difícil. Volvió a repetir la prueba, pero esta vez con los electrodos puestos en un casco de estimulación craneal, y en esta ocasión de forma asombrosa le dio a todos los blancos, con una puntería casi impecable.

¿Qué fue lo que pasó? Al parecer la estimulación con los electrodos le permitió callar la voz interna que nos hace dudar, que suele autoinvalidarnos en momentos críticos (la bioquímica del miedo, la adrenalina, la confusión, etc.). Entró en estado de flujo y pudo actuar como una profesional, como si toda su vida hubiera tenido la habilidad de disparar. Había una claridad pasmosa, algo que nunca en su vida había experimentado. Mientras que naturalmente practicamos y practicamos hasta que lo que hacemos se vuelva un movimiento reflejo, con el casco de estimulación craneal podemos ahorrarnos miles de horas que naturalmente necesitaríamos para practicar.

En un inicio (como suele ocurrir con esta clase de experimentos) el casco tiene fines para investigación militar, pero en un futuro no muy lejano se está considerando que quizá sirva para tratar algunos padecimientos en el amplio espectro autista, además que (quién sabe si en un futuro no muy distópico) tal vez llegue a servir para uso doméstico, para acelerar los procesos de aprendizaje.

Pero Sally Adee afirmó sentirse un poco afectada, ya que durante semanas trató de explicarse cómo era posible que esos instantes (que ella sintió como un minuto, pero que en realidad pasaron 20) fueron de una claridad, de un ser-en-sí que jamás en su vida había experimentado, y que durante días le dejó la sensación de impotencia, un sentimiento de inutilidad emocional. ¿Será que nuestra traicionera bioquímica siempre nos ha mantenido en un permanente letargo, que nos permita sobrellevar la angustia de la existencia, la aterradora sensación de la vida y la muerte?

Si solo somos un proceso bioquímico que perfectamente puede llegar a controlarse, ¿será que el ghost entonces es solo un relato, un producto del mito humanista estimulado por siglos de metafísica, mitología e imaginación?

O quizá esta tecnología solo deja claro que la comprensión de las dimensiones cerebrales todavía es un tema pendiente, algo que requerirá más experimentos (y los experimentos cerebrales siguen siendo un tabú mayúsculo, incluso en las sociedades más avanzadas), más investigación y más reflexión. ¿Cómo razonar lo que apenas podemos tocar? El ghost se nos hace cada vez más inasible, dejando un margen de incertidumbre en cuanto a lo que creemos que significa el vivir-para-sí y el resbaloso concepto de felicidad.

VoxBox.-

Por Edwin González

Dedicado a oficios y emprendimientos inútiles. Síndrome de Fausto. Escribo porque sí, por las dudas y por compulsión.

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