Vivo con miedo. Ha sido duro llegar a esta conclusión, pero es cierto. Vivo con miedo y debo hacer algo para cambiar esto.

Opinión.- Este miedo ha estado conmigo en varias ocasiones, luego se transforma en enojo, en dolor y por último me toca ir olvidando para tener vida normal, hasta que de nuevo aparece. El lunes apareció de nuevo, regresaba a mi casa, fue un día cansado y mi asma no me había dado el mejor de los tratos en la última semana, pasé a la farmacia y a eso de las 8 p.m. bajé del autobús que me deja a tres cuadras de mi hogar.

De pronto lo sentí, era joven y venía caminando justo atrás de mi, la calle es bastante oscura pero algunas casas prestan su luz como para no ir a ciegas. Sus pasos eran fuertes, por un momento me incomodó y justo cuando pasó una pareja al lado hice un movimiento y él tuvo que adelantarme, se volvió a mi y me dijo «casi chocamos». Me traía nerviosa y solo atiné a decir, lo siento.

Lo siento.

Cuando vi su cara lo supe, me iba a asaltar. Es de esas certezas que llegan y se apoderan de uno, tuve que pensar rápido cuando vi que cruzó hacia la calle que lleva a mi casa. Justo esa misma ruta que hago cada día, sé perfectamente que hay unos diez metros donde la oscuridad es mayor y la calle se vuelve más sola, desolada. No lo seguí, cambié mi ruta, en fracción de segundos. Crucé la calle justo en la esquina, al otro lado estaba una señora vendiendo pupusas. Cuando estuve justo frente a ella me dijo: “Ese hombre la viene siguiendo”. Ella notó la tensión en mi rostro y yo ya no sabía qué hacer.

Con el rabillo del ojo alcancé a ver que el hombre cruzó la calle en diagonal y ahora iba en el segundo pasaje de la calle. Yo vivo en el primero y pensé que ya estaba a salvo. Agarré lo último que me quedaba de valor y caminé rápido para entrar a mi pasaje, mi casa es la quinta, tenía que llegar a salvo, mis hijos y mi marido estaban esperándome.

Caminé rápido, entré al pasaje y de nuevo lo sentí, perfectamente sentí cuando él ingresó al pasaje detrás de mí. Caminé más rápido, era lo único que se me ocurrió hacer, ¿qué más podía hacer? Al llegar a mi casa no saqué mis llaves, llevaba mi cartera abrazada a mi pecho, me estiré y toqué el timbre, al mismo tiempo llamé a Alejandro, mi hijo menor: “¡Alejandro, abrime!”. Lo dije fuerte, no fue un grito, pero fue impositivo, ¿acaso mi mente usó su última carta? Apelar a la protección de no saberme sola… no sé por qué lo hice, pero no me equivoqué al hacerlo, Alejandro me contestó. Abrió la puerta y al verme supo que algo no iba bien, asomó la cabeza y en ese momento me atrevía a ver atrás. No lo había hecho, estaba temblando del miedo, él estaba justo frente a la puerta de la casa de al lado, vio a Alejandro e inmediatamente se dio la vuelta y caminó de regreso a la calle. Entré a la casa y Alejandro me tomó del brazo, tuve que detenerme en la primera grada para agarrar aire. La crisis de asma me alcanzó y no me soltó por un buen rato.

No pude dormir. Sentía miedo. Siento miedo.

Desde ese momento he pasado por toda una variedad de emociones y pensamientos, desde el miedo y el enojo, hasta la sensación de inseguridad. No quiero vivir con miedo.

Mi familia y algunos compañeros de trabajo me han apoyado con esto. Llegaron los “pero no te pasó nada, gracias a dios”, los “calma, ya pasó”, los “vos sos valiente, verás que ya no pasará”… todos se agradecen porque sé que son sinceras muestras de apoyo, pero… ¿en realidad ya pasó?, ¿de verdad ya no pasará? No. Esto pasa y va a seguir pasando. A mí, a mis hijas, a mis vecinas, a las mujeres de mi familia. Siempre es así. Vivimos con miedo.

Estoy harta de vivir con miedo, no quiero que mis hijas, mis amigas y otras mujeres vivamos con miedo.

Esa misma noche tuitié a la alcaldía municipal solicitando el servicio de luz pública en esa calle. Me determiné a seguir mandando tuits a su cuenta institucional y a la cuenta del alcalde, hasta que me contestaran. Mandé un total de 8 tuits, hasta que me contestaron con un cordial saludo: “Amiga… ya anunciamos el proyecto de iluminación, pronto llegará”. Debo decirlo, estamos llegando al tiempo de campaña electoral, por supuesto que me contestaron, pero no para resolver un problema que no solo me afecta a mí, sino a cientos de habitantes de esa colonia.

¿Debo conformarme con esta respuesta edulcorada? Mi mejor amiga, quien es abogada, me ha asesorado. Debo llevar mi solicitud a la reunión del concejo municipal y pedir que lleguen a poner lámparas de alumbrado público. ¿Cuánto durará esto? No lo sé. Para mientras, debo seguir pasando por esa calle oscura, pidiéndole a mi cerebro que esté atento y listo para evitar que me asalten.

Entre otras cosas que he pensado desde esa noche es comprar un espray de gas pimienta, poner una lámpara con sensor de movimiento justo sobre la puerta de mi casa… y también consideré pedir cambio de horario en mi oficina para no llegar de noche, y si sigo pensando en otras formas de evitar un nuevo acoso llegaría a la conclusión de que no debo salir de mi casa.

Vivo con miedo. No lo he podido evitar. He llorado porque ni siquiera sé cómo superar este sentimiento. No me parece justo.

Lo vi, era joven, quizá de la misma edad de mi segundo hijo, era alto, delgado… iba con una calzoneta de esas que usan los futbolistas y una camiseta, no… no parecía un muchacho de las maras o pandillas. Lo vi, vi su rostro y quizá por el miedo ya no logro recordar los detalles, solo se quedó su  voz rasposa y mi miedo.

En estas 48 horas recordé lo que le he dicho a mis hijas: debemos contar con una red de apoyo cuando nos suceda cualquier acto de violencia, porque sí… este fue un acto violento, no me golpeó, no me tocó, pero sí invadió mi espacio y me dejó este inmenso miedo, del que me quiero deshacer.

Hoy he iniciado trámites en la alcaldía, para que mejoren la iluminación pública. Me lo han dicho claro, no saben cuánto se tardarán.

VoxBox.-

Por Karla Rauda

Escritora amateur, planificadora compulsiva, dueña de dos gatos, madre a posteriori, abuela rockera. Un poco cínica, un poco distraída.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.