Nací en 1977, estoy lejos de ser catalogada como hija de este siglo, más bien soy abuela de este siglo. Mi nieta, mi primer nieta tiene 6 meses de vida y pienso en ella, en mis dos hijas adoptivas, en mis alumnas de la universidad y en las mujeres jóvenes que me rodean en la oficina, en este día internacional de la mujer. Este 8 M en el que organizaciones sociales nos convocaron a un paro y no se vio claro en mi país. Para variar.

¿Qué significa ser mujer en este tiempo? ¿qué significó serlo a inicios del siglo XX? ¿cómo vivirá mi nieta el 8 de marzo cuando ella tenga mi edad? Siempre he tenido dudas y ahora más que nunca esas dudas aumentan como una avalancha que nadie puede detener.

Para comprender lo que me sucede en lo particular debo pensar en mi abuela, una indígena de la zona de Panchimalco que se murió a los 36 años, dejando a mi mamá y a mis tíos huérfanos demasiado temprano. Cuando pienso en la mujer que más me ha influido en ser la que soy  es ella… Sebastiana Palacios. Se murió demasiado temprano de una dolencia que yo misma estoy sufriendo ahora, con la diferencia no solo en los avances médicos, sino que además yo he tenido la fortuna de tener una educación superior, un trabajo donde se valoran mis capacidades y que tengo acceso a un sistema de salud que no es malo. Ella no. Ella se murió sin conocer nada de eso. Pienso en mi abuela y en los cientos y cientos de mujeres que se murieron sin poder votar, sin poder decidir qué era lo mejor para ellas y sus hijos, sin haber disfrutado un orgasmo, sin poder tener acceso a la salud. Sin educación. Rodeadas de violencia.

Quisiera asegurar que todo es distinto a cuando mi abuela vivió, no lo es. Lo que cambió ha sido que su hija hizo un magnífico trabajo educándome a mi y a mis hermanas, dándonos una educación y recordándonos constantemente que no necesitamos un hombre para sobrevivir, pero que si lo tenemos, y que de paso no sea un patán, eso ya es una ganancia.

Mi abuela ni siquiera tuvo derecho a una identidad, en la matanza de 1932 mi bisabuelo decidió cambiar el apellido indígena de la familia por uno más castellano, para sobrevivir a aquel tiempo de infamia. Es doloroso pensar que hemos perdido tanto en procesos históricos y ni siquiera lo sabemos.

No es que no aprecie lo hecho por otras mujeres en la historia, tengo grandes heroínas incrustadas en mi mente y en mi corazón, mujeres como Simone de Beauvoir, Ada Lovelace, Mary Shelley, Violeta Parra, las madres de mayo, Prudencia Ayala, Rosa Parks, Frida Kahlo, Tina Modotti, Virginia Wolf, Malala, Claudia Lars, Martina Navaratilova, Silvya Plath, George Sand, Gabriela Mistral, Sor Juana Inés de la Cruz, Janis Joplin, Amelia Earhart, Madonna, Rosa Luxemburgo, Mercedes Sosa, Indira Gandhi, Evita Perón, Juana de Arco, María Magdalena, Lil Milagro Ramírez, Nadia Comaneci y tantas otras que se me quedan en el tintero, pero yo soy mujer no porque sea tierna y delicada, porque sea la flor que adorna mi hogar o la luz que ilumina a mi marido, porque cocine rico o porque tenga instinto materno. Soy mujer porque soy el cúmulo de conocimientos y aprendizajes de estas mujeres y de mi abuela sobre todo, esa mujer a la que nunca conocí, la que nunca me dio un consejo, ella que nunca se manifestó o quemó sus bra en una plaza, ella que nunca hizo nada notorio me heredó el espíritu de lucha por defender a la mujer que soy.

Ser mujer en el siglo XXI es enseñarle a las que vienen detrás de mi que la lucha por nuestros derechos (en todos las áreas de nuestras vidas) sigue y que no hay que abandonarla. Es enseñarle a mi nieta que ella puede ser lo que ella decida para sí misma. Es seguir luchando por construir una sociedad sin violencias de ninguna clase.

Por Karla Rauda

Escritora amateur, planificadora compulsiva, dueña de dos gatos, madre a posteriori, abuela rockera. Un poco cínica, un poco distraída.

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