Opinión.- Esta semana compré un labial. Eso no tendría ningún significado relevante si no me hubiera puesto a pensar en lo que implica la identidad femenina.

Hace años leí El segundo sexo, el amplio y complicado ensayo se Simone De Beauvoir, y aprendí que ser mujer es una construcción social, es decir… nos enseñan a ser mujeres, como también la sociedad enseña ser a los hombres. En esa construcción vienen experiencias desde las complejas; por ejemplo, nos han enseñado que una BUENA mujer siempre tiene que ver a la maternidad como el fin último de la vida: eres madre y lo sos todo. Si no sos madre, sos una persona incompleta.

¿Acaso la identidad femenina solo radica en nuestra capacidad reproductiva? Si es así, ya perdí.

Otro estereotipo en la que nos vemos metidas las mujeres: la bonita. No, no es mi caso, ¿o sí? Conversábamos con una compañera de trabajo hace poco de eso. Las personas ven a una mujer hermosa, bien vestida, incluso si no es un atuendo sexuado, sino bien limpia, maquillada, en altos tacones, e inmediatamente se le asigna el rol de tonta. ¡¿Qué hemos hecho para merecer esto?! Conozco mujeres despampanantes y que son grandes profesionales en su área, con una inteligencia y empatía muy humana. Vamos al otro lado del cuento: si una mujer no se arregla mucho, que no es excesiva en su maquillaje y vestimenta… y si de casualidad lleva lentes, indudablemente es inteligente, pero también es catalogada como complicada.

Recuerdo que cuando era una adolescente mi madre se empeñó en ponerme a planchar ropa de toda la familia: de mi papá, de ella, de mis hermanas… le hacía trampa y no planchaba la mía. Terminé odiando las tardes de domingo, pues es cuando lo debía de hacer. Me dijo: “Algún día me lo agradecerás, cuando estés casada y te toque planchar la ropa de tu marido”. Veinticinco años después, me casé con un hombre que lava y plancha nuestra ropa. Mi madre aún no me cree que no ejerzo la feminidad de esa manera.

Les conté que me compré un labial. Lo compré porque un día quería ponerme guapa y descubrí que el que tenía ya se venció. Estaba reseco y quebradizo, y todo por no usarlo con frecuencia. Eso fue lo que me llamó la atención. Tampoco ejerzo “ser femenina” maquillándome. Y antes de que piensen que soy un ratón de biblioteca lentudo, déjeme decirle que sí, que así soy. Pero dentro de mí también hay un ser humano que le gusta arreglarse por placer propio, no porque me lo exija un puesto laboral o para gustarle a los hombres. ¿Les ha pasado? A mí sí.

En medio de todo el contexto en el que vivimos, donde abunda el reguetón, donde las redes sociales son una variada plataforma para encontrar gente dispuesta a bajarse los calzones al primer indique, donde la mujer es objetivizada tanto como a los hombres (sí, los hombres también sufren de violencia sexual de este tipo), es fácil decir que todo es culpa de estas razones que les acabo de mencionar, que la deprevación sexual es un problema de dos puntos (o sea… fácil de explicar y reciente), pero no es así. Esto es más viejo que Matusalén. Tan viejo, como la idea que nos infunden de ser mujeres.

En la era antigua, cuando ni siquiera éramos sociedad, se determinó que la mujer se quedaba en la aldea mientras los hombres salían a cazar, las mujeres recolectaban alimentos vegetales y cuidaban a la prole. Esa herencia estuvo presente hasta hace poco… bueno, sigue estando… aun cuando las mujeres ya vamos de cacería a diario a nuestros trabajos.  Eso es lo heredado: ¿qué cosa no me han heredado y que igual añadí a la construcción de mi identidad femenina?

Cada mujer de este planeta ha adquirido en diferentes experiencias un elemento que va integrando en su identidad: nos forja el dolor, la alegría, el gozo y las relaciones afectivas y, en lo personal, creo que algo que debería preponderar en esta construcción es la relación con otras mujeres, de la familia, amigas de toda la vida, compañeras de trabajo, vecinas. Todas abonan a esta construcción individual, y con los años vamos construyendo una identidad femenina distinta y evolucionada, o al menos esa debería de ser la meta.

VoxBox.-

Por Karla Rauda

Escritora amateur, planificadora compulsiva, dueña de dos gatos, madre a posteriori, abuela rockera. Un poco cínica, un poco distraída.

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