La verdad es que los psiquiatras generalmente no consideran la adicción sexual como un verdadero desorden. La Asociación Americana de Psiquiatría lo dejó fuera de la última edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.

Detalles.- La adicción al sexo, como actualmente la entendemos, se convirtió en parte de la discusión pública alrededor de 1980, como Barry Reay, Nina Attwood y Claire Gooder lo explicaron en un artículo publicado en 2012, en la Universidad de Aukland.

Después de que Nueva Zelanda experimentó con dos décadas de amor libre, cambiando los papeles de género y sexo, hubo un serio retroceso a la promiscuidad sexual, particularmente proveniente de cristianos conservadores y ciertas cepas del feminismo.

La creciente preocupación por las adicciones a las drogas, el alcohol y al juego proporcionó una manera fácil de hablar sobre el comportamiento sexual destructivo. El término “adicción sexual” era lo suficientemente amplio como para abarcar cualquier tipo de pensamiento o acción sexual que hiciera que la gente se sintiera culpable o avergonzada. “Su éxito como concepto radica en su medicalización, tanto como un movimiento de autoayuda en términos de autodiagnóstico, como una creciente industria de terapeutas a la mano para tratar con la nueva enfermedad”, escribieron Reay y sus colegas.

Hoy en día, cuando hablamos de adicción sexual, a menudo estamos hablando del peligro de que la gente se retire de la “vida real”. Enmarcarla como adicción nos ayuda a entender por qué algunos hombres destrozarían sus matrimonios y carreras para encuentros fugaces.

Las listas de síntomas de adicción sexual incluyen temas como “pensar en el sexo en detrimento de otras actividades” y “descuidar las obligaciones como el trabajo, la escuela o la familia, en busca del sexo”.

Una larga historia de patologizar el sexo

Durante miles de años, los médicos se han preocupado de que la conducta sexual excesiva o inadecuada perjudique la capacidad de los hombres para funcionar de manera productiva y socialmente apropiada.

En los días del cristianismo primitivo, la experta en estudios culturales Elizabeth Stephens explica que los textos médicos advirtieron que la eyaculación “excesiva” empobrecía la masculinidad. Ella cita la descripción del historiador Peter Brown, acerca de la creencia entre los médicos romanos de que “ningún hombre normal podría llegar a ser una mujer, pero cada hombre temblaba para siempre al borde de convertirse en femenil”.

“Si el vínculo entre la eyaculación y la debilidad era una preocupación de larga historia, tomó una repentina nueva urgencia en el siglo XIX”, escribió Stephens. En la década de 1830, el médico francés Claude-François Lallemand “descubrió” la espermatorrea, una enfermedad casi comparable a la adicción al sexo. Observando los testículos asimétricos de un hombre que había muerto de una hemorragia cerebral, concluyó que los problemas del desafortunado comenzaron con la descarga excesiva de semen.

Los doctores creyeron que la causa más significativa era la masturbación, indicó Stephens. Los tratamientos iban desde el ejercicio y el baño frío hasta las inyecciones de acetato de plomo, ampollas del pene, y ocasionalmente, la castración.

Raza, clase y pánico sexual

En Estados Unidos del siglo XIX, este pánico médico tenía mucho que ver con una sociedad que cambiaba rápidamente. Los jóvenes de clase media abandonaban las zonas rurales y buscaban irse a las ciudades en crecimiento.

El historiador Kevin J. Mumford explicó que esta nueva libertad exigía el autocontrol individual. Los reformadores advirtieron que los hombres que sucumbieron al vicio urbano “probablemente encontrarían falta en prácticamente todos los esfuerzos viriles, en especial en la búsqueda del beneficio”, escribió.

Las actitudes médicas hacia la sexualidad de las mujeres también tuvieron un giro brusco en el siglo XIX. Antes, según la historiadora Carol Groneman, los médicos occidentales generalmente creían que las mujeres eran tan lascivas como los hombres, y que el orgasmo femenino era necesario para el embarazo. Pero a medida que los hombres abandonaban sus granjas y talleres de trabajo en casa, crecía la creencia cultural en las diferencias entre los deseos sexuales de hombres y mujeres.

Las mujeres blancas de clase media eran consideradas naturalmente civilizadoras, y el excesivo deseo sexual femenino era una amenaza para el orden social.

Los ginecólogos trataron lo que ahora llaman ninfomanía —definido de manera ambigua como “excesivo” deseo sexual femenino— con la cirugía, quitando los ovarios y los clítoris de las mujeres. A principios del siglo XX, escribe Groneman, la ninfomanía estaba estrechamente ligada a todo tipo de comportamientos femeninos “peligrosos”, incluyendo el lesbianismo, la prostitución y la agitación por los derechos económicos y políticos.

Cambiando normas

Para las mujeres y los hombres, el concepto de trastornos sexuales en el pasado era lo suficientemente amplio como para abarcar todo tipo de trastornos sociales y económicos. Eso sigue siendo cierto hoy.

La verdad es que los psiquiatras generalmente no consideran la adicción sexual como un verdadero desorden. La Asociación Americana de Psiquiatría lo dejó fuera de la última edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, luego de que estudios encontraron poca evidencia para apoyar la etiqueta de “adicción”.

“La adicción sexual” puede ser una colección de rasgos como el deseo sexual alto y la falta de control de los impulsos. Pero la historia sugiere que la forma en que pensamos acerca de los trastornos sexuales no se trata solo de evidencia médica, sino que se trata de nuestra comprensión del autocontrol, y las expectativas que tenemos de cómo los hombres y las mujeres son o como “normalmente” se supone que se comportan.

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Por Redacción VoxBox

Antisistematizar es una forma de vida, es ir en contra del sistema, rompiendo moldes y atreviéndonos a hablar de temas que nos importan, como la política, la sexualidad, la cultura, la música y todo aquello que nos libera.

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