Esta carta la debí haber escrito hace un par de años atrás. Va dirigida a la madre de mis hijos, esa mujer gracias a la cual yo he podido descubrir un mundo que nunca sospeché tener: ser madre de familia.

Estimada F.:

Le extrañará que le escriba esta carta. Posiblemente en nuestras breves pláticas en nuestra casa nunca hemos llegado a puntos de conversaciones profundas e íntimas. Lo que cada una sabe de la otra es por averiguaciones con eso que nos une: nuestros hijos.

Debo confesarlo con todas sus letras: nunca quise hijos, no me llamaba la atención la maternidad, en mi juventud no entendía por qué las mujeres debemos sacrificar todo (salud, tiempo, profesión, sueños propios) por correr tras la utopía de la reproducción. Siempre me fastidió ese tono condescendiente con el que me decían otras mujeres: “Es que vos no entendés, porque no sos mamá”, incluyendo a mi propia madre, quien aseguraba que yo no entendería nada de la vida hasta no darle un nieto.

Encontrar a mi marido, su ex, ejerciendo la paternidad y maternidad a la vez fue algo que me ha cambiado. Nuestros hijos, más que él, me han cambiado la vida. No quiero darle la razón a algunas que me veían de menos al ser una mujer de 30 años sin hijos, que me señalaban como egoísta, como infame mujer independiente. Serlo también me ha servido ahora que soy madre, madre “postiza” de sus hijos.

Estas cinco personas a quienes usted le dio la vida me han dado vida a mí: gracias. Gracias por dedicar gran parte de su juventud para traerlos a este mundo. Yo no hubiera podido, no solo por mis convicciones personales, sino también por mis condiciones físicas. Ahora no solo somos madres compartidas, sino también abuelas. Es curioso, yo que siempre fui muchas alas, desde que conocí a los chicos empecé a echar raíces.

Nunca me gustó pensar en el futuro, fui inmensamente feliz viviendo al día, con buenos o malos trabajos, en mi ciudad natal o en cualquier ciudad o pueblo de El Salvador o Guatemala. Adoptar a sus hijos me hizo entender que no tiene nada de malo pensar y soñar con un futuro, con querer tener una casa propia y planificar vacaciones familiares. Adoptar a sus hijos me hizo comprender que el amor entre dos adultos también tiene una manifestación doméstica, en la que nos dedicamos a pensar qué cocinar el domingo y qué serie ver en Netflix, de hablar de mitología mientras jugamos God of War o de hablar de sexualidad con gente que está creciendo en todo aspecto.

Debe saberlo: muchas personas me advirtieron que no era bueno que dejara que usted visitara a nuestros hijos, que usted es el enemigo, una amenaza, una persona non grata por no haberse quedado con ellos, por haberse ido un tiempo. No la juzgo, créame. No puedo. Pienso en el pavor que me daba a mí la maternidad y no sé cómo habría sido tener cuatro embarazos, uno de gemelos entre ellos. No sé si habría sobrevivido. La admiro. Usted, como miles de mujeres latinoamericanas, solo supieron que habían nacido para dar a luz, para ser abnegadas, para ser perfectas. Nadie dijo qué pasaba si eso no era así. Nadie advirtió de lo que sucedería si hay depresiones postparto, o que se diera un momento en el que las mujeres deciden que no quieren ser madres, incluso ya habiendo dado a luz. Nadie se fija en la salud emocional y psicológica de las madres. Ese es un derecho al que se nos veta.

Yo no creo que usted sea una amenaza en mi hogar. Me gusta ver que llega a ver a sus hijos. Si ellos la aman eso me alegra. Dice mucho de ellos y de su corazón carente de resentimientos. A veces me preocupa las conversaciones que tenemos, a veces me hacen preguntas a las que no tengo la respuesta. Me preguntan cosas sobre usted, como mujer. Mi consejo es que hablen con usted con franqueza. Alístese, porque algún día le harán las preguntas que yo he escuchado. Les he aconsejado que busquen esas respuestas en la única persona que las tiene: usted. Nadie más que usted puede hablar de sus circunstancias y decisiones que tomó hace algunos años. Posiblemente nunca le pregunten y eso también será bueno. En mi humilde opinión, a veces los hijos solo necesitamos que nuestros padres estén ahí, sin responder preguntas o imponiendo silencios, solo estar ahí. Y yo veo a mis hijos disfrutar tanto de sus visitas, que estoy segura que disfrutan amarla. Lo digo como hija.

Vendrán más días en nuestra vida de madres, estoy segura que jamás estaré en el mismo lugar en el que está usted y no pretendo quitarle el puesto que tiene en el corazón de sus hijos. Yo estaré en otro lugar de esos mismos corazones generosos que tienen. Es suficientemente grande para estar ambas ahí.

Gracias, querida F. Gracias por darnos hijos a mi esposo y a mí, gracias por cada cena de fin de año en la que ha estado, incluyendo esa en la que me dio un abrazo al decirle que me casaría con su ex. Gracias por defenderme el día en que uno de los chicos me contestó mal, diciéndole que debía ser respetuoso conmigo. Gracias por no verme como el enemigo tampoco. Gracias por dejarme a cargo de dar abrazos de consuelo, de protegerlos si la tierra se mueve violentamente, dejarme espantarle a los chicos las dudas y los malos ratos, dejarme alimentarles el cuerpo y el espíritu. Gracias por dejarme enseñarles a ser buenos y responsables. Gracias por darme a cinco personas que llegaron para ser mi familia. Prometo cuidarlos. Prometo atender cada gripe, cada ataque de pánico, cada infección, cada indigestión. Prometo ser paciente, aun cuando ya no tenga paciencia, no gritarles, no insultarlos, prometo velar sus pasos, ayudarles en las tareas, consolar sus tristezas, sorprenderlos en los cumpleaños. Prometo enseñarles disciplina, alentarlos a viajar, a trabajar, a soñar. Prometo seguir formando mujeres empoderadas, autosuficientes y con claridad de sus derechos sexuales y reproductivos. Prometo combatir el machismo en los chicos, procurar equidad entre los chicos y chicas.

Le pido un favor nada más, para ir terminado esta epístola… siga con nuestros hijos. La puerta de nuestra casa siempre estará abierta.

Un abrazo.

VoxBox.-

Por Karla Rauda

Escritora amateur, planificadora compulsiva, dueña de dos gatos, madre a posteriori, abuela rockera. Un poco cínica, un poco distraída.

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