Fotografía original del autor. Instagram: @jc_theunburnt

Detalles.- Sábado por la mañana. Aún no me acostumbro a levantarme temprano, una incipiente resaca me da la sensación de vacío en el estomago, y aunque fue una memorable noche de copas entre amigos, no puedo sacar de mi mente que estoy a punto de experimentar una gran cantidad de dolor.

Mi tatuadora pregunta si bebí, a lo que contesto que un poquito… ambos sabemos que esas onzas de licor extra en mi sangre harán que duela muchísimo más y que la cicatrización será más lenta.

Y así comienza el ritual. Una lenta revisión de los materiales, unos retoques al diseño, aplicar la glicerina sobre la piel para poner la plantilla, escuchar el zumbido que hacen las bobinas mientras la aguja sube y baja a una velocidad imperceptible para los seres humanos, la vaselina para que la piel se mantenga tersa… y así, trazan la primera línea, el sentimiento atemorizante que me acompañaba se transforma en una respiración pausada y tranquila, mientras pasan las horas para ver mi tatuaje terminado.

En mi país es cada vez más común encontrarnos con personas que posean algún tatuaje, aunque el estigma social aún está ahí. El uso de estos accesorios de lujo es cada vez más aceptado en una sociedad que por lo general estigmatiza y excluye a las personas que considera diferentes. He aprendido que la única forma en que acepten lo diferente es que la mayoría se vuelva diferente.

Pasan las horas y lo que parece una mancha amorfa de tinta, sangre coagulada y plasma, va tomando forma cuando la limpian. El tatuaje está casi listo —después de casi 4 horas de asfixiante agonía—, la pequeña molestia se convirtió en un dolor agudo y sobrecogedor, y se ha transformado en una obra de arte único que podré llevar conmigo siempre.

Pero falta lo más importante: la tinta blanca. Odio la tinta blanca. No es que duela más o menos, es que la aplican por último y esto la hace una experiencia en exceso desagradable.

El problema con los tatuajes en el mundo contemporáneo es que, desgraciadamente, fueron adoptados por instituciones criminales como una forma de marcar su identidad, con sus propias simbologías, tatuajes premio y para determinar rangos y labores en su estructura interior. La mafia rusa, los Yakuza, los Bloods, los Crips, los Wah Ching, la hermandad aria o los conocidos pandilleros de mi país tienen ese algo común, la jerarquía y los deberes dentro de la institución se diferencian por medio de los tatuajes, además de brindar sentido de pertenencia y hermandad.

La maquinita se apaga. El dolor empieza a convertirse en ardor y me dicen que lo dejarán un rato a que reciba aire. Después de 10 minutos y un par de cigarrillos es hora de vendarlo, ponerle un poco de solución antibacterial y una envoltura incómoda de plástico esterilizado. Estoy listo para irme a casa. Las recomendaciones son las mismas de siempre, creo que ya ni les doy el cuidado necesario pero se mantienen vivos, como un diario en mi piel, de las etapas por la que atravieso en ese momento de mi vida.

Me alegra que en cierta medida se acepte cada día más el uso de tatuajes, que deje de ser una moda y se convierta en un modo de expresión artística. Ojalá algún día pueda caminar por mi tierra recibiendo el sol en mi piel, sin sentir temor de alguna mala mirada, un comentario innecesario, o algo peor, que es lo que más atemoriza a las personas con tatuajes.

Juan Carlos Rivera. Diseñador Gráfico y colaborador de VoxBox.

Fotografía original del autor. Instagram: @jc_theunburnt

VoxBox.-

Por Redacción VoxBox

Antisistematizar es una forma de vida, es ir en contra del sistema, rompiendo moldes y atreviéndonos a hablar de temas que nos importan, como la política, la sexualidad, la cultura, la música y todo aquello que nos libera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.