Música.- Contexto: voy llegando a los 40, tengo 5 hijos recién salidos de la adolescencia, y adicione 75 alumnos de la misma edad que mis vástagos a esta combinación. Es lo que deben saber si se preguntan por qué una mujer de la generación X escucha música electrónica. ¿Por qué escucho a Steve Aoki?

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Cuando escucho el término “música electrónica” pienso en Pet Shop Boys, en Depeche Mode… en cambio mis hijos piensan en Ina, Tiesto, Van “algo” y en Aoki… pero seré honesta, la primera vez que escuché de este DJ de origen estadounidense y japonés fue hace varios años, cuando una exalumna me comentó que iría a la presentación que haría en San Salvador… ¿Steve “quién”?

El acabose de todo sucedió la semana pasada, cuando entré a Netflix y vi el título del documental I’ll Sleep When I’m Die. Me llamó la atención, porque esta frase era mi lema de vida en mis locos años veintes, cuando trabajaba, estudiaba y me divertía sin treguas, sin consideraciones físicas y psicológicas: yo era imparable como este hombre.

Me sumergí en una pantalla llena de gente pintada por las luces neón, y pude recordar qué se siente ir entrando a un antro a escuchar a un artista que te gusta… excepto que en mi caso prefiero el rock, el punk y géneros menos edulcorados y sintéticos.

A medida que avanzó el documental me di cuenta de algo terrible: los adultos somos el inicio de la intolerancia.

Como personas “de bien” cumplimos con el deber de decirle a los jóvenes que uno debe vivir con tolerancia, amor y paz… somos hipócritas. ¿Por qué no había escuchado antes música electrónica salida de las geniales mezclas de DJs? Por una simple razón: alguien me metió en la cabeza de que eso no es arte, no es algo que valga, no es algo bueno.

Los estereotipos hacen mucho mal. Ver a ese peludo de cabellos lacios, saltando, con los brazos extendidos mientras una masa de personas le trata de seguir el ritmo, me hizo pensar en alcohol, droga y sexo. Lo reafirmó ver a jovencitos semidesnudos, mujeres hermosas con flores en la cabeza, sosteniendo carteles que dicen “Cake Me” y que le dan la razón cuando veo al artista en cuestión con un pastel en las manos, dispuesto a estrellarlo en las caras de sus fans.

Pero: alto.

De pronto veo al DJ lanzarse a la  multitud como lo hacían los músicos que me gustaron en mi adolescencia de los años noventa. Algo se estaba pareciendo demasiado a un mosh. Me perturbé, yo estuve en escenas así a mis 21 años, a mis 23, a mis 25… alcohol, droga y sexo; música, ruido y caos. Al parecer esto se está volviendo una especie de déjà vu.

Aoki inició en la música en una banda de hardcore, en 1997. Él era adolescente, yo era adolescente. Somos contemporáneos. Netflix retrata a este músico, DJ, empresario, hijo y hermano de una manera poética, mostrándonos al productor musical que viene de una familia desintegrada y que ha trabajado por lo que parecía lo correcto para él. Nos cuenta la historia de un muchacho que estudió Sociología y Estudios de la Mujer, quien a los 19 años decidió que era buena idea fundar una firma de discos llamada Dim Mak (exacto, usted vio ese singular movimiento de artes marciales cuando en Kill Bill 2, la bella Beatrix Kiddo mata al malvado Bill).

Nos muestra a un hombre profundamente disciplinado, concretando la idea fundamental del éxito: se debe trabajar duro y ser constantes para llegar a nuestras metas. Bota el estereotipo básico que nos hemos formado los adultos: algunos artistas de hoy no son personas que solo “saltan como locos” en un escenario.

Me pregunté si mis chicos saben todo esto de Steve Aoki. Me pregunté si mis alumnos pensarán, mientras menean sus cuerpos, que este hombre casi cuarentón tiene un concepto de la familia muy fuerte. Si saben que es el hijo de Rocky Aoki, fundador de los Benihana y destacado atleta japonés. Hay tanto detrás de un ser humano que solo salta al compás de sonidos estrafalarios. Netflix lo ha logrado de nuevo: logró que me interesara en algo que sale de mi zona de confort.

Eso sí, lamento decepcionarlos, no seré amante de la música electrónica, pero creo que ahora puedo escuchar tres o cuatro piezas de este género y apreciarlas, entre ellas, esta genial colaboración con la rapera Iggy Azalea, de quien hablaré en otra ocasión. Vean el documental, no tiene desperdicio.

VoxBox.-

Por Karla Rauda

Escritora amateur, planificadora compulsiva, dueña de dos gatos, madre a posteriori, abuela rockera. Un poco cínica, un poco distraída.

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