Decidí escribir una serie de artículos sobre esto que estoy aprendiendo: vivir sin útero. Soy una mujer que roza los 40 años y nunca estuve embarazada.

Opinión.- Decidí escribir una serie de artículos sobre esto que estoy aprendiendo: vivir sin útero. Soy una mujer que roza los 40 años y nunca estuve embarazada. Incluso así tengo 5 hijos adoptivos, una nieta, y por supuesto, un marido feminista. Como yo.

Pasé 20 años luchando contra una serie de enfermedades en mis ovarios y en los últimos meses en el útero. Me operaron dos veces, la primera fue horrible e hicieron lo que les dio la gana con mi cuerpo. Como hacen la mayoría de los médicos cuando una mujer llega a consultar. La segunda vez ha sido totalmente distinta, mi doctora respetó mis decisiones y me enseñó todo un abanico de posibilidades, opciones y tratamientos. En cuanto estuve segura de lo que quería hacer con mi cuerpo, ella me respetó. Siento que pocas veces he sido respetada como mujer. Lamentablemente.

Fui violada por un primo cuando tenía 6 años y es primera vez que lo digo en público con todas sus letras. En mi familia no se enteraron hasta años después, cuando siendo una veinteañera y luego de mi primera operación decidí contarles. La primera reacción de mi madre fue decirme que no me creía. Mi infancia tan normal e idílica, que creía ella que tuve, se había caído. No piensen mal, amo a mi madre, sé que no fue su culpa lo que me sucedió, ni de ella, ni de mi padre. Simplemente estaban haciendo lo que millones de padres de Latinoamérica hicieron en los ochenta: trabajar de manera incansabl para mantener a su prole. En ese aspecto no ha cambiado mucho. Los padres seguimos siendo grandes ausentes en nuestros hogares a causa de los horarios laborales.

Esto de entender que mi cuerpo es un ente político no ha sido fácil. ¿Cuándo me enteré de esto? No tengo una fecha exacta, pero creo que fue en el momento en el que me pregunté por qué los hombres han tomado decisiones sobre mi cuerpo sin consultarme: mi violador, mis ginecólogos y tantos otros hombres que han estado de forma esporádica en mi vida. ¿Por qué un hombre puede tomar decisiones sobre una mujer? Peor aún ¿por qué toman esa decisión y piensan que nada ha pasado? ¿Por qué piensan que jamás aprenderemos a defendernos?

Aprendí a defender mi cuerpo desde muy pequeña, a no dejar que me tocaran luego de lo sucedido a mis seis años. Era una niña que tuvo que aprender a alejar a los hombres para no seguir soportando más daños, sin importar de qué tipo fuera, y eso me convirtió en una “buscapleitos”. El carácter me cambió y me puse “eternamente enojada”, siempre a la defensiva y sobre todo no le quitaba el ojo de encima a mis hermanas menores, a quienes estaba decidida a defender con mi vida ante quien fuera.

Fue hasta que llegué a mi etapa adulta cuando aprendí a defenderme en otras maneras, políticamente hablando. Aprendí que tenía derechos, o que al menos podía aspirar a tenerlos. En mi país, El Salvador, desde 1996 se penaliza el aborto en cualquier caso y eso incluye causas como peligro de muerte de la madre, inviabilidad de la vida fuera del útero, violaciones o embarazos producto de trata de personas. En El Salvador nos condenan por enfermar del útero o de nuestros ovarios. En mi país condenan a mujeres por tener un problema obstétrico y tener abortos espontáneos. Casualmente esto se da más que todo en las zonas rurales o en zonas de profunda pobreza. En El Salvador se nos discrimina, condena y nos señalan cuando pedimos más leyes a favor de la salud de las mujeres, cuando se pide más educación sexual y más leyes que garanticen nuestros derechos sexuales y reproductivos.

Hace cinco años apenas tuve la experiencia política más terrible de mi vida. En ese entonces vivía en un pueblo en el interior del país. Era la encargada de redactar proyectos para una organización de arte y educación. En aquel tiempo estaba pasando por un mal momento de salud y tuve una hemorragia muy grande. Tan grande y horrible que hizo que mis compañeros me llevaran al hospital nacional más cercano. Lo primero que hizo una enfermera de dicho hospital fue llamar a la delegación de la Policía Nacional Civil: llegaron dos agentes y me esposaron a la cama mohosa donde me habían acostado minutos antes para atenderme. Lo último que recuerdo, antes de desmayarme por la hemorragia, fue la voz del policía diciéndome que quedaría esposada por sospecha de aborto.

Yo no estaba embarazada, no había tenido un aborto. Fui juzgada, señalada y condenada por tener una hemorragia vaginal. Estuve esposada durante 12 horas mientras “averiguaban” si era cierto que no me había provocado un aborto. Mis compañeras de trabajo y familia estuvieron prestas a ayudarme, a apoyarme, a aclarar que yo no era “una infame mujer que mata a sus hijos”. Doce horas que fueron un infierno físico, emocional y político. ¿Así tratan a todas las mujeres en mi país en el sistema nacional de salud? ¿Un policía, hombre que jamás sabrá lo terrible que es tener una hemorragia entre sus piernas, es la persona más adecuada para hacerse cargo de un caso de sospecha de aborto? ¿Qué ley me amparaba? ¿Qué ley ampara a las mujeres de mi país?

Tuvieron que pasar 5 años, dos ginecólogos más e innumerables pastillas para encontrar a mi actual ginecóloga, de quien ya les hablé. Hace exactamente un mes me hizo una histerectomía. Me despedí de mi útero en un acto íntimo, le agradecí profundamente ayudarme a construirme como mujer, por enseñarme que soy tan plena e importante como otras mujeres que sí son madres, por soportar tantas violencias y por su paciencia mientras yo aprendía a defendernos. Le dije adiós y lloré un poco por su partida. Ahora estoy sana.

Desde entonces me he dedicado a pensar, durante los 28 días de reposo que me dictó la doctora, sobre las diferentes cuestiones que devienen de mi cuerpo, porque al final una mujer no solo es un útero con piernas, es un ente político, social, económico, emocional y profundamente personal, y precisamente de todos esos aspectos voy a seguir escribiendo en las próximas entregas.

VoxBox.-

Por Karla Rauda

Escritora amateur, planificadora compulsiva, dueña de dos gatos, madre a posteriori, abuela rockera. Un poco cínica, un poco distraída.

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